"Se le parece más que ninguno, incluso físicamente, el Papa Francisco" Juan XXIII, modelo de sus sucesores

(José Luis González-Balado).- Los que fuimos testigos oculares, y también emocionales, de la santidad de Juan XXIII, arrastramos ya el peso de los años: un decir, por más que en gran parte sincero. De alguna suerte hemos sido -¡y somos!- también testigos de que todos los papas que le han seguido -alguno más que otros- han dado, dan y siguen dando una cierta apariencia y muestra de parecérsele y de ser "herederos" suyos.

Se le parece más que ninguno, incluso físicamente, el Papa Francisco, a pesar de ser el cronológicamente más remoto con relación a él. Pero no es sólo, ni exactamente, tal el exclusivo criterio que se quiere ni debe seguir. Después de a él, que fue el papa número 261 en la lista total de sucesores de Pedro, vamos ya por el 266, que es exactamente el número de orden que le corresponde al Papa Francisco.
Juan Bautista Montini, sucesor inmediato de Juan XXIII con el nombre de Pablo VI, fue, en número de orden, el 262º. San Juan XXIII había sido el 261º.

El 263º fue Juan Pablo I (denominado afectuosamente Papa Luciani el Breve y conocido también como "El Papa de los 33 días", que fueron los que sobrevivió a su elección (26.8.1979-28.09.1979). De él se dijo, y dice cariñosamente, en un italiano que él supo cultivar como escritor popular, Il Sorriso di Dio; y también, con ligera variante, Il Papa del Sorriso, equivalentes ambos, traducidos a un castellano menos... tierno: "La Sonrisa de Dios", y "El Papa de la Sonrisa".

También sirvió, su paso fugaz por el sumo pontificado, para decir de tal año -1979- haber sido "El Año de los tres Papas". Y como el mes -ni siquiera completo- en que Juan Pablo I "reinó" (acogido con filial cariño por todo el mundo) fue el de setiembre, el semanario Time encontró razón para un título algo "norteamericanamente" original: The September Pope.

Pese a una vida tan breve como papa, Juan Pablo I dejó un recuerdo entrañablemente ejemplar, también por haber sido el primero que, por devoción a sus dos predecesores, tuvo el acierto -novedad en la historia de los sumos pontífices - de reunir los nombres de ambos en el suyo: los de Juan -XXIII- y de Pablo -VI. Juan Pablo, que aún suena más dulce en italiano: Giovanni Paolo.

El primero, Juan XXIII, había nombrado y consagrado a Albino Luciani obispo de la diócesis de Belluno. Pablo VI lo había promovido a cardenal y arzobispo, asignándole la archidiócesis patriarcal de Venecia, de la que fuera Cardenal Arzobispo unos años antes Angelo Giuseppe Roncalli (15.01.1953-28.10.1958). (Incluso, con una broma que tuvo algo siquiera en la interpretación de "profética", con ocasión de una visita pastoral a Venecia el Papa Pablo VI se había despojado de la túnica papal y la había colocado sobre los hombros de un Cardenal-Arzobispo Albino Luciani entre empalidecido y avergonzado en su muy natural timidez).

Pero queda aún por decir algo importante con relación a tal "Papa por un mes y tres días", que fueron más bien escasos y han sido suficientes para la permanencia de su recuerdo: hay noticias fiables de que su causa de beatificación va muy adelantada.

Por lo que se refiere al cónclave en el que Albino Luciani resultó elegido papa, cabe aclarar que duró 26 horas, repartidas en siete votaciones, que fueron más bien pocas comparadas con los dos días y medio, a cuatro votaciones por día, que se prolongara -ya se ha dicho- el cónclave que había dado lugar, a últimos de octubre de 1958, a la elección de Juan XXIII. En total, las de aquel cónclave habían sido once votaciones, que dieron lugar a siete fumatas, seis de ellas negras y una blanca. O mejor aclarado -(uno vivió de cerca el acontecimiento culminado en la elección del Papa más querido de la Historia-, las fumatas fueron, en total, no seis sino siete.

Ocurrió que la primera de dichas fumatas había sido (o por lo menos parecido ser) blanca, pasando luego a ser negra. Tal "accidente" ocurrió cuando el "fogonero" de la Capilla Sixtina se percató de no haber acertado en la mezcla de agua con el fuego, que fue lo que había provocado que la fogata que salía en humo blanco por la chimenea, dando la equívoca impresión de que ya había sido elegido el nuevo papa, con los consiguientes aplausos del público que desde la Plaza de San Pedro celebraba un equívoco y rápido éxito de los votantes de la Sixtina.

Sólo que, no habiendo acertado en la mezcla suficiente del agua con el fuego, que era lo que determinaba el color del humo, la fumata había empezado pareciendo ser blanca en lugar de negra. (En toda la historia de los cónclaves nunca había ocurrido algo parecido. ¡Ni, desde luego, ha vuelto a ocurrir lo de aquel domingo 26 de octubre de 1958 por la mañana!

Aquel fue un cónclave en el que, de todos los que han tenido lugar después, contó con menor número de cardenales: nada más que 51. Eran 55 con los que contaba el Colegio cardenalicio cuando falleció Papa Pío XII el 9 de octubre de 1958. Unos días después, durante la larga semana de 10 días de la sede vacante, falleció un cardenal de la Curia romana llamado Celso Costantini. Menos de una semana después, el día mismo en que se iba a inaugurar el cónclave que debía elegir al sucesor de Pío XII, falleció el cardenal norteamericano Edward Mooney, arzobispo de Detroit, que había llegado a Roma unos días antes.

A la hora en que los cardenales electores escuchaban el extra omnes! para que quedase vacío el recinto que iba a albergar el cónclave, salía por el Portone di Bronzo un furgón que llevaba al aeropuerto de Roma el cadáver del cardenal-arzobispo norteamericano. Otros dos cardenales más, el húngaro Jozsef Mindszenty y el yugoslavo Alojsije Stepinac, no habían podido acudir por estar encarcelados en sus países tras el Telón de Acero.

Ninguno de los cónclaves que elegirían después a Pablo VI, a Juan Pablo I, a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y a Papa Francisco contó con menos, sino con bastantes más, cardenales del centenar. Eso a pesar de que el Papa Montini dictó en seguida una norma excluyendo la participación, como electores, a los cardenales de más de 80 años, condición que no había existido en el cónclave de octubre de 1958. De haber ocurrido, los electores de Juan XXIII se hubieran quedado en menos de 40, lo que por supuesto no restó validez a su elección. De hecho varios de ellos ya superaban los 80 años al entrar en el cónclave.

El número de cardenales electores se dobló y casi triplicó a partir del cónclave de junio de 1963. Para ello resultó determinante una más de las reformas que, no por ansia de novedad sino por espíritu de servicio a la Iglesia, introdujo Juan XXIII. Hasta entonces había permanecido en vigor la disposición de un remoto predecesor suyo -Sixto V, papa número 227º (1585-1590)-, que había fijado el número máximo de cardenales en 70, tope que todos sus sucesores se guardaron no ya de superar sino también de alcanzar.

Por parte de papas tan posteriores a Sixto V como Pío XII (1939-1958) fue tal el cuidado de ni siquiera acercarse a dicho tope que él mismo se mostró agradecido a sus colaboradores y súbditos Montini y Tardini cuando, para evitar que ni siquiera alcanzase el número tabú de los 70 cardenales, uno y otro le rogaron que se abstuviese de nombrarlos cardenales a ellos como proyectaba hacer dejando espacio para otros dos en sustitución.

Lo dicho: fue su sucesor Juan XXIII quien, nada más ser elegido, dio por anacrónica la disposición de su remoto predecesor, razonando que las dimensiones de la Iglesia católica en tiempos de Sixto V eran mucho más reducidas que las del año 1959.
Como se sabe -o por lo menos vale la pena recordar- uno de los primeros gestos de Papa Giovanni, nada más ser elegido, fue nombrar cardenales a algunos que, por él, ya hacía tiempo hubieran merecido, para el mejor servicio de la Iglesia de Cristo, la dignidad cardenalicia, empezando por el arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini, y por su secretario de Estado, Domenico Tardini, a los que sumó un cierto número -21- de arzobispos y obispos de gran relevancia dentro de la Iglesia.
De hecho, para llenar algo que a él se le presentaba como un vacío urgente de ser cubierto, se sentó a dictar a su secretario de Estado Domenico Tardini una extensa lista de 23 nuevos cardenales.

Dejó anotada el propio Juan XXIII la crónica del gesto: "Lista de nuevos cardenales: yo dicto los nombres, empezando por el de Monseñor Giovanni Battista Montini, Arzobispo de Milán, y por Monseñor Domenico Tardini. Al llegar al número setenta entre viejos y nuevos, nos detenemos un momento, pero luego, al darnos cuenta de que en tiempos de Sixto V la Iglesia católica apenas ocupaba una tercera parte de los países actuales, seguimos y alcanzamos el número de 23 cardenales de nuevo nombramiento". En opinión de un excepcional biógrafo de Juan XXIII como es su resobrino periodista Marco Roncalli, "se trató de la reforma, realizada a menos de 48 de su elección, de una norma vigente desde hacía cuatro siglos".

El sucesor inmediato del Papa Luciani, Juan Pablo II, fue el papa número 264º. El también conocido como Papa Wojtyla, polaco, fue el primer papa no italiano después de siglos en que el último no italiano había sido un Adriano VI, de los Países Bajos, papa número 216, cronológicamente efímero (9.01.1522-14.09.1523).

El de Juan Pablo II fue uno de los pontificados más largos de la historia: 22.10.1978-2.04.2005. También superó a los demás papas, no sólo individualmente sino en conjunto, en el número de beatificaciones (1.338) y de canonizaciones (482), frente a un total, por los demás papas juntos, de 300 entre beatificados y canonizados.

Benedicto XVI, su sucesor, papa n. 265º, fue el primero y único que presentó una dimisión inicialmente tan sorprendente como incomprendida, pero que en seguida fue y sigue siendo admirada por el sentido de humilde responsabilidad que la había motivado. ¡Sin olvidar que el que le ha dado muestras de un singular aprecio ha sido su inmediato sucesor Papa Francisco! El cual Papa felizmente reinante sobre todo -pero no sólo- en los corazones, ha alcanzado el número de orden 266. Es el Papa que se presentó el 13 de marzo de 2013, tras resultar elegido en la quinta votación, como "venido del fin del mundo". Y que confesó haber estado a punto de optar por ser llamado Juan XXIV. No acertó menos eligiendo llamarse, él que fuera con honor y fidelidad un buen jesuita hijo de San Ignacio de Loyola, Papa Francisco, como el de Asís.

Un Papa Francisco que se parece, para muchos con convincente acierto al tiempo que con identidad muy propia, a Juan XXIII. Se le aplaude casi tanto como se aplaudió a su quinto -hacia atrás- predecesor. Algún día, la veneración que se le tiene será parecida a la que se tuvo al que él, ratificando el sentir unánime de la humanidad, reconoció el 27 de abril de 2014, de manera canónica e incuestionable, como San Juan XXIII.

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