Católicos tradicionalistas, una herida abierta



Guillermo Gazanini Espinoza / Voces Católicas. 08 de febrero.- En julio de 2007 fue publicado el motu proprio Summorum Pontificum que provocó reacciones en diferentes sectores de la Iglesia. Liturgos y especialistas lanzaron un llamado para que se aceptara, con apertura del corazón, los lineamientos que rehabilitaron los libros editados por Juan XXIII y que contienen la liturgia de San Pío V. Esas mismas voces no dudaron en mencionar que el gesto de Benedicto XVI quiso crear lazos que permitieran la reintegración gradual a la comunión eclesial de la radical Fraternidad Sacerdotal San Pío X; sin embargo, otros señalaron que el motu proprio implicó un retroceso, la involución del aggiornamento promovido por Juan XXIII y Paulo VI para regresar a la teatralidad sacra, otorgándole una concesión muy grande a quienes han considerado a Paulo VI de “hereje modernista”.

Si bien el Concilio Vaticano II representó la oportunidad histórica para sacar al catolicismo del atascamiento y orientarlo hacia la “pastoralidad” y reconciliación con los miembros de otras confesiones cristianas, al seno de la Iglesia las voces discordantes clamaron traición a la tradición y de “protestantizar” la identidad católica; de hecho las innovaciones conciliares toparon con la pared del recelo, de la sospecha y la inconformidad. Mientras la Iglesia se movía a un diálogo con el mundo, otros mantenían la convicción de que el catolicismo debería permanecer en el sacralismo monolítico, el clericalismo y dogmatismo a ultranza.

Los “cismáticos de Ecône” provocaron la herida en esta renovación católica. Llamados así por haber tenido asiento en la comunidad suiza del mismo nombre, desafiaron a los sucesores de Juan XXIII tachando al mismo Paulo VI de traidor y hereje. Un carismático obispo, misionero celoso, de familia piadosa, docto y conocedor de la teología dogmática y de la filosofía quien, en su momento, dudó de la ortodoxia de otros teólogos, como Joseph Ratzinger provocó esta lesión que se niega a cicatrizar.

¿Quién fue Marcel-François Lefebvre? El 29 de noviembre de 1905 vio la luz en Tourcoing, Francia, hijo de una familia conformada por ocho hermanos, de los cuales dos se hicieron sacerdotes misioneros, tres entraron a la vida religiosa y otros tres optaron por la vida matrimonial. Su infancia se caracterizó por ser piadosa, atendía misa diariamente y era miembro activo de la Sociedad de San Vicente, dedicándose al cuidado de los enfermos. La influencia familiar y de sus maestros fueron creando en su conciencia la idea de abrazar el sacerdocio. Después de sus estudios medios superiores ingresó al Seminario francés en Roma, obteniendo doctorados en filosofía y teología por la universidad Gregoriana. Recibió la ordenación sacerdotal el 21 de septiembre de 1929, siendo destinado a la parroquia de Marais de Lomme, en los suburbios de Lille, Francia. Su hermano René era misionero en África. La nutrida correspondencia entre ambos sirvió para que Marcel decidiera ingresar al noviciado de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo en 1931. Después de tomar sus primeros votos religiosos, comenzó su vida misionera en Gabón, en octubre de 1932. En el seminario de Libreville fue profesor de Dogma y Sagrada Escritura y rector, en 1934, hasta que fue llamado por el Provincial de Francia para dirigir el noviciado de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo en Mortain. El 18 de septiembre de 1947 fue consagrado obispo en su ciudad natal por el cardenal Achille Lienart. Fue el primer arzobispo de Dakar, Senegal y delegado apostólico de Pío XII para los países francófonos africanos. Ayudó a la creación de cuatro conferencias episcopales, 21 diócesis y prefecturas apostólicas, además de la erección de seminarios.

Sus visitas anuales a Pío XII hicieron posible la realización de las acciones pontificias a favor de las misiones y la información que le proporcionó al Papa fueron la base para la encíclica “Fidei Donum” que revigorizó la labor misionera en el mundo. Juan XXIII lo nombró asistente al solio pontificio designándolo arzobispo de Tulle, Francia. En su diócesis puso especial cuidado en sus clérigos, sugiriendo a los sacerdotes que pudieran vivir en común en las comunidades rurales con el fin de fortalecer su vida espiritual. En julio de 1962, el capítulo general de los Padres del Espíritu Santo lo eligió como superior general y, por el mismo tiempo, el Papa lo designó como miembro de la comisión preparatoria del Concilio Vaticano II para colaborar en la formación de los documentos que serían discutidos por los padres conciliares.

Sin embargo, durante las reuniones de la comisión, Lefebvre se quejó por la presencia de sujetos no católicos y de individuos de dudosa doctrina, según él, como Hans Küng, Joseph Ratzinger, Karl Rahner, Yves Congar y Edward Schillebeeckx por lo que, junto con Casimiro Morcillo González, arzobispo de Madrid; Antonio de Castro Mayer, obispo de Campos, Río de Janeiro, Brasil; Geraldo de Proença Sigaud, arzobispo de Diamantina, Minas Gerais, Brasil y 250 miembros más, integró un ala tradicionalista al seno del Concilio conocida como el Coetus Internationalis Patrum que trató de parar la influencia del ala progresista encabezada por el Cardenal Agustín Bea.

La elección de Paulo VI redujo notablemente la influencia del ala tradicionalista en el Concilio abriendo las puertas de la Iglesia para una notable renovación. Hacia 1969, cuando permeaba en la Iglesia el nuevo espíritu de reforma, se pidió al arzobispo Lefebvre la creación de un pequeño Seminario en Friburgo que fue el germen para que, en 1970, comenzara en Ecône, Suiza, la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y que fue visto con recelo por las autoridades eclesiásticas de Francia. Aún cuando tuvo acercamientos con Paulo VI, se le acusó de promover en los estudiantes un juramento contra la autoridad pontificia, por lo que sufrió la suspensión a divinis el 22 de julio de 1976.

La Fraternidad tuvo su expansión en Alemania, Argentina y Australia. Lefevbre comenzó una serie de viajes para “confortar” a aquellos que se encontraban confundidos por los vientos “modernistas” de la Iglesia. Fue señalado por utilizar la misa tridentina como su bandera de lucha, frente a la misa de Paulo VI que consideró como una traición a la fe católica. Ya en el pontificado de Juan Pablo II, Lefevbre y Castro Mayer redactaron una carta abierta que dirigieron al Pontífice en noviembre de 1983 reprochando el apoyo que se estaba dando a la colegialidad episcopal, a la misa “protestantizada” de Paulo VI, a la difusión de la herejía en el seno de la Iglesia y por las visitas de Juan Pablo II a comunidades cristianas protestantes y sinagogas judías en Roma. En 1987, Marcel Lefebvre anunció su decisión de consagrar obispos para la Fraternidad de San Pío X. El 30 de junio de 1988, Marcel Lefebvre y el obispo Castro Mayer ordenaron a Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galleretta, hecho que provocó la excomunión de los consagrantes y ordenados, confirmada por el motu proprio de Juan Pablo II Ecclesia Dei del 2 de julio de 1988. El arzobispo Lefebvre murió el 25 de marzo de 1991 y sus restos descansan en el seminario de Ecône.

A pesar de los gestos de reconciliación que el Papa Benedicto XVI ofreció a la Fraternidad San Pío X, como fue el levantamiento de la excomunión de los obispos ordenados por Lefebvre, hechos tan graves como la negación del holocausto y la indisposición para aceptar los lineamientos conciliares han provocado que el diálogo con los tradicionalistas sea infructuoso. En sus sitios web, a pesar de los agradecimientos por la publicación de la Summorum Pontificum, se hace notar el rechazo del aggiornamento católico, del ecumenismo y de la necesidad de que la Iglesia se abra al mundo para evangelizar al mundo, discrepancias que son heridas dolorosas que manan sangre en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

En la carta número 78 dirigida a amigos y benefactores, Bernard Fellay, superior de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, lamentaba el estado de cosas particularmente al afirmar que el diálogo con otras religiones es un espectáculo triste y lamentable que reúne a una multitud abigarrada de paganos: “Con el advenimiento de Benedicto XVI se pudo esperar un cambio de la situación, ya que él mismo admitía que la Santa Iglesia se encontraba en una situación dramática. Y de hecho, en medio de una gran hostilidad, ha plantado varios hitos que pueden servir ciertamente para una restauración. Tenemos muy presentes en nuestra memoria agradecida los actos de buena voluntad que ha realizado a favor de nuestra Fraternidad. Sin embargo, la reiteración de Asís, incluso edulcorada, aún cuando modificada, según parece ser su intención, evocará inevitablemente el primer Asís, que fue escandaloso bajo tantos aspectos; uno de los más notables fue aquel triste y lamentable espectáculo, en el que se pudo ver al Vicario de Cristo a la par de una multitud abigarrada de paganos, invocando a sus falsos dioses y a sus ídolos —la colocación de la estatua de Buda sobre el sagrario de la iglesia de San Pedro de Asís sigue siendo la más increíble y abominable ilustración. Ahora bien, proyectándose festejar el aniversario de tal reunión se renuncia, por lo mismo, a criticar a su iniciador. A un pastor evangelista, que protestaba contra este nuevo Asís, Benedicto XVI le escribió que haría todo lo posible para evitar el sincretismo. Sin embargo, ¿se dirá a los participantes provenientes de otras religiones que no existe sino sólo una verdadera que salva? ¿Se les dirá que no existe bajo el cielo ningún otro nombre por el cual podamos ser salvos, sino el nombre de Jesús, como enseñó San Pedro, el primer Papa? (cfr. Hechos 4, 12). Estos son dogmas de fe”.

En México, la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X se encuentra en Ciudad Juárez y Chihuahua, Gómez Palacio, Monterrey, Saltillo, San Luis Potosí, León, Guadalajara, Ciudad de México, Puebla, Cuernavaca, Orizaba y Tuxtla Gutiérrez.
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