Burke y la celebración de la misa tridentina en San Pedro León XIV, la liturgia y la grieta que no cierra

Cardenal Burke
Cardenal Burke

"¿Simple gesto de cortesía o un desafío al espíritu del Concilio Vaticano II, que soñó con una liturgia viva, participativa y encarnada en el pueblo de Dios?"

"Autorizar a Burke, con su latín solemne y su liturgia preconciliar, a elevar el cáliz en el Altar de la Cátedra, parece un guiño a quienes ven en el Novus Ordo una pérdida del misterio"

"Es un desafío al espíritu conciliar que quiso una Iglesia en diálogo con el mundo, no encerrada en ritos que, aunque bellos, pueden alienar a los fieles de hoy"

"¿Su permiso a la misa tradicional de Burke en San Pedro es un riesgo calculado o una rendición a las presiones tradicionalistas?"

En el corazón del Vaticano, donde cada decisión papal resuena como un eco en las catacumbas, León XIV ha encendido una mecha que no pasa desapercibida: permitir al cardenal Raymond Burke, custodio tenaz de la tradición y enemigo público de Francisco, celebrar la misa tridentina en la Basílica de San Pedro. ¿Simple gesto de cortesía o un desafío al espíritu del Concilio Vaticano II, que soñó con una liturgia viva, participativa y encarnada en el pueblo de Dios?

En principio, no parece una cuestión menor. El Vaticano II, con su Sacrosanctum Concilium, trazó un camino claro: una liturgia en la que la gente no fuera mera espectadora, sino protagonista, con el sacerdote mirando al pueblo, no de espaldas; en lengua vernácula, para que las palabras de la fe resonaran en el idioma del corazón, no en el latín de los eruditos; y despojada de excesiva parafernalia. Con menos incienso y roquetes de puntillas y más vida cotidiana.

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Papa León y cardenal Burke

Autorizar a Burke, con su latín solemne y su liturgia preconciliar, a elevar el cáliz en el Altar de la Cátedra, parece un guiño a quienes ven en el Novus Ordo una pérdida del misterio.

Recordemos una anécdota que ejemplifica esta tensión: en una audiencia en Casa Santa Marta, un joven sacerdote tradicionalista, con lágrimas en los ojos, le confesó al entonces cardenal Prevost –hoy León XIV– cómo la misa tridentina le evocaba las vísperas de su infancia en una aldea guineana, con el murmullo de las palmeras y el calor ecuatorial. "Eminencia, era mi puente al cielo", dijo.

El futuro Papa, con esa mirada agustina que recuerda sus raíces en Chiclayo, respondió: "La Iglesia no es un museo, hijo, pero el corazón no olvida su latido".

Ese latido parece haber inspirado esta decisión, pero ¿a qué precio? Permitir esta misa en San Pedro, el epicentro de la catolicidad, no es solo un gesto simbólico: es un desafío al espíritu conciliar que quiso una Iglesia en diálogo con el mundo, no encerrada en ritos que, aunque bellos, pueden alienar a los fieles de hoy.

Burke, con su voz aguda como un salmo del desierto, no es un simple celebrante; es un estandarte para los tradis que rechazan la reforma litúrgica.

En un mundo donde la Iglesia lucha por ser faro de unidad, este permiso podría avivar las brasas de la división, atrayendo a peregrinos de la Fraternidad San Pío X y a quienes ven en el Concilio un error.

León XIV, el primer yanqui en la silla de Pedro, sabe que la liturgia es el alma de la fe, pero también que el Vaticano II no fue un capricho, sino un soplo del Espíritu para acercar la Eucaristía al pueblo. ¿Su permiso a la misa tradicional de Burke en San Pedro es un riesgo calculado o una rendición a las presiones tradicionalistas?

Burke

Esta decisión no es, pues, un detalle litúrgico: es un pulso al corazón conciliar de la Iglesia. Que León XIV, con la audacia de su nombre, no olvide que el Espíritu sopla para unir, no para dividir, y que la liturgia debe ser un puente hacia el pueblo, no un muro de incienso. Que el Señor ilumine su camino. Amén.

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