Más que buscar humillaciones, aceptarlas

Espiritualidad

Más que buscar humillaciones, aceptarlas

vol d

En nuestros tiempos de formación aconsejaban buscar humillaciones, o al menos desearlas para lograr ser humildes. Nos decían que los santos incluso disfrutaban cuando eran humillados. Que Jesucristo sufrió muchas ignominias y habíamos de parecernos a Él.

 Yo nunca he conseguido asimilar estos principios. No me parecen lógicos ni siquiera al relacionarlos con la fe. Y me viene ahora a la memoria el caso de santa Matilde – creo que era - a la que el Señor en una aparición le ofreció llevar sobre la cabeza una corona de rosas u otra de espinas; que desde el punto de vista de la gloria de Dios era lo mismo. La santa tomó la de espinas, por parecerse más a Jesucristo. Tampoco lo llego a entender. A mi manera de ver, lo mejor hubiera sido la indiferencia: lo que la Providencia quiera. Intento barruntar la finura espiritual de la santa e incluso llego a admirarme de esta decisión.

 Pero yo no sería capaz. Pienso que en igualdad de gloria de Dios hubiera escogido yo la corona de rosas, porque mi psiquismo hubiera estado más en paz y tranquilo, porque resulta más fácil marchar por senderos de césped que por los pedregosos. Y creo que no lo hubiera dudado.

 Conocí a una persona a quien yo admiraba como santa: escogía los últimos puestos como nos indica Jesús en el Evangelio; llegaba a ofrecer la otra mejilla si le abofeteaban. Sereno y ecuánime, daba gusto. Me sentía yo ante él como un pobre soberbio. Pero esa misma persona, si apreciaba mancillado su honor, si alguien lo tildaba de loco o algo parecido, si sentía vulnerados sus derechos… no dejaba títere con cabeza hasta salir victorioso. No parecía el mismo.

 Y no se trata de un caso único. A lo largo de mi vida he visto repetirse el suceso por distintos lugares. Porque cuando se trata de elegir, de hacer nuestra voluntad, el amor propio se siente halagado al vernos distintos y superiores a los demás. Pero si recibes una humillación inesperada, si alguien quebranta tus derechos y tu honor, en el fuero interno decimos lo que cuentan de aquel fraile: “Humildes, sí, pero humillados, jamás”.

 Quienes somos personas corrientes, con ganas, sí, de perfección, pero sin vocación de héroes, preferimos aceptar la propia humillación, las limitaciones, incluso nuestras faltas y pecados, arrepentirnos y ofrecer como penitencia esa humillación y remordimiento que supone el error; hacer un acto de amor a Dios y seguir adelante.

 Y que Dios nos dé fuerza para no enfadarme cuanto nos sentimos vituperados en el honor. Si he de defenderme que sea con paz y sin mancillar a otras personas. No sé si a alguien le parecerá mi criterio una barbaridad, pero pienso que conviene tomar en consideración estos principios. Luego, que cada uno decida.

José María Lorenzo Amelibia  

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