"Ya es hora de que las mujeres sean incluidas sin restricciones en todos los ministerios" Carta abierta al Papa León XIV: "Ha llegado nuevamente el tiempo de romper muros"

Prevost, cuando era obispo de Chiclayo / Foto César Piscoya
Prevost, cuando era obispo de Chiclayo / Foto César Piscoya

"León, se dice que sabes escuchar. Por eso me atrevo a dirigirme a ti con parresía bíblica, con franqueza, sin miedo y sin rodeos: ya es hora de que las mujeres sean incluidas sin restricciones en todos los ministerios y niveles de la Iglesia. No como gesto, no como excepción, no como señal simbólica. Sino en total igualdad. No se trata de poder. Se trata de dignidad. De verdad. Del Evangelio"

Querido hermano Papa León:

Me alegra profundamente tu elección. Me llena de inmensa alegría que haya sido elegido Papa un hombre de Iglesia misionera, un hombre de verdadera interculturalidad, un “pastor con olor a oveja”. Y agradezco que tu elección prometa continuidad con la labor del Papa Francisco. Él volvió a colocar en el centro de la Iglesia lo que debe estar en el centro: el compromiso incondicional con las personas vulnerables, marginadas, con los “descartados”. Eso es la praxis de Jesús, y a eso debemos dedicar todas nuestras fuerzas. Tu elección y el nombre de León que has escogido me llenan con la esperanza de que seguirás guiando a la Iglesia por este camino ya iniciado.

Especial Papa León XIV

Soy religiosa, profesora de teología. El pasado jueves 8 de mayo de 2025, junto con mis estudiantes —todos jóvenes religiosos—, seguimos con atención, desde un pequeño salón de clase en El Salvador, a través de celulares y computadoras, el momento en que se alzó la fumata blanca. Nos dejamos contagiar por el entusiasmo de la multitud que llenaba la Plaza de San Pedro. Escuchamos tu primer “la paz esté con ustedes” —¡y nos llenó de alegría esa palabra tan potente, lanzada a un mundo desgarrado por las guerras! Y cuando te dirigiste a nosotros en español, expresando tu profundo respeto por la fe del pueblo latinoamericano, ya no hubo contención posible: el peruano que estaba presente en la sala entró en éxtasis.

Hermano León, me siento profundamente unida a ti en tu compromiso por una Iglesia pobre, una Iglesia de los pobres. Somos de la misma edad y compartimos trayectorias similares: la vocación a la vida religiosa, la formación teológica en la estela del Concilio Vaticano II, el dejar atrás lo que constituía nuestra identidad cultural para encontrar en América Latina un nuevo hogar; un lugar donde nos confrontamos con lo que la política imperialista del “Norte desarrollado” causa en otras partes del mundo.

Comparto contigo la dicha de haber sido acogida como hermana, como una más, en un lugar donde el Evangelio tiene una relevancia inmediata, en una Iglesia en la que no hace falta forzar la búsqueda de sentido de la fe, porque la fe es, para muchos, el pan cotidiano de supervivencia.

Hermano Papa, hace 50 años comencé mi camino consciente en la Iglesia con la confianza, quizá ingenua, de que solo sería cuestión de algunos años para llegar a una verdadera fraternidad: una Iglesia sin jerarquías basadas en el género. Aposté por una Iglesia que se inspire en Jesús y en su forma de tratar a mujeres y hombres, una Iglesia que, sin rodeos, ponga en práctica una verdad simple: “solo uno es su Padre, el del cielo; todos ustedes son hermanos y hermanas” Mt 23,8s.

León, eres un hombre sensato y sensible. Al escuchar tu primer mensaje breve y claro, me sentí muy agradecida, porque tu sobriedad y racionalidad contrastan con el populismo irracional de los machos que hoy dominan el mundo

León, eres un hombre sensato y sensible. Al escuchar tu primer mensaje breve y claro, me sentí muy agradecida, porque tu sobriedad y racionalidad contrastan con el populismo irracional de los machos que hoy dominan el mundo. Y eres canonista. Sabes cuánto del “aparato” de la Iglesia no se debe al derecho divino, sino que ha surgido históricamente y está marcado por el contexto y la cultura; y cuánto de eso, por tanto, puede cambiar. Lo único que debe ser “canon”, regla firme de cómo organizamos la Iglesia, es el modo en que Jesús formó comunidad, y cómo sus discípulas y discípulos se reunieron tras el encuentro con el Resucitado y la irrupción del Espíritu en Pentecostés. Todo lo demás es obra humana, y por tanto modificable.

Querido hermano Papa, al igual que tú, yo también estoy profundamente marcada por el carisma de mi congregación. Camino en la huella de Mary Ward, quien hace más de 400 años rompió los límites de lo que en aquel entonces era canónicamente posible. Ella salió de los muros de la clausura y abrió así un camino decisivo para que las mujeres pudieran participar activamente en la misión apostólica de la Iglesia. Creo que ha llegado nuevamente el tiempo de romper muros y de dejar espacio al Espíritu vivo de Dios.

León, se dice que sabes escuchar. Por eso me atrevo a dirigirme a ti con parresía bíblica, con franqueza, sin miedo y sin rodeos: ya es hora de que las mujeres sean incluidas sin restricciones en todos los ministerios y niveles de la Iglesia. No como gesto, no como excepción, no como señal simbólica. Sino en total igualdad. No se trata de poder. Se trata de dignidad. De verdad. Del Evangelio.

Para que quede claro: ciertamente no deseo ese ministerio. Nunca lo he querido —y a mis casi 70 años sería ridículo. Pero quiero contribuir a que el ministerio en la Iglesia se transforme desde su raíz: que lo rehagamos, más jesuánico, más fraterno. No como privilegio exclusivo de un género, sino como un servicio compartido de hombres y mujeres. Y sí, este ministerio tendrá que cambiar radicalmente, en sus símbolos, en sus formas, en todo.

Puede parecer inapropiado molestarte con esto tan pronto después de tu elección. Pero nunca habrá “el momento ideal”, y este tema ya no puede esperar.

A menudo se oye el argumento: "Ahora no es el momento, un paso así provocaría un cisma". Puede parecer inapropiado molestarte con esto tan pronto después de tu elección. Pero nunca habrá “el momento ideal”, y este tema ya no puede esperar. Porque el cisma ya ocurre. Es el éxodo lento e imparable de mujeres (y hombres) que ya no se reconocen en una Iglesia simbólica y estructuralmente masculina. A veces este éxodo ocurre con protesta, pero la mayoría de las veces en silencio, con frustración. El verdadero escándalo no es un poco de humo rosa sobre el Vaticano, sino que la representación de Jesús siga siendo escenificada como un privilegio masculino.

La Iglesia católica es una verdadera maestra en escenificación. Y ese poder simbólico bien usado —como gesto profético— es valioso: el primer viaje del Papa Francisco a Lampedusa, su beso a los pies de una solicitante de asilo musulmana, etc. Entiendo que quisiste enviar una señal a algunos de tus hermanos cardenales cuando usaste la muceta roja y la estola dorada que Francisco había dejado de lado hace 13 años, y cuando permitiste que besaran tu anillo.

Pero justamente porque sabes leer los símbolos, espero que comprendas cuán fatal es el que en cada celebración eucarística —corazón de la comunidad cristiana— a las mujeres se les "conceda" leer las lecturas, cantar en el coro, ser acólitas. Ya no se nos excluye como "impuras" del espacio sagrado del altar. Pero quien preside, quien tiene la autoridad la autoridad para proclamar el Evangelio, para interpretar la Palabra de Dios en la homilía, quien invoca la presencia real de Cristo sobre pan y vino, sigue siendo —inevitablemente— varón. No es un detalle menor. Es una herida en el corazón de la Iglesia.

A mí no me criaron para ser feminista. Tampoco corro el riesgo de dejarme seducir por modas del momento ni de aceptar sin cuestionamientos los criterios de una sociedad secular. Fui formada como religiosa conservadora. Pero nosotras, las “buenas”, las adaptadas, las que siempre hemos callado “por el bien mayor”, nos volvemos cómplices, distorsionando el rostro de Jesús en la Iglesia.

Dos religiosas miran hacia la chimenea sobre la Sixtina
Dos religiosas miran hacia la chimenea sobre la Sixtina RD/J. Lorenzo

Ya no podemos seguir haciéndolo. El Evangelio nos obliga a levantarnos de nuestra postración. A mirarles a ustedes, los hombres, de frente y con claridad, y a no seguir tolerando sus círculos cerrados de poder masculino. No para que nosotras tengamos más poder. No. Sino para que nuestro servicio al mundo sea más creíble, juntas y en igualdad.

Ser mujer no es una virtud moral, así como no lo es ser varón. Todos somos pecadores. Pero, así como somos, mujeres y hombres, estamos llamados a hacer presente a Cristo en un mundo que clama por redención. Nosotros mujeres, no podemos seguir permitiendo que nos dividan entre las feministas “malas” y agresivas, y las “mujeres buenas” y sumisas, que ayudan a mantener el sistema tal como está. Y mucho menos entre las “mujeres privilegiadas del Norte con problemas de lujo”, frente a las católicas del Sur, a quienes —según se dice— su lucha por sobrevivir les habría enseñado lo que realmente importa. De lo que se trata es de encontrarnos como mujeres en una verdadera solidaridad entre hermanas, más allá de nuestras diferencias culturales, para luchar juntas por un mundo más justo y humano, y para que nuestra Iglesia tenga un rostro más parecido al de Jesús.

Muchas de mis amigas, compañeras de camino, ya se han ido de esta Iglesia. Algunas se hicieron evangélicas porque allí pueden ejercer el ministerio en igualdad

Muchas de mis amigas, compañeras de camino, ya se han ido de esta Iglesia. Algunas se hicieron evangélicas porque allí pueden ejercer el ministerio en igualdad; otras se metieron en la política porque desde ahí pueden transformar más. Entiendo a unas y a otras. Y hay quienes, lamentablemente, se quedaron varadas en la desilusión. Eso me duele profundamente.

Ninguno de esos caminos está abierto para mí. Soy católica hasta los tuétanos, incurable y apasionadamente. No puedo ni quiero estar en otro lugar que no sea esta Iglesia. Y justamente por eso, le exijo con terquedad y esperanza lo que parece humanamente imposible: que se abra de verdad, profunda y sinceramente, al Espíritu transformador de Pentecostés.

Cardenales en el balcón
Cardenales en el balcón Vatican Media

A muchos clérigos una quisiera gritarles: ¡No tengan tanto miedo! ¿Por qué se aferran con tanta terquedad, encerrados en esquemas, viejos al ministerio exclusivamente masculino? ¡Tengan el valor de soltar! No hablen tanto de evangelización, ¡más bien déjense evangelizar! No van a perder nada, salvo su rigidez y sus miedos; más bien se van a reencontrar con una humanidad más rica y plena, capaz de un servicio desinteresado a los demás, a este mundo herido que clama por sanación.

Querido hermano Papa, todavía tenemos que conocerte. Pero te considero un hombre valiente, un hombre capaz de quitarles el miedo a sus hermanos y de tener el coraje para cambiar lo que parece estar escrito en piedra. Te estaré profundamente agradecida si continúas por donde comenzaste tu pontificado: con la paz. Habla con valentía y autoridad frente a los machos autoritarios de este mundo y sus estrategias de muerte. Levanta la voz contra la política excluyente del Norte hacia las y los migrantes. Pero también ten el valor de derribar los muros que siguen excluyendo e hiriendo a tus hermanas en la fe, esas que sostienen gran parte de esta Iglesia. Las mujeres somos tan capaces como los hombres de ejercer liderazgo y asumir responsabilidad. Y tal vez, en algunas cosas, incluso más —así como también hay aspectos en los que, con toda certeza, los hombres tienen sus propias fortalezas.

No quiero que esta Iglesia quede como un vestigio arcaico, reflejo de un orden social insostenible. Quiero que hombro a hombro —mujeres y hombres— transformemos este mundo. Y para eso, debemos empezar ya: con la plena integración de las mujeres en todos los ministerios de liderazgo en la Iglesia. No más tarde. Ya.

Con determinación, amor a la Iglesia y una esperanza ardiente,Tu hermana, Martha

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