"La juzgo fruto más del miedo o vértigo institucional que del Evangelio" "Restauración" en la Iglesia (vasca) y por qué (y II)

(José Ignacio Calleja).- Decía en mi anterior tribuna que el proceso postconciliar de renovación de la Iglesia llegó al País Vasco con una fuerza inusitada. Y la razón es sencilla. Porque en gran medida el clero estaba mejor preparado para acogerlo.

Había un pensamiento teológico, pastoral y social con prestigio suficiente dentro de la Iglesia vasca como para que cuajara intensamente la interpelación conciliar. El Concilio llegaba como agua del cielo en tierra reseca. Por otro lado, la preparación de esa Iglesia hacía posible pensar en unos obispos que ejercieran el liderazgo de su transformación religiosa. Y decía también, al concluir, que la renovación conciliar había coincidido con el proceso democrático español -primera dificultad-, el desencuentro nacional en él -segunda- y el terrorismo de ETA, viciándolo todo de raíz.

Siempre me pareció que ETA era terrorismo y que ningún conflicto político podía justificarlo. Nunca, de ningún modo. Pero ésta es otra cuestión. Muchas veces, la cuestión de la Iglesia en relación al nacionalismo, y salvadas las diferencias casi siempre fundamentales, el terrorismo ha ocupado todo el análisis y es lo único que ha interesado en relación a ella.

Creo que ahora podemos ser más finos y preguntarnos si es cierto o no que el desmoronamiento social de la Iglesia vasca en el postconcilio obedece a su politización nacionalista y a su ambigüedad con el terrorismo -como se dice y ahora no estudio- o a otras razones más comunes. Creo que a éstas últimas. A mi juicio, bastantes católicos vascos se han cansado de la sensibilidad nacional de buena parte de la Iglesia vasca -ellos dirían nacionalista-, pero se han mantenido fieles a su Iglesia. Incómodos, incomprendidos a veces, sin entenderla, con razón unas veces sin razón otras, pero han seguido fieles a su Iglesia. Entonces, ¿quiénes se han ido? Como en los demás sitios, mucha gente cuya modernización ha concluido con su abandono de la fe y de las iglesias. Quizá más que en otros sitios, porque la causa nacional, vivida como reivindicación, es capaz en muchos de llenar las necesidades de sentido y esperanza propias de una fe religiosa. Algo así sucede con el fútbol. No lo entiendo, pero es así.

En consecuencia, no creo que una Iglesia vasca más alejada de la cuestión política hubiese conservado más fieles y más sacerdotes. No va por ahí la cosa. Dejo la discusión de si su proximidad fue excesiva y partidista. Personalmente, considero que fue honesta, pero realzando demasiado la importancia moral de resolver ya el conflicto nacional en su sociedad. Pero en cuanto a tener más fieles o menos, creo que no hay diferencia. Son pocos los que dejan la fe de la Iglesia por desacuerdos políticos con ella. Se alejan de ella, no de la fe. Los que se alejan de la fe, a mi juicio, lo hacen como sucedáneo de otras razones.

Para mí, el camino de la renovación postconciliar iba en serio y esto conllevaba la personalización de la fe, y de ahí, la merma social. Todo lo demás son enfados o decepciones que alejan temporal, pero no definitivamente.

Y entonces, ¿la restauración se ha volcado en la Iglesia vasca por nacionalista o por su renovación eclesial modernizadora? Creo que por ambas cosas. Y no como realidades dispares, sino como sumandos que al darse juntos multiplican sus efectos. Toda la Iglesia universal (europea) iba a reclamar la senda de la restauración para la Iglesia vasca, y la Iglesia española -ya restaurada- ha añadido la razón política (anti)nacionalista para desearlo. Y aquí el recambio episcopal.

He dicho que la restauración la juzgo fruto más del miedo o vértigo institucional que del Evangelio. Es lo que pienso y lo que advierto sin ánimo de dar lecciones: se apuesta por la espiritualización del Evangelio para recuperar a hombres y mujeres que quieren esa religión y dejamos a jirones parte del Evangelio. Y juzgo que la restauración también tiene intención política, se quiera o no. Se entiende que una Iglesia vasca con un episcopado silencioso en términos de sujeto nacional o pueblo ha de ser más independiente; y así es, sólo que más independiente del nacionalismo que busca reconocimiento y más dependiente del oficial en la ley común. Como la causa nacional no es lo que más me atrae, puedo decirlo así de claro.

También digo que la madurez de la Iglesia vasca hace imposible un alejamiento de sus raíces y sensibilidades más populares en tantos sentidos, y menos aún su silencio moral en lo público. Imposible. Un ejemplo: los nuevos obispos dicen "nuestro pueblo vasco" con naturalidad. En boca de los anteriores, esto sonaba a política nacionalista. Ya verán cómo terminan acusados del síndrome de Estocolmo. Claro que si ETA desaparece, como espero y exijo, por fin todo va a ser más fácil para ellos.

Las cartas nos las vamos a jugar, mucho más que en la política, en si triunfa la restauración eclesial al modo preconciliar -es decir, "doctrinario, clerical, neoconfesional y espiritualista"- o si subsiste el modo postconciliar -es decir, "experiencial, participativo, laico y comprometido socialmente"- con un sumando recién descubierto. La mejor praxis eclesial y social requiere de una experiencia religiosa honda y compartida, una mística del Dios de Jesús; y al contrario, sólo será una mística honda y cierta si hace el camino de Jesús hoy y, por tanto, en la historia humana con especial cercanía a la vida de los más pobres y débiles del mundo. La historia humana cotidiana es lugar real de la salvación de Dios. Quien la evite en sus diversos planos, también en el social y público, se aliena de la fe de Jesucristo. No sólo la fe en, sino la fe de Jesucristo. Al tiempo.

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