La 52ª Semana Nacional de Vida Consagrada tiene como tema la esperanza Aguardar al Señor más que el centinela la aurora

Mariano Delgado
Mariano Delgado

Del 12 al 15 de abril tendrá lugar en el Aula Magna CEU-San Pablo (C/ Julián Romea, 23 Madrid) la 52ª Semana de Vida Consagrada, organizada por el Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR) de la Sección de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (Campus de Madrid). Las tres jornadas estarán sucesivamente bajo el lema “enfocando”, “recordando” y “subrayando”. Los ponentes vienen de España, Italia, Colombia y Suiza

Del 12 al 15 de abril tendrá lugar en el Aula Magna CEU-San Pablo (C/ Julián Romea, 23 Madrid) la 52ª Semana de Vida Consagrada, organizada por el Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR) de la Sección de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (Campus de Madrid). Las tres jornadas estarán sucesivamente bajo el lema “enfocando”, “recordando” y “subrayando”. Los ponentes vienen de España, Italia, Colombia y Suiza.

En la encíclica “Spe salvi” (30.11.2007), el papa Benedicto XVI ha reivindicado la “esperanza” como “una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras ‘fe’ y ‘esperanza’ parecen intercambiables” (n. 2). Así es también en el lenguaje cotidiano, como lo sugiere con otras palabras el poeta peruano César Vallejo en su poema “Esperanza plañe entre algodones”:

“Cristiano espero, espero siemprede hinojos en la piedra circular que estáen las cien esquinas de esta suertetan vaga a donde asomo.

Y Dios sobresaltado nos oprime el pulso, grave, mudo, y como padre a su pequeña, apenas, pero apenas, entreabre los sangrientos algodones y entre sus dedos toma a la esperanza”.

Cartel de la 52ª Semana de Vida Consagrada del ITVR
Cartel de la 52ª Semana de Vida Consagrada del ITVR

Con “El principio esperanza” de Ernst Bloch y la “Teología de la esperanza” de Jürgen Moltmann, el tema era omnipresente en los años 1960, aunque con un enfoque especial. En la primera fase del posconcilio predominaba la esperanza en un “nuevo Pentecostés” un “salto hacia adelante” o un cambio cualitativo hacia un mundo y una Iglesia mejores, a pesar de la experiencia contrafáctica del “poder del Maligno” (1 Jn 5,19) más de 2000 años después de la primera venida del Mesías. El libro de José María Díez-Alegría “¡Yo creo en la esperanza!” (1972) fue un fanal de ese clima en España. La teología también se ha ocupado en los últimos años del gran problema de la esperanza en la salvación de todos y del significado del Juicio Final dentro de esa esperanza. Los tres aspectos son un “cantus firmus” en la Historia de la Iglesia y de la Teología y serán  discutidos también en los próximos días.

Mantengamos viva la esperanza de “unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Petr 3,13), porque esa promesa aún no se ha cumplido. Trabajemos con todas las personas de buena voluntad por un mundo mejor, sin olvidar al mismo tiempo que “el hombre siempre permanece hombre” (Spe salvi, n. 21) y que debemos inmunizarnos, por tanto, contra todos los “mesianismos políticos” de nuestro tiempo con su retórica del “hombre nuevo”.

Esperemos la resurrección, pues la muerte ha perdido su “aguijón” (1 Co 15,55) con la resurrección de Jesús como “primicia” (1 Co 15,20) de lo que nos espera, y rezemos por la salvación de todos para que en todos se cumpla la “vocación divina” del hombre (Gaudium et spes, n. 22).

Mantengamos vivo el auténtico “temor de Dios” (Ps 111,1), que es el principio de toda sabiduría, al mismo tiempo que esperamos que en el Juicio Final el amor y la infinita misericordia de Dios ofrezcan por última vez la salvación a todos, sin nivelar el abismo que separa a las víctimas de sus victimarios.

Durante el siglo XV, ya antes de la genial composición del Juicio Final por Michelangelo para la Capilla Sixtina, aparecen representaciones que no siguen el relato bíblico de Mt 25 con el premio a los buenos y el castigo a los malos, sino más bien Ap 1,7: “Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron”. En esas representaciones, el Señor levanta el brazo derecho y con la mano izquierda dirige nuestra mirada a su costado traspasado. En la catedral románica de Salamanca hay una impresionante representación de ese tema. Es de mediados del siglo XV y se atribuye a Niccolò Delli. Sí, en su segunda venida para juzgar a los vivos y a los muertos, combinando gracia, misericordia y justicia, el Señor enjugará toda lágrima de nuestros ojos, “y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido” (Ap. 21,4), es decir, que la muerte habrá dejado por fin de vencer. Pero también nos mostrará “el pecho del amor muy lastimado”, del que habla san Juan de la Cruz en su “Pastorcico”, como fuente de todas las gracias, porque quiere salvar a todos, también después de la muerte. Y esa debería ser nuestra esperanza ante el Juicio Final. ¿Cómo lo hará sin banalizar la diferencia entre las víctimas y sus victimarios, los justos y los pecadores? No lo sabemos, pero será para cada uno una purificación dolorosa como la que hace “el fuego” (1 Co 3,12-15).

Esperemos ardientemente la segunda venida del Señor, porque aquí, en la Iglesia militante y en este mundo aún no redimido del todo, es siempre en cierto modo “de noche”, como decía san Juan de la Cruz. Por eso conviene velar y con la tradición de Israel y de la Iglesia aguardar al Señor “más que el centinela la aurora” (Ps 130,6). Antonio Machado, que confesaba su “¡amargura de querer y no poder creer, creer y creer!”, comprendió muy bien el núcleo adventista de la esperanza cristiana, cuando escribió estos versos:

“Yo amo a Jesús, que nos dijo: 

cielo y tierra pasarán. 

Cuando cielo y tierra pasen 

mi palabra quedará. 

¿Cuál fue, Jesús, tu palabra? 

¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? 

Todas tus palabras fueron 

una palabra: Velad.” 

Este velar para que no se seque “el manantial de la esperanza”, del que hablaba el papa Francisco en su homilía durante la última vigilia pascual, es tarea de todos los cristianos, pero especialmente de la Vida Consagrada, llamada a ser “un signo de esperanza contra toda esperanza”… para la Iglesia y el mundo.

*Mariano Delgado es Catedrático de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de Friburgo (Suiza) y Decano de la Clase Religiones en la Academia Europea de las Ciencias y de las Artes (Salzburgo).

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