“Mujer ¿por qué lloras?”

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“Mujer ¿por qué lloras?”
“Mujer ¿por qué lloras?”
Mayte Olivares Cruz
25 abr 2024 - 04:02

El acto central donde radica la fe cristiana es la resurrección de Jesús, cuya persona no existe

más corporalmente, sino que, después de 3 días, resucita (del latín resuscitare, que significa

re-avivar, re-levantar o re-suceder). Esto para, cumplir con las promesas hechas al pueblo de

Israel desde tiempos del exilio, a través de los profetas: “Después de sufrir, verá la luz, el justo

se saciará de su conocimiento” (Is 53:11). No creeríamos en que Jesús es el Cristo, el Hijo del

Hombre, si la misión hubiera terminado en aquella cruz, porque, muchos al igual que sus

primeros discípulos, el Dios encarnado demostraría un fracaso en El mundo, siendo

compasivo y amoroso hasta la muerte. Lo interesante viene cuando en los cuatro evangelios

se muestra que a las primeras personas que ven a Jesús resucitado, es a sus discípulas; ya sea

a María Magdalena sola, o en compañía de las demás, pero el primer mensaje del triunfo de

Jesús ante el dolor y la muerte, se les revela a ellas. Son ellas, las mujeres discípulas que creen,

sin cuestionar, con esa convicción que hincha el corazón al grado del júbilo a contar la noticia,

correr al encuentro de los compañeros “He visto al Señor” (Jn 20:18), “Pero a ellos todas

aquellas palabras les parecían desatinos, y no les creían” (Lc 24:11).

En todo el texto de La pasión, después de que Jesús es arrestado, los discípulos huyen y se

esconden, con el temor de terminar como el Maestro, en espera de alguna orden, de un

milagro, en la penumbra de la duda; son las discípulas quienes acompañan, quienes sufren el

sacrificio del Redentor “había muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que le habían

seguido”(Mt 27:55 y Lc 23:49). No es de sorprenderse que son las discípulas las que creen en

Jesús primero, las que entienden el mensaje de recibir el amor. Mientras los discípulos

discuten ¿quién será el primero entre nosotros? (Mc 9, 30-37), Jesús les responde que es lo

menos importante, servir es lo primero y al mismo tiempo toma en su regazo a un niño, en

símbolo de la inocencia y humildad. Vemos también la escena donde comienza el texto de La

pasión, donde una de ellas gasta sus ahorros en comprar un frasco de perfume de nardos para

ungirle en el gesto de amor de vaciarse sobre el que se ama, mientras que ellos en la

indignación reclaman “¿A qué viene ese derroche del perfume?” (Mc 14, 1-5). Y el símbolo de

unción, responde Jesús, en el acto de consagrar su cuerpo antes de ser entregado por uno de

ellos.

Desde la tradición judía, a la cual pertenece el contexto social e histórico de Jesús, ya se

hablaba de las mujeres inspiradas por YHWH que habían dado gloria a los descendientes de

David: Judit y Ester, por ejemplo, mujeres que no necesitaron de ejército o armas, más que su

paciencia y astucia para evitar grandes masacres en el pueblo judío. O Rut, ejemplo de

valentía, para continuar con el proyecto de Dios.

Y viene bien decir que, en estos tiempos pentecostales, se reafirma la feminidad de Dios, con

la Ruah, su mejor ejemplo. El soplo de vida que lleva el Espíritu Santo a cada uno de nosotros

y de la Creación. Y es entonces que todo se envuelve en un hermoso y sencillo (de humilde, no

de simple) misterio entre Dios y sus creaturas. Pues es la siembra de la primera luna del

equinoccio de primavera, la alegoría perfecta a la resurrección: Una semilla muere, se entierra

bajo tierra, ésta la recibe, le aporta nutrientes para hacer emerger a la radícula que impera

victoriosa hasta convertirse en un ser vivo que ha de alimentar a los hombres. Es el mismo

símbolo en la tradición cristiana:Jesús es la semilla que ha de glorificarse, el grano de trigo que

muere para dar fruto al mil por ciento y la comunidad femenina que le sigue, la tierra que

entiende, de primera instancia el mensaje, para glorificar el reino de Dios en la humanidad de

todos los tiempos.

«Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde

le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice

Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?» Ella, pensando que era el encargado del

huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús

le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» - que quiere decir: «Maestro» Jesús

le dice: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y

diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a

los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras. Juan 20, 11-18

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