Para obispos y todos los demás. XXXVI ÚLTIMOS RAMALAZOS DE CRISIS

La vida de un cristiano, sacerdote, padre y abuelo

 Testimonio humano - espiritual de un sacerdote casado.

Autobiografía.

XXXVI  ÚLTIMOS RAMALAZOS DE CRISIS

PRIMERO DE TEOLOGIA, aparte de los éxitos de profundización en la fe, me mostró una faz muy dura. Trabajé. Confié. Vencí. En el combate poco faltó para sucumbir definitivamente. El ramalazo comenzó en los ejercicios espirituales el 16 de noviembre. ¡Noviembre! ¡Qué mes más fatídico a través de casi todos los cursos de la carrera!

Todavía quedaban en mi alma ciertas "revoluciones" interiores a causa de antiguos escrúpulos de conciencia. Eran los problemas de aquellos tiempos; parecidos a los actuales de anorexia en lo sicológico, aunque la motivación de entonces resultaba como más noble que la de ahora. Me siguió ayudando Don José Mª Pérez Lerendegui de quien guardo profundo agradecimiento. Seguiré con la carrera, hasta la meta. No abandonaré. Dios me ha de ayudar. La luz volverá a mi alma.

crisis

Los propósitos de aquellos ejercicios espirituales del 1954 fueron del siguiente tenor: Procurar tranquilidad en el estudio, sin dedicarme a otras cosas. Ducharme todos los días con agua fría; esto me dará mayor tranquilidad. Mayor empeño en el rezo del Rosario. Imponerme alguna penitencia cuando ocurra alguna falta de caridad o desobediencia.

El P. Espiritual no me ayudaba demasiado. Me dejaba simplemente en libertad: "Dos caminos, sacerdocio o matrimonio. Con la conciencia tranquila puedes elegir cualquiera de los dos." Eso sí, con su control me fue más fácil dominar del todo mi tendencia al escrúpulo, y por esto le demostraré mi enorme agradecimiento.

Don Carmelo Velasco, el hombre fuerte del seminario, no gozaba de grandes simpatías por parte de los seminaristas. Pero siempre reconocí yo en él un hombre de extraordinario valor de ayuda, aunque me hubiera gustado que fuera más cordial. En una de mis charlas con él recuerdo que le dije:

- Tengo ganas de ordenarme y comprometerme con el celibato. Me molesta la posibilidad "eterna" de elegir. Una vez comprometido no podré volverme atrás.

Con gran sabiduría añadió él: - Después, el problema es mucho mayor: la imposibilidad de cambiar de estado; este pensamiento puede llegar a provocar una enfermedad mental. ¡Qué razón tenía! Dos meses más tarde, en la cuesta de enero, el problema de escrúpulos de conciencia llegó al clímax. El Padre espiritual me insinuó que no haría mal en marcharme. Pero yo quise realizar la última prueba. Estaba seguro de que, al final, vencería. Yo me veía sacerdote, predicador, apóstol. El Señor sabe escribir derecho con líneas torcidas, y venceré. Sangraba mi corazón al pensar que pudiera yo dejar aquel ideal sublime.

Pasaba días tristones pensando en mi porvenir. Y sacaba el propósito de no preocuparme; confiar en Dios. Hoy por hoy - me decía - estoy aquí. Tal vez el día más amargo de mi carrera pudo ser en aquel año: una tarde en que el profesor Nagore, el de Derecho Canónico, con el que me escribo todos los años por Navidad, me preguntó la lección, me quedé en blanco. No supe decirle ni los días de la semana. Por fortuna él se dio cuenta de mi estado de ánimo. Me excusó. No me banderilleó con un cero. Aquello fue algo que me dejó hundido de tal manera que durante algunos días pensé prudente abandonar la carrera.

Pero, en medio de todas aquellas tinieblas, vi la luz. La solución, la gracia actual fuerte me inundó un 3 de febrero durante el retiro espiritual. Tomé la resolución de no mirar hacia atrás ni tampoco hacia el futuro. Sólo el presente. Y aun en esta misma resolución me abandoné en Cristo Eucaristía, mi amor eterno. "Todo lo puedo - me repetía con San Pablo - en Aquél que me conforta".

El Padre espiritual apoyó mi resolución. En marzo podía escribir, triunfante: "La cosa va bien. Y no lo digo por el afán de autosugestionarme. Va bien del todo. Me he abandonado en los brazos de Dios y vivo feliz. Siento fuerte tendencia hacia la inquietud, pero los nubarrones se han esfumado para siempre." No desapareció todo como por arte de magia. La lucha seguía con táctica bien estudiada. Si alguna vez me entretenía por pura tendencia en pensamientos de escrúpulo, los abandonaba en cuanto lo advertía y ni siquiera me preocupaba el haberme entretenido. La regla de oro estaba tomada de un libro de Eymieu que prestó Don Carmelo Velasco, el espiritual. Se titulaba; "La obsesión y el escrúpulo". Y era la norma de este tenor: "Para mí, ya se trate de pecado mortal o venial o de una simple imperfección, únicamente podré decir que los he cometido, cuando tenga de ello perfecta evidencia." Lo vería tan claramente como dos y dos son cuatro. Sin necesidad de reflexionar. Por supuesto, la norma estaba bien fundamentada en la moral cristiana. La "batalla por la paz" se pudo considerar ganada por completo a fin de curso.

Junio comienza en un día de paz íntima, de serenidad de espíritu. Se acercan las vacaciones y sueño con los ratos de larga intimidad junto a Jesús del Sagrario. Renovar el fervor en la misa y la comunión. ¡Cada día más entregado a Cristo.

Paladeaba al comienzo de las vacaciones el sabor inefable de la paz definitiva. Mi examen particular iba enfocado hacia la confianza en Dios. Ya nunca me apuraba por el porvenir. El pasado lo dejaba en manos de la Misericordia de Dios; el futuro, en su Providencia. Este ideal lo he de alcanzar hasta las últimas consecuencias. Los sufrimientos que vengan del amor propio herido y humillado, ofrecérselos al Señor alegremente. Quiero enamorarme cada vez más de Jesús Eucaristía. ¡Cuántos años con este problema coleando! De niño, el lío de las confesiones. Seminario menor y el tiempo de Filosofía, supieron mucho de mis dramas obsesivo - morales. Al fin, en los primeros cursos de la Teología quedó zanjada por completo la cuestión. Los efectos comenzaron a notarse incluso exteriormente; hasta llegué a engordar en un año siete kilos. Vesperinas plasmó en una caricatura este hecho: "Engordandi novum sistema en dos gruesos volúmenes."

Después de veinticinco años me parece imposible que me hayan podido torturar los escrúpulos de conciencia. La idea de limpieza del alma, y sobre todo el temor al infierno pudo ser una de la causas. Pura lógica para quien se lo toma en serio. Dios Juez, no dejará nada sin sanción. El infierno es una realidad que amenaza, luego hay que evitar a todo trance cuanto sea pecado. Ante el temor del infierno no es difícil caer en eta obsesión de si habré pecado o no. Pero... también Dios es Misericordia infinita. Hay que conjugar estas dos verdades. No creo que en el momento actual se den escrúpulos de conciencia en mucha gente. Hoy día nos domina la idea de Dios Padre - Amor. Y... por desgracia - y esto es muy grave - muchos no tienen fe.

Publico en pequeñas entregas la verdadera historia de mi vida de cristiano, sacerdote, padre y abuelo. Por razones obvias son supuestos los nombres geográficos de mis lugares de adulto. A muchos puede interesar.

José María Lorenzo Amelibia


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