En Lourdes, más que milagros
Nunca he contemplado con mis propios ojos un milagro. Bueno, lo que llamamos milagro. Pero en una ocasión sí conocí a un muchacho jovial que había recibido en su vista a Lourdes un doble favor insigne de la Virgen. Tenía Pruden la parte dorsal de la m,ano cubierta de eccema. Algo que le molestaba mucho y no conseguía curar con ninguna medicina.
El mismo lo contaba: "-Metí la mano en el manantial de la Virgen; y al día siguiente me encontré con la mano limpia. Ya nunca me ha vuelto a molestar. Pero lo importante fue mi cambio. Hasta entonces había sido un chico muy abandonado; desde ese momento, nunca falto a Misa; hago oración, y siento una alegría muy honda en mi alma que me la da la Virgen."
Todos advirtieron en este joven el cambio profundo. A todos impresionó más aún que el favor de la Virgen en curarle las manos, la gracia que le infundió en el alma, para ser desde entonces un hombre nuevo.
Con frecuencia he oído afirmar esto: Todos los enfermos que marchan con fe a Lourdes, vuelven siempre beneficiados, consolados, como con una inyección de vida, energía y fortaleza, para continuar el camino de la vida con mayor alegría. Al ocurre.
Nos repiten con frecuencia en los sermones que hemos de ser personas optimistas, esperanzadas porque nos apoyamos en la resurrección de Jesús. Y no se trata de ninguna ingenuidad ni vana ilusión, como quien desconoce la presencia del mal en el mundo.
La verdadera cuestión consiste en enfrentarse a la enfermedad o problemas particulares con la cara alta; como quien sabe que la esperanza es cierta; que Cristo nos aguarda a la vuelta del camino; que estamos sólo de paso por este mundo.
No se llega a esta actitud de de espíritu en un día. Nuestro amigo el mozo favorecido por la Virgen de Lourdes lo consiguió de forma repentina; lo mismo que la curación de sus manos. Otros logra esa paz, esa seguridad y optimismo incluso en los problemas más candentes, tras largo esfuerzo ascético, y siempre confiado en la bondad de Dios que está junto a nosotros.
Es como una experiencia de convicción profunda. Caer en la cuenta en nuestra propia carne de lo que nos decía San Pablo: "El Señor está cerca; nada os preocupe, sino que en toda ocasión... vuestras peticiones sean presentadas a Dios." (Fil. 4,6)
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