Munilla y los efectos del espiritualismo desencarnado

Estoy completamente seguro de que monseñor Munilla no quiso decir lo que dijo. Aunque literalmente lo dijese y ahora desmienta a los medios. No supo expresarse adecuadamente. Y eso que es un maestro de la expresión y un experto en los medios. O mejor dicho, lo que le pasó es que "de la abundancia del corazón habla la boca". Y a Munilla le jugó una mala pasada su espiritualismo desencarnado. Esa especie de veta teológica ultra, según la cual el pecado es el mayor de los males, porque ofende directamente a Dios.

No voy a entrar en la fácil réplica que ese espiritualismo desencarnado tiene a nivel teológico. Me preocupan más las repercusiones de las afirmaciones de Munilla (Y Cia)en la creciente desafección de los creyentes y en el hundimiento, cada vez mayor, de la imagen de la institución. Y, en una sociedad mediática como la nuestra, la mala imagen de una institución conlleva el descrédito y la pérdida de autoridad moral, que es el mayor capital de la Iglesia católica o de cualquier Iglesia.

Y lo que es peor, la metedura de pata de Munilla "tapa" la ingente labor social, solidaria y caritativa relizada por la Iglesia católica aquí y en Haití. Siempre a pié de obra y entre los más desfavorecidos. Encarnada en las tragedias del mundo y en el dolor de las víctimas del terremoto. Para que venga un obispo y eché por tierra, ante la opinión pública, toda esa maravillosa labor.

Y, encima, la reacción de Munilla es la de siempre, la de cualquier político: matar al mensajero. Todos los medios (todos, sin excepción, desde agencias a periódicos, televisiones y radios) recogieron esas afirmaciones. ¿Se equivocaron todos o se equivocó el obispo, al menos a la hora de formular sus ideas?

Si hubiese reconocido su error de formulación, otro gallo cantaría...Pero hace, como todos, dedicarse a descalificar a los mediadores y tacharlos de manipuladores. La eterna cantinela. ¡Con lo fácil y lo evangélico que sería pedir perdón! Hasta serviría de ejemplo a otros muchos líderes sociales. Pero, para eso, hay que tener madera de líder y alma de santo.

José Manuel Vidal
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