Redes rotas en la pesca, en el cuerpo, en el alma


Esta mañana he contemplado una imagen familiar desde los días de mi infancia: unas mujeres - esposas e hijos de pescadores - se afanaban en reparar las redes rotas y embarulladas por la brega de varias semanas de pesca en alta mar. Con paz arreglaban algo que a los profanos se nos antoja imposible: soltar madejas deformes; unir cabos; extender las redes al sol otoñal...
¡Qué bueno - pensaba yo - este mismo quehacer para nuestras facultades interiores! Porque lo cierto es que cuando se trata de enfermedades físicas lo hacemos por lo general con interés. No nos importa incluso sacrificarnos. Arreglara nuestras redes corporales, cuanto antes. Pero las otras redes... ¡Ay amigo, qué difícil! Y es preciso meternos en esta labor; porque el espíritu tiene muchas dolencias.

Ante todo no embarullar nuestra alma con pensamientos vanos o peligrosos de venganzas, robos o lujurias. Quitar la atención de lo malo y ponerla en un plano lleno de la luz y calor del sol. Soltar la memoria en la esperanza; confiar en Dios con filial abandono, cortando así, sin más, los nudos que embrollan las redes de nuestra alma y causan enfermedad en nuestro espíritu.

Inmenso bien produce la purificación de la memoria; todos los autores de de la ciencia mística lo aseguran. Si pones, amigo mío, en orden y paz esta facultad del alma, irás consiguiendo una oración sin distracciones; escucharás la voz del Amado en el silencio interior. Y así, después del contacto íntimo con Dios, podrás centrar en el prójimo tu atención solícita, no distraída por objetos inoportunos del propio egoísmo.

Vive sereno en medio de las vicisitudes de la vida, controla tu propia imaginación (¡loca de la casa la llamaba Teresa de Jesús!). Duerme y descansa sin pastillas: "En paz me acuesto y enseguida me duermo”.
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