Gregorio Delgado del Río Retroceso democrático, a la vista
(Gregorio Delgado del Río).- Aunque todo es susceptible de interpretaciones varias, incluso a veces contradictorias entre sí, vivimos en el marco del relato liberal. Después de la dictadura franquista, los españoles hemos experimentado intensa y extensamente el valor de la libertad durante un largo periodo de tiempo. Hemos aprovechado sus potencialidades creadoras en casi todos los campos. Hemos progresado considerablemente. Sin embargo, es posible que nos hayamos sentido tan a gusto, que hayamos creído que la libertad y el sistema estaban garantizados para siempre. Tan importante error de perspectiva, nos ha llevado a acomodarnos en la situación y a ignorar por completo los riesgos y peligros que nos acechan.
Es común subrayar que la democracia representativa (la que disfrutamos ahora) no está haciendo bien las cosas. Genera y/o tolera, por las más diversas causas, múltiples quejas ciudadanas (verdadero descontento), casi siempre ciertas y fundadas Pero, sobre todo, propicia una tendencia, más o menos invisible, que carcome el sistema mismo y que, si no se combate con eficacia, acabará con él, con la la democracia.
‘Contra el rebaño digital' (Jaron Lanier), se ha de permanecer en constante alerta. Las democracias (son numerosos los ejemplos recientes) suelen erosionarse poco a poco, imperceptiblemente, mediante actuaciones a veces difícilmente detectables. Aquí radica el peligro: en la dificultad para detectarlo, dada la envoltura bajo la que se ofrece. El riesgo ahora no son los militares, sino los propios gobiernos elegidos en las urnas mediante lo que los expertos han dado en llamar ‘alianzas fatídicas'.
La España actual puede ponerse como ejemplo paradigmático. Al margen de la valoración negativa del Gobierno Rajoy, lo innegable es que el Gobierno Sánchez, para poder ostentar y mantenerse en el poder, ha necesitado y necesita una alianza fatídica y, en sí misma, contradictoria. "Ya no está en el constitucionalismo' (Albert Rivera). Ya no parece compartir el consenso tradicional con las fuerzas constitucionalistas en cuestiones importantes (las elecciones libres, el pluralismo, la independencia judicial, los derechos humanos, la laicidad, la defensa de la unidad de España, el imperio de la ley, la tolerancia, la política de Estado, la educación y la inmersión lingüística, etc.).
La ‘quiebra moral del PSOE' (Albert Rivera) es una evidencia. Depende en todo de fuerzas extremistas disgregadoras (Nacionalistas separatistas y Podemos) que lo tienen, a veces, maniatado y, otras, le consienten reformas e impulsos en contra de la otra mitad del electorado más moderado y que, en múltiples casos, no respetan el ámbito individual ni la conciencia del ciudadano. Es evidente que el Gobierno Sánchez no gobierna para la generalidad del país. ¿Prevalecerá en Sánchez el interés general frente al personal de presidir el Gobierno de España? Personalmente, tengo fundadas y más que razonables dudas al respecto.
Aquí hemos de llamar la atención del ciudadano y del votante. Como nos ha recordado estos días José A. Marina, lo importante en la era Twiter actual es la ‘gratificación inmediata'. Cierto. Por ello, el populismo constituye la expresión actual de la política, que, junto con el nacionalismo, sobre todo si es separatista, se configuran como el resurgir de los demonios de Europa (Macron) y de España. Cabalmente, las dos muletas que sustentan el Gobierno Sánchez.

Aquí radica, precisamente, el peligro. Lo que parecía definitivamente conquistado y garantizado (la libertad) puede desaparecer. Los extremismos, necesarios para que Sánchez pueda presidir el Gobierno de España, le están llevando a erosionar las instituciones, a practicar una especie de demagogia populista (el patinazo del TS es un ejemplo claro), a airear sus malas relaciones con la verdad (Calvo/Vaticano), a atropellar el mercado financiero, a concesiones a los separatismos (discriminatorias del resto de los ciudadanos), a la increíble política de no garantizar la enseñanza del castellano en todo el territorio nacional, a entrometerse en la conciencia e intimidad de las personas y de los padres de familia en aspectos básicos de la educación de los hijos, a entender la laicidad como barrido de la religión, específicamente, católica y de las instituciones que la representan, a separar y dividir (infernar) a la sociedad, etc. etcétera.
En este marco de realidades (podrían multiplicarse los ejemplos), lo que ha de preocupar, como han expresado Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, es que "una de las grandes ironías de por qué mueren las democracias es que la defensa de la democracia suele esgrimirse como pretexto para su subversión". Evidente. Todos los días lo vemos y comprobamos en nuestra España. Y, todo ello en pleno activismo político, merced a Sánchez que sólo parece importarle su plato de lentejas.
En estas circunstancias, debemos aprender de otros países, cuyo sistema de libertades ha naufragado. Y, a este respecto, la mirada hay que dirigirla a la ciudadanía, concienciarla, ayudarla a detectar las trampas (auténticas mentiras, no obstante la apariencias) que le tienden los extremos y empujarles a orientar su voto de tal forma que no se conviertan de hecho en cómplices de lo que, en realidad, no quieren (erosionar/acabar con la democracia).
Ya el español Juan José Linz, Catedrático de Yale, nos alertó en 1978, que el peligro puede venir por "la afinidad mayor que un partido básicamente orientado al mantenimiento de un sistema muestra con los extremistas que están a su lado del espectro político, en vez de con los partidos moderados del sistema al otro lado del espectro". Este puede ser y es el caso en España. Pocos pensaron que el Sr. Sánchez (la tradición socialista era otra muy diferente) se atrevería a servirse de los extremistas (Podemos y nacionalistas separatistas). Y, sin embargo, ahí está, con su apoyo, en la Presidencia del Gobierno de España. ¡Alianza fatídica! Y, no sólo, como aseguró en la moción de censura, para convocar elecciones de inmediato, que no ha convocado. Lejos de aislar los extremismos por su izquierda, los ha legitimado.
En estos supuestos, nos dijo el ilustre Catedrático de Yale,
"cuando los extremistas se postulan como serios contrincantes electorales, los partidos moderados deben forjar un frente común para derrotarlos". Ante el frente popular surgido, urge la unión de los verdaderos demócratas, aunque militen en grupos y/o partidos ideológicamente distantes pero, eso sí, comprometidos en la salvaguardia de lo común a la inmensa mayoría de españoles: el sistema democrático.
A este respecto, urge realizar una intensa pedagogía electoral que desmonte la mendaz argumentación populista. El invocar (engañar) al pueblo, puede acabar en que éste los convierta en tiranos. ¡Y, adiós, democracia, adiós! Gran responsabilidad de los partidos más moderados y constitucionalistas.
Es más, en este orden de cosas, creo que los grupos religiosos, en concreto la Iglesia católica, puede prestar un servicio inestimable al país y a sí misma. Todo el mundo puede propugnar lo que quiera. No faltaba más: Libertad de expresión. Pero, responsablemente. Cuando, en los últimos tiempos, tanto eclesiástico se ha manifestado por los aledaños del extremismo, la alerta es necesaria. Un Gobierno permanente de las posiciones más extremistas (Frente popular: Psoe, podemos, nacionalismos separatistas) acabará con el sistema de libertades en España, erosionará las instituciones democráticas, cercenará libertades como la de enseñanza y la religiosa, a las que tan sensible se muestra el mundo eclesiástico. ¿De verdad es esto lo que propugnan para España?
¡Responsabilidad!
