¿Por qué es necesaria la virtud de la templanza?
El dominio de sí mismo
“Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: ‘está escrito: No solo de pan vive el hombre’”. (Lc 4, 3-4)
Mons. Rogelio Cabrera López / CEM. 24 de febrero.- Las personas tenemos tantas necesidades que a veces ya no sabemos cuál es la más importante. Se requiere reflexión y tino para decidir qué hay que hacer. Las virtudes cardinales nos ayudan a armonizar nuestra vida y a ordenar nuestras acciones. Entre ellas es muy importante la templanza que como virtud modera la atracción de los placeres, ordena los apetitos y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Quien tiene templanza ha logrado el dominio de sí mismo.
Podemos preguntarnos ¿por qué es necesaria la virtud de la templanza? Y en una inmediata respuesta podemos afirmar que las personas templadas son más libres, y por lo tanto más felices. Éstas saben dominarse y no ser esclavos de nada ni de nadie, al contrario quien carece de templanza genera una serie de vicios que tarde o temprano lo esclavizan. El control de los apetitos, y no nos referimos sólo a la gula, va dando a la persona una existencia más humana, pues le ayuda a dominar los impulsos y pasiones.
Es necesario educarse en la templanza para conocerse mejor y de esta manera aprender a utilizar adecuadamente cada sentimiento y deseo del cuerpo. El verbo más adecuado para indicar cómo se enraíza en la persona el dominio de sí mismo es forjar, ya que así como el hierro se tiempla en el yunque a base de golpes, así la persona se forja en la vida a través de un duro esfuerzo. Educar es forjar el carácter y fortalecer la voluntad para moderar y armonizar toda la vida.
La virtud de la templanza no es muy popular ya que el consumismo crea en la persona un afán desmedido de tener cosas que no le permiten discernir lo que es realmente necesario. El bombardeo mediático termina modificando la conducta de la gente y empujándola en una compra compulsiva casi enfermiza.
Hoy no se puede pedir sobriedad y mortificación porque nos adaptamos demasiado a la comodidad de la vida. Además es impensable la templanza sin otras virtudes como la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre. También se requiere de una fuerte dosis de discernimiento, por ende de inteligencia.
La templanza nos da la oportunidad de conocernos a nosotros mismos, pues nos hace conscientes de nuestras debilidades y excesos y pone en evidencia nuestro temperamento. Sólo si nos dominamos, podemos ser dueños de las acciones que realizamos y venceremos todo con amor e inteligencia.
Es importante que se ayude a los niños y jóvenes a saber valorar las cosas y a sí mismos. Desde pequeños hay que enseñarles la virtud de la humildad para que reconozcan sus errores, entiendan que no lo merecen todo y que no pueden satisfacer todos sus caprichos.
Quienes no están habituados a negarse nada, quienes abren la puerta a todo lo que piden los sentidos, quienes buscan en primer término agradar su cuerpo y sólo se afanan en buscar las mayores comodidades, difícilmente podrán ser dueños de sí mismos. Están de tal modo embotados, incluso embrutecidos, para sentirse atraídos por metas superiores y poder renunciar a sus antojos.
Así pues, la templanza humaniza más al hombre, y le ayuda a superar sus propios instintos. Es por ello un hábito que se adquiere a través de pequeños actos que ponen en orden todo y disponen a la persona a ser más sensibles a las realidades eternas.
+ Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Tuxtla
“Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: ‘está escrito: No solo de pan vive el hombre’”. (Lc 4, 3-4)
Mons. Rogelio Cabrera López / CEM. 24 de febrero.- Las personas tenemos tantas necesidades que a veces ya no sabemos cuál es la más importante. Se requiere reflexión y tino para decidir qué hay que hacer. Las virtudes cardinales nos ayudan a armonizar nuestra vida y a ordenar nuestras acciones. Entre ellas es muy importante la templanza que como virtud modera la atracción de los placeres, ordena los apetitos y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Quien tiene templanza ha logrado el dominio de sí mismo.
Podemos preguntarnos ¿por qué es necesaria la virtud de la templanza? Y en una inmediata respuesta podemos afirmar que las personas templadas son más libres, y por lo tanto más felices. Éstas saben dominarse y no ser esclavos de nada ni de nadie, al contrario quien carece de templanza genera una serie de vicios que tarde o temprano lo esclavizan. El control de los apetitos, y no nos referimos sólo a la gula, va dando a la persona una existencia más humana, pues le ayuda a dominar los impulsos y pasiones.
Es necesario educarse en la templanza para conocerse mejor y de esta manera aprender a utilizar adecuadamente cada sentimiento y deseo del cuerpo. El verbo más adecuado para indicar cómo se enraíza en la persona el dominio de sí mismo es forjar, ya que así como el hierro se tiempla en el yunque a base de golpes, así la persona se forja en la vida a través de un duro esfuerzo. Educar es forjar el carácter y fortalecer la voluntad para moderar y armonizar toda la vida.
La virtud de la templanza no es muy popular ya que el consumismo crea en la persona un afán desmedido de tener cosas que no le permiten discernir lo que es realmente necesario. El bombardeo mediático termina modificando la conducta de la gente y empujándola en una compra compulsiva casi enfermiza.
Hoy no se puede pedir sobriedad y mortificación porque nos adaptamos demasiado a la comodidad de la vida. Además es impensable la templanza sin otras virtudes como la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre. También se requiere de una fuerte dosis de discernimiento, por ende de inteligencia.
La templanza nos da la oportunidad de conocernos a nosotros mismos, pues nos hace conscientes de nuestras debilidades y excesos y pone en evidencia nuestro temperamento. Sólo si nos dominamos, podemos ser dueños de las acciones que realizamos y venceremos todo con amor e inteligencia.
Es importante que se ayude a los niños y jóvenes a saber valorar las cosas y a sí mismos. Desde pequeños hay que enseñarles la virtud de la humildad para que reconozcan sus errores, entiendan que no lo merecen todo y que no pueden satisfacer todos sus caprichos.
Quienes no están habituados a negarse nada, quienes abren la puerta a todo lo que piden los sentidos, quienes buscan en primer término agradar su cuerpo y sólo se afanan en buscar las mayores comodidades, difícilmente podrán ser dueños de sí mismos. Están de tal modo embotados, incluso embrutecidos, para sentirse atraídos por metas superiores y poder renunciar a sus antojos.
Así pues, la templanza humaniza más al hombre, y le ayuda a superar sus propios instintos. Es por ello un hábito que se adquiere a través de pequeños actos que ponen en orden todo y disponen a la persona a ser más sensibles a las realidades eternas.
+ Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Tuxtla