Al final de vacaciones
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Al final de vacaciones
(Sevilla secreta)
Cuando terminan las vacaciones muchos comienzan el nuevo curso de trabajo con angustia rayana en la depresión. Pero, cosa curiosa, a otras personas les sucede algo parecido cuando comienza el largo mes de agosto en el que han de abandonar sus poderes ejecutivos para entregarse a un ocio familiar nada ansiado. Parece caprichosa la rueda del tiempo: fechas llenas de tradición entrañable, como la Navidad, muchos las afrontan con una melancolía tan profunda que preferían sufrir una gripe con fiebre. Para otros resulta insoportable el comienzo del otoño, cuando las hojas caen de los árboles y parece que agoniza la naturaleza. La primavera en hervor de juventud, a un número determinado de personas les afecta y sintonizan con el refrán: “La primavera la sangre altera”.
Fiestas, estaciones, ocio y trabajo son causas, caprichosas en apariencia, que debilitan la salud psíquica; incluso con frecuencia el organismo humano queda alterado profundamente. No se trata de manías, ni de males de ricos. Es algo mucho más profundo.
Estudiosos del tema nos hablan de “dolencias de calendario”, “estrés postnacional”, “depresión navideña”, “ansiedad de fin de curso”. Creo que fallan quienes intenten clasificar estas enfermedades leves entre las aprensiones supersticiosas, como ocurre en los temerosos del número trece, máxime si coincide con el martes. No me convence. Estos síndromes son definidos por la ciencia médica como síntomas que caracterizan un proceso morboso. No serían enfermedades en sí mismas, sino manifestaciones externas de posibles enfermedades. ¿Convendría profundizar en esto y analizar cada caso hasta encontrar una dolencia real? Yo lo pongo en duda.
Más en lo cierto debe de estar el poeta Novalis cuando afirma en un verso suyo: “La vida es una dolencia del alma”. Y es que siempre será verdad la idea que a San Agustín le ayudó a encontrar paz duradera para su alma: “Inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en Ti”.
Todos los años acostumbro a pasar unos días de retiro en un monasterio benedictino. Mis amigos y yo coincidimos en que, la vida del monje tan igual y repetitiva, tiene que ser dura y difícil. Sin embargo, un padre de edad avanzada y muy sano de cuerpo y alma nos decía: “No podéis imaginar: los días pasan con rapidez, con gran paz, sin prisas y con una felicidad sencilla que no cambio por nada”. Es muy distinta la resaca del mundano después de las “noches alegres con mañanas tristes”. En el fondo siempre está la vida de fe vivida a tope. Además, esta fe ferviente dulcifica existencia humana que es “una dolencia del alma” como afirma el poeta.
José María Lorenzo Amelibia
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