"Una derrota para la humanidad", dice el papa Francisco Navidad bajo las bombas

Árbol de Navidad en Kiev
Árbol de Navidad en Kiev Efe

El día 8 de diciembre, el Papa se conmovía durante su oración a los pies de la Inmaculada Concepción: “Virgen Inmaculada, hoy hubiera querido llevarte el agradecimiento del pueblo ucraniano por la paz. En lugar de eso, una vez más tengo que traer las súplicas de los niños, de los ancianos, de los padres y madres, de los jóvenes de esta tierra martirizada, que tanto está sufriendo”

Sin el apoyo de la Iglesia ortodoxa rusa, la guerra hubiera sido imposible. Pero la Iglesia animó al sanguinario de Putin a la guerra. La actitud de Kirill, máximo representante de la Iglesia ortodoxa rusa, rasgándose las vestiduras por los valores de Occidente, como si un desfile gay justificase una guerra, sólo puede despertar renuencia

Leyendo un texto escrito por el arzobispo de Nápoles, monseñor Mimmo Battaglia, al final de la audiencia del miércoles 16 de marzo, el papa Francisco imploró a Dios que detenga la violencia actual en la guerra de Ucrania: “Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros”. "Cristo está en el niño que muere en los brazos de su madre en un búnker de Járkov”, o en el hombre de 20 años “enviado al frente”. 

El día 8 de diciembre, el Papa se conmovía durante su oración a los pies de la Inmaculada Concepción: “Virgen Inmaculada, hoy hubiera querido llevarte el agradecimiento del pueblo ucraniano por la paz. En lugar de eso, una vez más tengo que traer las súplicas de los niños, de los ancianos, de los padres y madres, de los jóvenes de esta tierra martirizada, que tanto está sufriendo”. Saludando a los periodistas tras la plegaria, Eva Fernández, corresponsal de COPE en Italia y el Vaticano, le preguntaba si se había emocionado, a lo que Francisco respondió: “Sí, es un dolor grande, una derrota para la humanidad”.

Oleksandr Yazlovetskiy, obispo auxiliar de Kiev
Oleksandr Yazlovetskiy, obispo auxiliar de Kiev

Yazlovetskyi, obispo auxiliar de Kiev, declaraba recientemente no poder ahora perdonar, condicionando así el perdón a un tiempo mejor, a “cuando termine la guerra” porque ahora “lo que une a todos es la necesidad de defenderse de la agresión” al estar todavía la herida abierta. Un orante cristiano que decide seguir matando a quienes se le pide que ame, bendiga y haga el bien, que pida por ellos y los perdone igual que él es perdonado, le está rezando a un Dios cuyas obras está dispuesto a destruir en cualquier momento. Sin duda, favorecer la paz exige la justicia y no imponer el propio derecho al adversario, pero la justicia precisa de la reconciliación que reconstruye las relaciones y restaura la concordia entre los antagonistas: no hay paz sin justicia, pero no hay justicia sin perdón.

300 días de desolación

Ser pacífico con los enemigos parece una idea impracticable, no aceptada por nuestra civilización, tampoco por la cristiana: ¿quién no estaría dispuesto a matar a quienes matan a sus hijos? Matar al enemigo parece un procedimiento establecido y venerado, pero la lógica de la retribución significa que no hay final y no hay esperanza. No podemos alcanzar la paz sin ser pacíficos: “amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os odian y rogad por los que os difamen y os persigan”. La honestidad obliga a tomar posición, de lo contrario el cristianismo parece tener poco o nada que ver con las enseñanzas de Jesucristo: o renunciamos a la guerra o renunciamos a llamarnos cristianos.

Trescientos días de guerra es algo desolador. La existencia de cámaras de tortura para menores en Jersón, donde apenas se les daba agua y casi nada de comer, asegurando a los niños que sus padres los habían abandonando y siendo objeto de violencia sexual, constituyen un crimen horrendo al que uno no debería nunca acostumbrarse. “Pensamos con amargura en el abismo que tendrán que superar nuestros hijos y nietos en Rusia y Ucrania para volver a ser amigos, respetarse y quererse”, se lee en una carta abierta firmada por 300 sacerdotes y diáconos rusos solicitando un “alto al fuego inminente”. Sin el apoyo de la Iglesia ortodoxa rusa, la guerra hubiera sido imposible. Pero la Iglesia animó al sanguinario de Putin a la guerra. La actitud de Kirill, máximo representante de la Iglesia ortodoxa rusa, rasgándose las vestiduras por los valores de Occidente, como si un desfile gay justificase una guerra, sólo puede despertar renuencia, como de hecho manifiestan estos sacerdotes dejando de rezar por el patriarca en la liturgia.

Kirill, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa
Kirill, patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa

Nos hemos vuelto ausentes al sufrimiento y la muerte. Anhelamos la paz y confiamos en la guerra. Hemos desertado de nuestro trabajo de restaurar las heridas abiertas: “enemistad nos es lo más próximo”, sentencia Rilke. Hemos arrojado a Dios sus dones, como si no tuvieran más valor que el que nosotros queremos asignarle. Rezamos a un Dios cuyas obras destruimos, olvidando que “todo lo que vive es sagrado”, como decía William Blake, que la santidad de la vida debiera ser la norma de la humano. Hemos profanado y destruido vidas inocentes para siempre: ¿qué podría ser más malvado que eso?

Si en un conflicto, si en una crisis como la guerra en Ucrania, nos despreocupamos del compromiso por la paz porque éste entra en colisión con los delirios soberanistas y unos supuestos fuertes lazos entre pueblos que paradójicamente llevan al exterminio a hombres y mujeres inocentes, nos haremos peores y olvidaremos el bien mismo, que excluye cualquier solución revisionista de simplificar y dominar el mundo. La prudencia consiste justamente en evitar cualquier planificación donde la vida de los seres humanos inocentes está en juego. La vida humana es un don que no admite ninguna revisión, excepto para una mirada del alma que no es cuerda ni ve al enemigo como a un ser amado, ni su cadáver expuesto como una impiedad.

Esta Navidad, Religión Digital
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