Moritos, sudacas, champiñones, panchitos, ilegales, guiris... El "Nuevo Mundo" por descubrir es un mundo de prójimos sin fronteras.

Es urgente una nueva encíclica que reafirme la dignidad de los migrantes, retomando la intuición de "Sublimis Deus"... Hoy, como en el siglo XVI, la Iglesia enfrenta el reto de proclamar proféticamente su humanidad plena, frente a quienes los reducen a amenazas o a mera fuerza laboral desechable, negando su derecho a la fe y a la vida.
Existe un clericalismo nostálgico de una cristiandad imperial, que ignora el Vaticano II, el diálogo y la libertad religiosa. Aunque algún obispo clame por muros identitarios e islamófobos, el Concilio recuerda que el plan de Dios incluye a todos los pueblos y religiones, derribando prejuicios y abriéndose al encuentro y la hospitalidad.
El sistema global instrumentaliza a los migrantes: brazos necesarios pero personas rechazadas. La Doctrina Social de la Iglesia, junto a voces proféticas desde Montesinos a Casaldáliga, recuerda que el migrante conserva derechos inalienables más allá de cualquier frontera.
El Pueblo de Dios necesita un magisterio potente, sin ambigüedades, que denuncie colonialismos, fronteras militarizadas y complicidades clericales. La opción por los pobres es reconocer al migrante como “tierra sagrada”, sacramento vivo de Cristo peregrino... No basta con discursos; es necesario descalzarse ante el rostro del forastero y construir una eclesialidad samaritana, profética y despojada de privilegios, abrazando la humanidad doliente.
El sistema global instrumentaliza a los migrantes: brazos necesarios pero personas rechazadas. La Doctrina Social de la Iglesia, junto a voces proféticas desde Montesinos a Casaldáliga, recuerda que el migrante conserva derechos inalienables más allá de cualquier frontera.
El Pueblo de Dios necesita un magisterio potente, sin ambigüedades, que denuncie colonialismos, fronteras militarizadas y complicidades clericales. La opción por los pobres es reconocer al migrante como “tierra sagrada”, sacramento vivo de Cristo peregrino... No basta con discursos; es necesario descalzarse ante el rostro del forastero y construir una eclesialidad samaritana, profética y despojada de privilegios, abrazando la humanidad doliente.
"Necesitamos una encíclica sobre la dignidad de los migrantes en el siglo XXI"
Introducción
En 1537, el papa Pablo III promulgó la bula Sublimis Deus, declarando que los indígenas americanos eran seres humanos dotados de alma y dignidad. Hoy, casi cinco siglos después, la Iglesia enfrenta un desafío análogo: la necesidad de proclamar, con la misma fuerza profética, la humanidad plena de los migrantes, esos "moritos", "sudacas", "panchitos" y "negros de m..." que son despojados de su dignidad por actos vandálicos, discursos políticos, eclesiásticos y sociales que los reducen a meras amenazas o instrumentos de mano de obra barata sin derechos, ni siquiera el de practicar su religión.
Urge una postura magisterial contundente, que no solo condene el racismo y la xenofobia, sino que también desenmascare las estructuras de pecado que los alimentan, incluyendo el clericalismo nostálgico de un pasado de cruzadas, expulsiones, inquisiciones y hogueras.
Pero es importante, que, a diferencia de "Sublimis Deus", no incluya "letra pequeña" que justifique posteriormente nuevas formas de opresión, sino que sea radical en su defensa del migrante como sacramento vivo de Cristo peregrino (cf. Mt 25,35).
La sombra del nacionalcatolicismo y el olvido del Vaticano II
Hay sectores dentro de la Iglesia que, como señala el teólogo Jon Sobrino, "viven anclados en una eclesiología preconciliar, donde la fe se confunde con el poder y la evangelización con la dominación" (Sobrino, La fe en Cristo crucificado, 1999).
Estos obispos y laicos, nostálgicos de un orden social donde la Iglesia vivía en concubinato con Estados y Dictaduras, no solo ignoran el ConcilioI, sino que rechazan su enseñanza más revolucionaria: redescubir la libertad religiosa (cf. Dignitatis Humanae) después de siglos constantinianos de imponer la fe con la ayuda del “brazo secular” (poder estatal).
Juan Pablo II comenzó el largo camino de pedir perdón por esos "errores" históricos antes de ingresar al tercer milenio y el papa Francisco ha denunciado esta mentalidad: "Cuando la Iglesia se encierra en sí misma, en sus privilegios, se enferma. Se enferma de autorreferencialidad y olvida que su misión es salir al encuentro de los últimos" (Evangelii Gaudium, 49).
Sin embargo, persisten quienes predican como si las dictaduras del siglo XX y el proyecto endogámico y beligerante de "Cristiandad" fueran modelos a “restaurar” para que el mundo “vuelva a funcionar bien”, ignorando que el Evangelio no se impone por la fuerza, sino por el testimonio del amor (cf. Jn 13,35) que busca expandirse para todos y estima a otros que "hacen el bien pero no son de los nuestros" (Mc 9,38).
Escuchamos en estos días a un jerarca eclesiástico muy seguro de su pureza étnica-religiosa y su “superioridad moral y patriótica”, hablar despectivamente de “los moritos”. Pero el Concilio Vaticano II, en Nostra Aetate (n. 3) y Lumen Gentium (n. 16), reconoce con estima a los musulmanes, quienes adoran al Dios único y misericordioso y comparten la fe de Abraham. El plan de salvación los incluye, valorando su oración y compromiso moral.
Desde esta visión profética, la Iglesia se abre al diálogo fraterno, invitando a una colaboración en la justicia y la paz. Son los puentes misericordiosos e inteligentes los que nos salvarán, no las ignorantes murallas identitarias.
Así, el Concilio inauguró hace 60 años, una pedagogía de encuentro y esperanza común entre cristianos, musulmanes, otras creencias e incluso la modernidad. Lamentablemente algunos cristianos aún lo ignoran porque pone al descubierto el pecado sistémico del nacionalcatolicismo islamófobo, racista y retrotópico en el cual se sienten cómodos.
Migrantes: ¿Alma o mano de obra? La hipocresía de un sistema excluyente
Bartolomé de las Casas, frente a los encomenderos del siglo XVI, gritó: "¿Estos no son humanos?". Hoy, la pregunta es la misma, pero los opresores de la metrópoli ahora reducen al migrante a "fuerza laboral necesaria" pero "ciudadano indeseable". Como denunció Pedro Casaldáliga: "El capitalismo necesita brazos, pero rechaza personas" (Espiritualidad de la liberación, 1992).
La Doctrina Social de la Iglesia es clara: "El migrante es portador de derechos inalienables que no pierde por cruzar una frontera" (Fratelli Tutti, 129). Sin embargo, algunos obispos bendicen políticas de "disuasión humanitaria" (eufemismo para campos de detención) o callan ante discursos aporofóbicos que criminalizan la pobreza inmigrante. ¿Dónde queda entonces el grito del abad Montesinos: "¿Con qué derecho los tenéis en tan cruel servidumbre?"
El papa Francisco enseñó que no basta con “tolerar” a los inmigrantes, sino que tenemos que acoger, proteger, promover e integrarlos. Son un potencial inmenso para ampliar la riqueza económica y social de nuestros países. Algo muy distinto de lo que se ha hecho sistémicamente hasta ahora, que se los usa como carne electoral.
En "Fratelli Tutti", el papa Francisco critica el nacionalismo exacerbado y egoísta como un obstáculo para la fraternidad, ya que promueve la exclusión y el conflicto en lugar de la solidaridad y la unidad. Critica las ideologías populistas mesiánicas que usan un concepto de “nacionalidad” excluyente para justificar el egoísmo y la pérdida del sentido social.
El clericalismo: Obstáculo para una Iglesia samaritana
El papa Francisco ha identificado al clericalismo como "una de las perversiones más graves que enfrenta la Iglesia" (Discurso a la CLAR, 2013). Este mal, que convierte al clero en casta privilegiada, explica por qué algunos pastores ven al migrante como "problema" y no como "oportunidad de encuentro con Cristo". Ignacio Ellacuría, mártir de la Universidad Centroamericana, lo advirtió: "La Iglesia no puede ser voz de los sin voz si primero no se despoja de sus ataduras al poder" (Escritos teológicos, 1989).
Mientras tanto, ciertos laicos "ultras", formados en catequesis preconciliares, alimentan movimientos populistas que instrumentalizan la fe para excluir. Como profetizó san Óscar Romero: "Cuando la Iglesia no se pone del lado de los pobres, está del lado de sus verdugos" (Homilía, 1979).
“La tendencia a dividir conflictivamente el mundo en Ellos y Nosotros es un universal humano, es algo que se ha hecho y se hace en todas las épocas y lugares” (P. Malo, Los peligros de la moralidad), pero Jesucristo vino a cambiar las cosas y es la irrupción de la mayor fuerza fraternizante de la historia: “Él hizo de nosotros un solo pueblo, destruyó el muro que nos separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía”. (Ef 2,14) Seguirlo es seguir su lógica de unir lo que el pecado divide.
Hacia una nueva encíclica: pero esta vez, sin letra pequeña
Necesitamos un fuerte aporte del magisterio sobre la dignidad migrante. Éste debería evitar los errores de Sublimis Deus, cuya declaración de humanidad fue socavada por la "doctrina del descubrimiento" y la fórmula jurídica del Requerimiento que amenazaba a los aborígenes de muerte si no se convertían a la fe y al rey. No basta con afirmar una idea abstracta que “son humanos como nosotros”; hay que denunciar:
El colonialismo económico que expulsa a millones de sus tierras (Laudato Si’, 51). Es el costo del estilo de vida occidental que pagan otros (externalización de costos). No se emigra por deporte sino para sobrevivir.
Las fronteras militarizadas, como si el otro fuera una amenaza. La industria armamentística lucra con el falso patriotismo (Fratelli Tutti, 262). El filósofo Achille Mbembe advierte: "La necropolítica decide quién merece vivir y quién debe morir" (Necropolítica, 2016).
La complicidad eclesiástica con ideologías contrarias a los derechos humanos que emanan del Evangelio. El clericalismo, una deformación de la misión del clero, siempre se pone del lado del poder, que lo recompensa con privilegios y falsas sacralizaciones (sesgo constantiniano).
Como enseñó Gustavo Gutiérrez: "La opción por los pobres no es una teoría, es una exigencia de coherencia evangélica" (Teología de la liberación, 1971), ningún nacionalismo populista podrá reemplazar la conciencia cristiana del rostro pobre del inmigrante.
Conclusión
Profetas o escribas, esa es la cuestión
La Iglesia no es estática sino peregrina, y ha de responder al acuciante "signo de los tiempos" migratorio actual. Como en el siglo XII, XVI o XXI, el Espíritu suscita profetas: los Franciscos (de Asís y la Argentina), los Bartolomé de las Casas y Montesinos, los Romero y Ellacuría, las comunidades que arriesgan su seguridad por defender "ilegales". Frente a ellos, los escribas de hoy —epulones de la exclusión— repiten: "atentan contra nuestro estilo de vida”, No hay presupuesto”, “no podemos con todos", “ellos son más xenófobos con nosotros en sus tierras”, etc.
Jesús no negoció la dignidad de la samaritana (extranjera), ni del centurión (invasor), ni del buen ladrón (delincuente). La Iglesia no puede hacerlo hoy. Como dijo Casaldáliga: "Todo hombre es tierra sagrada. Y quien pisa tierra sagrada, debe descalzarse…".
Es hora de dejar de turistear con tantos viajes consumistas hacia ninguna parte y comenzar a peregrinar hacia la tierra sagrada del migrante, rostro sufriente de Jesús que vive entre nosotros: "Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis"
Estamos llamados a ser profetas, no escribas de este “orden” mundial que “mata” (Francisco). La dignidad de cada migrante no es negociable; es un sacramento vivo de Cristo peregrino. Despojémonos de la complicidad con la exclusión, rompamos con las estructuras de pecado y construyamos una eclesialidad y patriotismo samaritanos que se descalza ante el rostro de los forasteros, reconociéndolos como tierra sagrada y bienaventurados que nos preceden en el Reino de los Cielos.
poliedroyperiferia@gmail.com