Son tiempos de utopía
| Gabriel Mª Otalora
¿En un mundo en crisis, tienen cabida las utopías? Es decir, sitio para la representación imaginaria de una sociedad mejor que la actual, de imposible o difícil realización, al menos en el momento en que se formula. La utopía no es el presente, pero proyecta modelos de ideales universales para organizaciones sociales y políticas concretas. Estando tan centrados en lo práctico, parece necesario construir utopías al servicio de la dignidad humana amenazada. Es momento de activar nuevas esperanzas frente a las distopías ancladas en el pesimismo existencial. En tiempos de crisis es cuando las utopías tienen mayor sentido, a pesar de sus detractores.
Utopía es un neologismo creado por Tomás Moro (Thomas Moore) para describir la sociedad perfecta frente a la Inglaterra renacentista. Fue planteada a contrapelo del rumbo marcado por el progreso brutal ya inminente. Era una llamada de atención, una posibilidad alternativa de algo nuevo, más justo, más igualitario.
Aquello no fue la primera utopía de la historia -ni la última- aunque sí con ese nombre. La misma idea de proyectar un mundo mejor se había expresado antes en la ciudad mesopotámica de Dilmún; en algunos relatos bíblicos, en el pasaje con los feacios de la Odisea de Homero, o en Confucio y en Platón, por poner algunos ejemplos.
El carácter movilizador utópico no tiene que ver con una perfección estática y alejada de la realidad. Más bien trata de revertir el curso de la historia buscando un mundo mejor. El todavía-no utópico va unido a la actitud de esperanza por su función anticipatoria capaz de cambiar la manera de vivir el presente y la orientación al futuro. Lo digo porque “Utopía” puede significar negación (lugar inexistente), o puede traducirse por “buen lugar” desde lo que hoy no es posible, pero puede serlo más adelante. Es probable que Moro quisiera conjugar ambas ideas: “no lugar” a la vez que “buen lugar” que implica trabajar en ello para lograrlo.
Creo que nadie propone utopías sin la posibilidad de conseguir algún nivel de objetivos. Utopía entonces como el ideal hacia donde debemos conducirnos con actitud entre esperanzada y comprometida en la práctica, y más necesaria que nunca ante la falta sentido que acumula esta sociedad. No sería la primera vez que una alternativa ideal acabe siendo realidad en el futuro cuando se trabaja para lograrlo.
No desdeñemos las utopías como un motor de cambio histórico; frente a las políticas anti utópicas, como es el caso del neoliberalismo tan acumulador como no cristiano. Sobre ellas podemos construir parcelas de actividad para un mundo mejor. Un ejemplo son los Foros Sociales Mundiales (FSM), fuente innovadora como alternativa al modelo de pensamiento único económico. En ellos han destacado las aportaciones de Joseph Stiglitz, Ignacio Ramonet o Federico Mayor Zaragoza, entre otros.
A pesar de que las utopías -de muy distinto signo- son parte de la historia, sufren un desprestigio, sobre todo entre quienes prefieren mantener las cosas como están y no correr riesgos introduciendo cambios personales en sus vidas, ni cambios sociales y políticos que dañen sus intereses particulares. No es verdad que vivamos tiempos post utópicos. Aceptarlo sería limitar las ansias innatas humanas de mejora que pueden irrumpir como un ideal y concretarse en el día a día. Jesús de Nazaret es nuestro ejemplo de cómo hay que posicionarse en el día a día: de manera esperanzada, activa y solidaria con el sufrimiento de personas concretas. De los sueños utópicos así entendidos nacen los mejores afanes humanos, tal y como anunciaron los profetas (el Papa Francisco ha sido uno de ellos). Sin utopías, el ser humano no ve sentido a su vida, ni posibilidad de revertir las injusticias.
Lo que ha entrado en crisis no son las utopías, sino ciertas utopías maximalistas y rígidas venidas del pasado como reacción a injusticias estructurales tremendas. Por ejemplo, la Revolución Francesa logró una sociedad política nueva más libre, pero descarriló en la justicia y sin rozar la fraternidad. Después vinieron otras utopías como la comunista, primando la colectividad sobre los individuos a sangre y fuego. Hoy florecen utopías minimalistas enfocadas en lo cotidiano (Eclesiastés)… ¡a nuestro alrededor! Igual no podemos vislumbrar cambios radicales en algunas injusticias globales, pero la utopía puede ser muy relevante también a nivel individual.
Estas utopías minimalistas se manifiestan en forma de proyectos micro de transformación social. Por ejemplo, para que determinados pueblos puedan comer dos o tres veces al día, y que todos dispongan de un techo. Cuando esta realidad está lejos de lograrse para todos, el que una o varias personas reduzcan su precariedad es muchísimo para ellas, aunque para nosotros sea una gota en el océano. Esto también es transformar la realidad, a pesar de las estructuras injustas que las provocan. Quiero decir que es positivo trabajar por utopías minimalistas a la vez de hacerlo en las maximalistas. Es humanidad básica. De hecho, trabajar en las minimalistas crea la base para utopías más altas por un mundo mejor. Visto desde otro ángulo, el Principio Esperanza (Ernst Bloch, marxista) es compatible con el Principio Misericordia (Jon Sobrino, cristiano).
HASTA EL 23 DE AGOSTO, ¡Y FELIZ VERANO!