Espiritualidad para estos tiempos de crisis


Dicen los entendidos del fenómeno religioso, que las religiones institucionales están perdiendo fuelle, que no responden a las necesidades del hombre y la mujer de la sociedad de nuestros días. Sin embargo, este hecho, constatable a todas luces, no afecta a la raíz que dio origen a las mismas: la espiritualidad.
Grandes hombres y mujeres profundamente espirituales dieron origen a movimientos religiosos que, a través de los siglos, se fueron organizando de tal forma que dieron como resultado a las Religiones actuales. Pero lo esencial de las mismas no es la estructura, sino la mística, la espiritualidad que está en la fuente, en su mismo origen.
Porque cuando se arrincona y se desatiende la espiritualidad, solo nos queda un edificio burocrático, sin alma.
Por otra parte, sabemos que la espiritualidad no es algo exclusivo de ninguna religión, sino que forma una parte esencial del ser humano, de todos los hombres y mujeres que habitamos esta Tierra. Volver, pues, a descubrir esta esencia primordial, esa entraña vital (tan olvidada en estas sociedades individualistas y consumistas, sobre todo del Norte), nos ayudará a reencontrar lo mejor de nosotros mismos para realizarnos y ponerlo a disposición de los demás.
Este desafío es decisivo para encontrar sentido a la vida, a nuestra propia existencia, a nuestra vocación de ser para los demás. Para alcanzar la senda de la genuina felicidad.
La espiritualidad empapa todo los que somos, lo que nos rodea, las actitudes que tomamos ante cualquier tipo de relación: la profesión que realizamos, los vínculos que establecemos, el sentido que damos a cada acto, a cada mirada.
Sabiendo que la persona verdaderamente espiritual es todo lo contrario a un ser desencarnado. Muy al contrario, nos sumerge en la realidad, nos obliga a tomar postura ante las injusticias, a defender al débil, a proclamar la verdad con la palabra y las obras. Prefiriendo lo que nos humaniza a lo que nos desvincula de nuestra más auténtica personalidad.
Por eso, una auténtica espiritualidad para estos tiempos de crisis abarcará todo lo que constituye la vida y las actitudes que manifestamos ante ella: el agradecimiento, la amistad, el compromiso, la caricia, la comunidad, el trabajo, el diálogo, el cuidado, el sufrimiento, la solidaridad, la inmigración, la fe, el perdón, el silencio, la oración, el misterio, la utopía…
La profundización y el crecimiento en la espiritualidad es, sin duda, el mejor camino para humanizarnos. Es decir, para divinizarnos.

Bienaventuranzas de la Espiritualidad

Felices para quienes la espiritualidad es como el aire que respiran, la sangre que recorre sus venas, la piel que les protege de las inclemencias, la propia atmósfera vital.
Felices quienes reconocen el profundo misterio en el que viven, la fuente interior que les impulsa a vivir y a desvivirse, no mirando hacia las alturas, sino hacia el hondón de su corazón y contemplativamente al mundo que les rodea.
Felices para quienes la espiritualidad es un camino de transformación personal, de aceptación de sí mismos y de las demás personas con las que conviven.
Felices a quienes la espiritualidad les induce a mantener una mística que una inseparablemente la intimidad, la confianza, la esperanza y el compromiso por un mundo mejor.
Felices a quienes la espiritualidad les invite a abrirse, a no dar nada por sentado, a desafiar dogmas y esclavitudes, para alcanzar la absoluta libertad a la que están llamados.
Felices a quienes la espiritualidad no les lleva a evadirse de su entorno, sino que los convierte en más sensibles, más responsables, más serviciales, más comprometidos, más humanos.
Felices quienes sienten que la vida les invita cotidianamente al encuentro, a permanecer en una búsqueda continua, a respetar, perdonar y amar a los otros, a dejarse deslumbrar por la belleza y la bondad que les rodea.
Felices quienes descubren su más íntima intimidad en el diálogo y en la cercanía con los demás, pues sólo cuando entramos en contacto con el tú descubrimos nuestro más propio yo.
Felices a quienes la espiritualidad les transforma en el mar en el que nadan, el aire en el que vuelan, la tierra que pisan y convierten su existencia en un permanente proceso de enamoramiento por Dios, por el Otro, por todos y cada uno de los seres humanos, por el mundo que les rodea. Porque ese enamoramiento les conducirá por caminos insospechados.
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