El jesuita catalán lleva gran parte de su vida religiosa trabajando con migrantes y refugiados Álvar Sánchez: "La experiencia de Dios se manifiesta con una contundencia tremenda en esta frontera"

El jesuita Àlvar Sánchez Calvo (Lleida, 1974) lleva gran parte de su vida religiosa trabajando con migrantes y refugiados, asistiéndoles y defendiendo sus derechos humanos
Atiende desde las oficinas de Cáritas Marruecos, donde se desempeña desde 2023 como secretario general del brazo social de la Iglesia católica marroquí
Luego de 8 años en Marruecos, este religioso asegura convencido que "la experiencia de Dios se manifiesta con una contundencia tan tremenda en esta frontera" y "que los migrantes son portadores del consuelo de Dios y de la acción del Espíritu Santo en nuestra familia humana”
Luego de 8 años en Marruecos, este religioso asegura convencido que "la experiencia de Dios se manifiesta con una contundencia tan tremenda en esta frontera" y "que los migrantes son portadores del consuelo de Dios y de la acción del Espíritu Santo en nuestra familia humana”
| Israel González Espinoza
(Agencia FLAMA).- El jesuita Àlvar Sánchez Calvo (Lleida, 1974) lleva gran parte de su vida religiosa trabajando con migrantes y refugiados, asistiéndoles y defendiendo sus derechos humanos. Ha fungido como coordinador de intervención educativa para personas desplazadas en Ruanda, Sudán del Sur y República Democrática del Congo.
Atiende desde las oficinas de Cáritas Marruecos, donde se desempeña desde 2023 como secretario general del brazo social de la Iglesia católica marroquí.

Sánchez, licenciado en psicopedagogía por la Universidad de Barcelona, explica que una de las principales labores de Cáritas en el país alauita es ayudar en la reconstrucción de las zonas devastadas tras el terremoto de 2023.
El jesuita, siempre con una sonrisa, manifiesta su alegría por el dinamismo que están aportando a las comunidades católicas marroquís la presencia de población cristiana del África Subsahariana. “Se ha vivido la Semana Santa con esperanza, alegría e ilusión. El pasado Domingo de Ramos, en la iglesia de los Santos Mártires de Rabat, no cabía nadie más, es muy inspirador”.
Luego de 8 años en Marruecos, este religioso asegura convencido que “la experiencia de Dios se manifiesta con una contundencia tan tremenda en esta frontera” y “que los migrantes son portadores del consuelo de Dios y de la acción del Espíritu Santo en nuestra familia humana”.
-¿Cómo nació su vocación religiosa?
-Mi vocación religiosa la identifico en la fe de mis padres y en la fuerza con las que mis abuelas rezaban. Por allí viene un misterio de amor que ha tenido el poder de atraerme y que luego se concreta más adelante en la escuela. Estudié en el Colegi Claver Raimat de la ciudad de Lleida y tuve el testimonio de tantos jesuitas y de una comunidad educativa que vivía los valores del Evangelio, en la que asombraba la cercanía con la cual se relacionaban con Jesús, y de cómo esa relación con Dios se encarnaba en lo concreto del día a día, y de cómo el hecho de estar fijándonos en lo más inmediato no nos impedía levantar los ojos y tener una mirada global, dejándonos alcanzar por las necesidades del mundo y del momento concreto de la historia que estábamos viviendo. Y eso despertó, al cabo de unos años, el deseo de dar un sentido hondo a mi vida y lo encontré en Jesús, en la vocación a la vida religiosa dentro de la Compañía de Jesús.
-Podríamos decir que la suya ha sido una vocación ligada a uno de los sectores más preferidos por el Papa Francisco: Migrantes y refugiados.
-Yo me siento muy privilegiado porque después de la teología y pasar 10 años en Barcelona, concentrado en esa ciudad tan cosmopolita pero que no deja de ser un medio urbano con unos límites bien marcados. Tuve la oportunidad de participar en la misión del Servicio Jesuita para los Refugiados primero en Kivu Norte, en el Congo y luego en Ruanda. Posteriormente en el África del Este, concretamente en Sudán del Sur, y evidentemente son lugares donde he dejado parte de mi corazón y que tengo todavía muy presentes, aún hoy.

-Experiencias que le han marcado muy vivamente su vida misionera como jesuita…
-Me ha quedado el recuerdo de todo aquello, y lo digo porque sigue siendo muy actual. Todavía hay personas en esa zona que lamentablemente pasan hambre. Todavía nuestro mundo es muy desigual, más de lo que era cuando yo tenía 10 años y me empezaba a asomar al mundo, y me veía reflejado en los ojos de los peques de Etiopía, esos ojos grandes con rostros demacrados por el hambre. Esa realidad sigue estando allí presente y me sigue llamando e identificando. A mí me sigue interpelando lo que dijo hace unos meses el secretario general de la ONU, António Guterres, manifestaba que 26 personas en el mundo tienen la misma riqueza que la mitad de la humanidad, una desproporción. Yo amo el Mediterráneo y me siento parte de él porque es un lugar excepcional donde tres continentes se dan la mano. Toda la historia, la civilización y las tres religiones del libro estamos aquí juntos y sin embargo es la frontera continental más desigual del mundo.
Todo un continente africano que no alcanza al 10% del PIB europeo. La distribución desigual de la riqueza y de los recursos impactan en la vida de las personas y los pueblos, por eso actualmente la Compañía de Jesús se compromete en esta frontera con aquellas comunidades más vulnerables que son las que están en movilidad.
-¿Cómo compagina la misión con la secretaría general de Cáritas Marruecos?
-Intento no perder el contacto fresco con los testimonios que ponen voz a lo que sucede en el terreno. Desgraciadamente yo hace algunos años ya no estoy en primera línea como años atrás cuando estaba en el Servicio Jesuita a los Refugiados en otros países. Aquí en Marruecos, tras unos años en la Delegación de Migraciones, al implicarme con Cáritas, mi rol ha pasado a ser más institucional, de acompañamiento a los equipos y de contacto con potenciales donantes para nuestros proyectos de desarrollo.
Al ir visitando los equipos tienes una experiencia muy enriquecedora porque ves las posibilidades de cada uno y puedes establecer alianzas, sinergias y contactos que te permiten tener una visión más amplia y dar un vector de dirección a las intervenciones que estamos realizando y a la vez, logrando que esto no me aparte del sentido último que es el encuentro con Jesús a través del sufrimiento, de la vida y de la experiencia resiliente de tantas personas que transitan por este país.

-¿Hasta qué punto va unida la misión y la defensa de los derechos humanos?
-Diría que van absolutamente de la mano, integradas. A veces nos imaginamos que la defensa de los derechos humanos como solamente un ejercicio de incidencia o denuncia, pero a veces hay momentos en la vida, en determinados contextos, en los cuales a veces ese compromiso no se puede expresar como uno deseara. Con esto, me refiero a que en algunos momentos, en ese compromiso concreto con las personas, de cercanía, de escucha, es el que nos permite apostar de manera decidida por sus derechos humanos.
-En la Compañía de Jesús tenéis grandes referentes en ese camino de defensa de la dignidad humana, como es el caso del padre Ignacio Ellacuría y sus compañeros mártires de El Salvador.
-Nuestros compañeros jesuitas mártires son como una llama, como esa luz en la oscuridad que no hay nada que puede vencer. Decía el padre Ellacuría que la universidad debe encarnarse entre los pobres intelectualmente para poder ser ciencia de aquellos que no tienen voz y esto es inspirador porque es la llamada a que nuestras instituciones consideren la preferencia del Evaneglio por las víctimas es tremendo.
Yo a veces me pregunto ‘¿Cómo nuestra Cáritas Marruecos podría hacer una opción por los pobres de tal manera que también podamos recibir de ellos?’ Esto es lo que decían los compañeros de la UCA, en el sentido de decir que el testimonio más exquisito de nuestras organizaciones cristianas es estar realmente al servicio del pueblo, de las víctimas, y al mismo tiempo, dejarnos orientar por el mismo pueblo oprimido, sus necesidades, su deseo, su voz y su esperanza. Entonces, el ejemplo de los compañeros jesuitas es fuente de inspiración que nos sigue impulsando para vivir evangélicamente nuestra misión.

-¿Cuál es la situación que viven hoy los migrantes que cruzan por el Sáhara hasta llegar a Europa y que vosotros en Marruecos estáis pudiendo atender?
-Es una realidad durísima. Es una vulnerabilidad que no nos podemos imaginar. Para hacernos una idea, deberíamos acercarnos a los protagonistas de esta historia. El síndrome de Ulises describe ese ‘encadenamiento’ de duelos que las personas van viviendo a través de una ruta migratoria cuando deciden salir de sus países porque se ven forzados a migrar. Lo digo porque esto nos puede permitir comprender mejor el interior y tener un mayor conocimiento de la verdad que late en estas personas que son nuestros hermanos y hermanas. Lo digo por el contraste que ante esa humanidad herida se crean narrativas que criminalizan, deshumanizan y se convierten en armas contra la vida. Entonces ahí tenemos la Iglesia que hace algo que nadie más puede hacer.
Recuerdo cuando estaba en el Servicio Jesuita de Migrantes, el responsable Mark (Cachia), nos decía que nuestra tentación al ver a los migrantes y refugiados era ofrecer proyectos, cosas materiales o incluso decidir por ellos aquello que necesitaban. Él nos recordaba su experiencia humana es sagrada y se tiene que respetar. Tenemos que acercarnos a ellos con escucha porque hay una honda necesidad de poder expresar cosas tan tremendas como ‘¿Por qué Dios me hace esto?’. Entonces, sostener esa pregunta, acogerla y esto solo es posible si hay alguien dispuesto a escuchar y esa es nuestra función. Escuchar el anhelo, la necesidad humana fundamental de estas personas que transitan por estos países con una esperanza latiendo en sus corazones, y a la vez con un cuerpo muy maltrecho y heridas tremendas.
-¿Hasta qué punto sigue siendo preocupante para quienes atienden a los migrantes el denominado “Pacto Migratorio Europeo” firmado por la Unión Europea?
-A veces me pregunto ‘¿Qué nos habrá pasado como familia humana para estar anteponiendo cosas a las personas?’ A veces parece ser que defendemos una valla, una serie de concertinas y de hierros cruzados antes que el derecho fundamental de las personas al asilo. En este contexto nos vemos obligados a tratar de revertir las narrativas que criminalizan a las personas para poner en el centro el capital humano que representan y que nos dejemos alcanzar incluso por el conocimiento científico que evidencia el beneficio que representan los migrantes para las sociedades de destino. Si no somos capaces de ver a las personas como hermano, como ‘buena noticia’ que es, entonces acabamos cometiendo errores. Creo que estamos con los ojos muy tapados cuando no consideramos lo que puede resultar ser una bendición y por el contrario, lo planteamos y explicamos como una amenaza. Esto es un grave error.

-¿Qué opinión le merece que sectores políticos en Catalunya y todo el Estado español, incluyendo personas que se reclaman así mismas como católicas, criminalizan a la población migrante?
-En primer lugar, siento indignación. Y por otro lado, una vez pasa el golpe y la indignación baja, yo me quedo con pena porque es como renunciar algo que es fundamental de nuestra fe. Por donde tomes las Escrituras, el magisterio de la Iglesia y el ‘sensus fidei’ de quienes rezan y viven ante Dios, descubres verdades que tienen que ver con el mensaje de los profetas, con el mensaje que se ofrece como revelación y me viene al pensamiento ahora que hemos acabado la Cuaresma, el texto que nos ha ido acompañando de Isaías diciendo ‘el ayuno que yo deseo es que liberes a quienes han sido detenidos injustamente, desata las correas de los yugos, libera a los oprimidos, comparte el pan el hambriento y acoge en tu casa a los pobres’. Isaías dice ‘no les rehúyas, son hermanos tuyos’.
Hay una experiencia de comunión con la bondad y la ternura de Dios que es una lástima que nos la evitemos, que nos ‘defendamos’ de ella, que la rechacemos poniendo distancia y acusemos con el dedo a las víctimas de nuestra historia, a nuestros hermanos y hermanas que necesitan un abrazo y que con esa esperanza llegan a nuestros países, y luego, también hay mucha hipocresía con esto.
-¿Qué le diría a un joven que tiene la inquietud de ser misionero pero tiene miedo a dar el paso?
-¡Le diría que venga! Para aquellos que ya tenemos una edad, hay un momento en la vida en el que vamos sintiendo una libertad. Ya no es la nostalgia del día que decidimos ‘saltar’, dejando las seguridades y lanzarnos a esa vocación que se veía como algo inseguro, con incertidumbre importante, un ‘¿Y qué pasará? ¿Seré feliz? ¿Esto habrá valido la pena?’ y luego descubres algo que no se puede responder desde nuestras categorías porque es ámbito de Dios, pero le diría: Fíate, y adelante.
