Jesús expulsa demonios. III Domingo Ordinario Mc 1, 29-39

La creencia en espíritus suprahumanos es constante en todas las religiones y ocupa un lugar importante en la religiosidad popular. En la misma línea están creencias que se colocan en el ámbito de las adivinaciones, supersticiones, esoterismo... De ahí el miedo supersticioso que muchos sienten ante la imaginación de apariciones, ruidos o visiones del “malo” o del “maligno”.
Fr. Antonio Peinador, OP./ Semanario Koinonía. Arquidiócesis de Puebla
Explicación
En el evangelio correspondiente a este domingo y al pasado, entre la temática para meditar, también está preguntarnos ¿qué hay de los demonios?
Hoy se nos habla de que Jesús “expulsaba a los demonios” y “no dejaba que los demonios hablaran”; al final de esta perícopa vuelve a decir que Jesús “expulsaba a los demonios”. Las alusiones bíblicas a los demonios son muchas; y son sugerencia para catequizar sobre “los demonios”.
¿Los demonios existen o no?
La creencia en espíritus suprahumanos es constante en todas las religiones; y ocupa un lugar importante en la religiosidad popular. En la misma línea están creencias que se colocan en el ámbito de las adivinaciones, supersticiones, esoterismo... De ahí el miedo supersticioso que muchos sienten ante la imaginación de apariciones, ruidos o visiones del “malo” o del “maligno”.
Como cristianos, tenemos que partir de la Doctrina Revelada. La Biblia entiende por demonio un ser suprahumano, enemigo de Dios que quiere o busca la perdición de los hombres, como lo hizo en el Paraíso.
Al demonio también se le llama Satanás, Diablo, Lucifer. La Sagrada Escritura usa otros nombres para referirse al demonio, como Belcebú, Príncipe de los demonios. A él se refiere Jesús cuando dice que “es homicida, mentiroso y padre de la mentira” (Jn. 8,44).
Su existencia
Sin buscar en el Antiguo Testamento, donde hay muchas referencias y pruebas, nos acercamos al Evangelio, que se nos hace más asequible. Leyendo con cuidado notaremos la firmeza con que dice de la existencia de los demonios.
Además del texto que nos corresponde leer hoy, podemos referirnos a otros lugares, como a la “multitud de demonios”, que tenían “poseído” al “endemoniado” que Jesús cura en Gadara: Preguntado el diablo: “¿Cuál es tu nombre?” Contestó: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos” (Mc. 5,9). Jesús al enviar a los discípulos les comunica su poder sobre los demonios. Ellos comprueban que los demonios se les someten (Mc. 6,7-13).
La caída del demonio
El diablo en forma de serpiente tienta a Adán y Eva; y les hacer caer en el pecado original. Desde entonces “como león rugiente andaba buscando a quién devorar” (1Pe. 5, 8) Pero cuando llega Jesús, el aparente dominio de los demonios les es arrebatado. De hecho antes de comenzar Jesús la vida pública, cuando las tentaciones, vence en toda la línea al tentador. Durante el tiempo de la predicación de Jesús, éste expulsa a los demonios, y los arroja a las tinieblas. El mismo Jesús dice: “He visto al diablo caer del cielo como un rayo” (Lc. 10,18); y “ahora el Príncipe de este mundo es arrojado fuera” (Jn. 12,31).
Supersticiones, adivinaciones, esoterismo, horóscopos... tal como los entiende el vulgo, son indicadores de la decadencia religiosa, efecto de la credulidad de las gentes, es decir, de creer sin un mejor razonamiento.
Estos fenómenos producen, en los más “crédulos”, la sensación de que alguien les está viendo. En general la sensación es de miedo, lo que crea nuevo estado de ansiedad.
Fácilmente viene a la mente la idea de una intervención de seres “suprahumanos” y malos, que pueden hacer daño. Y por qué no decirlo, la idea es de la intervención de los poderes infernales.
Ser sensibles a supersticiones, adivinaciones, horóscopos facilita las tentaciones infernales, con lo que queda el campo abonado por debilidad de voluntad, que no sabe defenderse. El diablo sí sabe aprovechar estas oportunidades para tentarnos.
Los exorcismos ¿Qué son?
Jesús expulsa a los demonios sin más ritos especiales. Simplemente usa su omnipotencia con autoridad. Así, para expulsar al espíritu sordo y mudo, Jesús con autoridad dice: “Espíritu sordo y mudo, sal de él”. (Mc. 9,25). Es un conjuro al diablo. Es verdad que el dominio de Dios, como Padre justo y misericordioso, está en la mente de todos. Sin embargo, por credulidad simple, muchos sienten miedo del diablo. La Iglesia, como Madre, usa conjuros especiales para alejar al demonio y sus efectos malignos. Son los exorcismos.
Entre los sacramentales, que son signos instituídos por la Iglesia, que expresan efectos espirituales, están los exorcismos. Por ellos se conjura al diablo en nombre de Dios para alejarle de los hombres para que no les cause males.
Como rito sencillo se usan los exorcismos en las ceremonias del bautismo. Es signo de la liberación del pecado original.
Para exorcizar en otras ocasiones, la Iglesia pide discreción y prudencia, pues muchas veces lo que se “cree” intervención diabólica, es un simple efecto natural, como ruidos y visiones no identificados, contra los que no valen los exorcismos; hay que tratarlos con medios naturales. Sólo puede poner los exorcismos el sacerdote, y éste con autorización y recomendación del obispo.
Aplicación a la vida
¡No tengamos miedo al demonio! Entre los “sacramentales”, de los que huye Satanás, están el agua bendita, la señal de la cruz, las imágenes bendecidas... Pensemos que Dios nos circunda: Levantamos cruces, altares, imágenes, templos, nos santiguamos con frecuencia. Todo ello hace presente a Dios, de quien huye el demonio.
Si creemos de verdad, pensemos en la presencia de Jesús en la Eucaristía: ¡Qué cerca está Dios de nosotros! Creemos que bajo las especies sacramentales está Jesús real y verdaderamente, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad… Pensemos ¿cuántos sagrarios hay en nuestra ciudad? En todos está Cristo sacramentado. ¿Cómo puede acercarse el maligno cuando el Todopoderoso está con nosotros? El diablo de lo que más reniega y maldice es la misericordia de Dios, para con nosotros sus hijos.
¿Cómo explicar las tentaciones? Tres son los enemigos nuestros: Demonio, mundo y carne. Los tres se unen para tentarnos. El demonio busca cualquier resquicio por donde poder infiltrar el veneno de la tentación. Puede ser la carne con sus deseos pasionales, el mundo con sus incentivos contaminantes. A ello se une la instigación del demonio empujando hacia el pecado.
La soberbia, el egoísmo, la vanidad son alentados por el diablo. Ante la falta de fe, el diablo induce a la duda y ofrece la superstición, la adivinación. Así debemos analizar las muchas tentaciones que nos vienen de las apetencias sensuales, queriendo convencernos que no son pecado. En cualquier debilidad se nos antepone la idea de alguna justificación, para creernos sin culpa. ¡Es la tentación que nos alborota y provoca!
Estemos convencidos de que “la providencia de Dios no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas” (1Cor. 10,13); y que “todo lo podemos en Dios que nos da las fuerzas” (Fil. 4,12).