Joseph Ratzinger, una víctima del nazismo alemán

Guillermo Gazanini Espinoza / 31 de enero.- En 2009 escribí para el blog Sursum Corda “La época nazi de Joseph Ratzinger”. Este artículo quiso demostrar cómo el actual papa fue una de las muchas víctimas del nacionalsocialismo al haber sido reclutado, contra su voluntad, en las unidades de defensa del Reich y en las Juventudes Hitlerianas. Sus enemigo han especulado sobre su simpatías al régimen totalitario el cual tomó las riendas del poder hace 79 años, el 30 de enero de 1933, cuando el líder del partido nacionalsocialista fue nombrado canciller por el presidente Paul Von Hindenburg.
Ante la visita próxima del santo padre Benedicto XVI conviene que los mexicanos reflexionemos sobre una de las figuras más prominentes que ha configurado el rostro del catolicismo del siglo XX. La familia Ratzinger, como muchas en la Alemania nacionalsocialista, fue víctima de un régimen colectivista que inventó una idolatría neopagana que llevó al exterminio de millones de seres humanos y a una de las peores guerras que la humanidad haya sufrido. Joseph Ratzinger sufrió en carne propia ese terror y así lo recuerda en su autobiografía.
En 2005, cuando el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue elegido al trono de San Pedro, algunas voces elevaron una acusación que sorprendió al mundo: “El nuevo Papa había sido colaborador del régimen nazi cuando fue reclutado en las Juventudes Hitlerianas”; sin embargo, como muchos personas de la Alemania nacionalsocialista, Ratzinger y su familia fueron víctimas que padecieron las penurias del régimen y del servicio militar obligatorio a finales de la segunda guerra mundial.
Los orígenes bávaros de Joseph fueron decisivos en los primeros años de vida y juventud al crecer en la región católica predominante de Alemania y que fue el signo de la lucha contra la Iglesia en los años del III Reich. En su autobiografía, Aus meinem Erinnerungen 1927-1977, traducida al español como ‘Mi vida’, Ratzinger recuerda la transformación lenta de su pueblo mientras el régimen nacionalsocialista se hacía de las riendas del poder. La lucha del nazismo contra la cultura católica de Baviera inició con la separación del estado y la escuela confesional, cuyo último fundamento debería ser la ideología de Hitler. Joseph Ratzinger menciona esa lucha de los obispos y, en particular, el dilema de sus coterráneos que se debatía entre la fidelidad a sus costumbres cristianas y la lealtad al nuevo régimen. Poco a poco, se intentó restaurar la religión pagana, como él mismo describe, cuando un joven profesor «levantó un árbol de mayo y compuso una especie de plegaria como símbolo de la fuerza vital que se renueva… Ese árbol debía representar el inicio de la restauración de la religión germánica, contribuyendo a reprimir al cristianismo y a denunciarlo como elemento de alienación de la cultura germánica».
Sus estudios como seminarista estuvieron marcados por el inicio de la segunda guerra mundial y el servicio militar que tuvo que prestar de forma obligatoria en 1943 en las unidades antiaéreas, siendo su primer puesto la defensa de una sucursal de la BMW donde se fabricaban motores de avión. En 1944, fue llamado al servicio laboral del Reich que guardó en su memoria como «un recuerdo opresivo» de la disciplina militar y de la mentira que se levantó para justificar al régimen de Hitler que iría derrumbándose progresivamente.
Al recordar el 70 aniversario del inicio de la segunda guerra mundial, Benedicto XVI condenó este hecho de absurdo y trágico. Como alemán sabe muy bien lo que implica este doloroso capítulo para la historia de su nación y de la humanidad y, contra esas voces que lo acusaron de nazi, Joseph Ratzinger ha denunciado las atrocidades del nacionalsocialismo definiéndolo como criminal.
Vale la pena releer alguno de los recuerdos de Benedicto XVI cuando permaneció en los servicios militares y laborales del Reich: ‘Aquellas semanas de servicio laboral han permanecido en mi memoria como un recuerdo opresivo. Nuestros superiores procedían, en gran parte, de la denominada ‘Legión Austriaca’. Se trataba, por tanto, de nazis de los primeros tiempos… fanáticos que nos tiranizaban con violencia. Una noche nos sacaron de la cama y nos hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chándal. Un oficial de las SS nos llamó a uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos para enrolarnos como voluntarios en el cuerpo de las SS, aprovechándose de nuestro cansancio y comprometiéndose delante del grupo reunido. Un gran número de camaradas de carácter bondadoso fueron enrolados de este modo en este cuerpo criminal. Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico. Fuimos cubiertos de escarnio e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria, porque sabíamos que nos librábamos de la amenaza de este enrolamiento falsamente voluntario y de todas sus consecuencias…’
Al final de la guerra en mayo de 1945, el joven Joseph Ratzinger fue hecho prisionero por el ejército de los Estados Unidos. Recluido con otras 50 mil personas, recobró su libertad en junio. La reunión con su familia fue muy especial. Al haber padecido hambre en el campo de reclusión, ya que la ración diaria era de un cucharón de sopa y un trozo de pan, Ratzinger rememora el primer almuerzo en casa siendo libre: ‘Nunca en mi vida he comido una comida con tanto gusto como el almuerzo que preparó mi madre aquella vez con los productos de nuestro huerto…’
Los meses posteriores fueron, de acuerdo a Joseph, un tiempo para reflexionar sobre el don de la vida y de la libertad. Después de la amarga experiencia del futuro Papa Benedicto XVI en el servicio militar de Reich, sólo pudo demostrar su agradecimiento ‘por la esperanza que renacía aun medio de todas las destrucciones’.