Evangelizar no es solo decir palabras.
| Luis Van de Velde
Refiriéndose a la Encíclica Evangelii nuntiandi (Pablo VI, 1975) dice Monseñor Romero: “¿Qué es la evangelización? y decía el Papa: es una realidad muy compleja y muy dinámica, y hay que abarcar todos sus elementos si se quiere tener una idea completa de la evangelización, y proponía estos elementos. Primero, llevar la buena nueva a todo el mundo para que sea fermento de todas las culturas, para que convierta las conciencias.” (…)
“Segundo, es un testimonio de vida. Evangelizar no es solo decir palabras. Predicar es relativamente fácil, pero vivir lo que se predica, como le dije al Santo Padre, yo, en Roma: “Santo Padre, acatar las doctrinas de la Santa Sede, del magisterio, elogiarlas, alabarlas, defenderlas teóricamente es muy fácil, pero cuando se trata de encarnar esa doctrina y hacerla vida en una diócesis, en una comunidad y señalar los hechos concretos que están contra esa doctrina, entonces surgen los conflictos.” Y esta es la vida de nuestra arquidiócesis, por eso, hermanos, porque no todos están dispuestos a vivir el compromiso del testimonio, no todos sufren la persecución, y fácilmente es decir: “No hay persecución”. Pero todo aquel sacerdote, religioso o fiel que quiera predicar este anuncio del Evangelio de Cristo en la verdad tiene que sufrir persecución. Es necesario el testimonio de vida, y aquí hago una llamamiento para que la vida de todos ustedes y mía, hermanos, sea de verdad una predicación muda. Así se vive el Evangelio, no solamente predicar bonitos sermones y no vivirlo. Me decía el Santo Padre también, en una palabra íntima: “No nos contentemos solo con predicar; es necesario vivir lo que predicamos”. Ayúdenme, hermanos, con sus oraciones, para que yo también dé testimonio de lo que estoy diciendo.”
No sé si el Papa Francisco retomó la petición de Mons. Romero “recen por mi” o si nació de su propia espiritualidad. Pero en esta frase que comentamos, Monseñor pide la oración de la Iglesia, de quienes lo escuchan en catedral, o por radio, de quienes leemos sus homilías años después. “Ayúdenme, hermanos, con sus oraciones, para que yo también dé testimonio de lo que estoy diciendo.” No pide oración por su salud, ni por salvarle la vida en tiempos de persecución. Pide la oración de la comunidad creyente para que dé testimonio de su predicación.En otra oportunidad ha pedido que quienes dudan de la verdad evangélica y eclesial de su homilía que se comuniquen con él, que dialoguen, que le corrijan si es necesario. El Espíritu Santo guía también la comunidad de fe, no solo el pastor.
Dice Mons. Romero que predicar es relativamente fácil. Habrá que entenderlo bien. El mismo dedicaba mucho tiempo intenso a la preparación de sus homilías. Contaba con un equipo de apoyo no solo para los informes sobre acontecimientos nacionales, sino también para los aspectos bíblicos, teológicos y pastorales. Gracias a Dios tenía el don de la palabra. Preparaba sus homilías con esquemas como estructura de su homilía, algunas citas de documentos eclesiales y datos. A cada homilía le daba un título. No tenía un texto escrito a leer. Quizás la mejor preparación homilética era su oración sincera y prolongada, tomando conciencia de su responsabilidad de hablar la Palabra de Dios en las circunstancias históricas de su pueblo y su iglesia arquidiocesana. En las parroquias, congregaciones, conventos y comunidades hay obispos, sacerdotes, diáconos, delegados de la Palabra, catequistas, animadores/as que tienen la misión permanente de predicar durante la liturgia. Ojalá que cada uno/a aprendamos de los esfuerzos y del método de Mons. Romero al preparar sus homilías. Muchos/as sabemos que la actualidad de la Palabra de Dios exige la mejor preparación (comunitaria y personal) posible para cada homilía.
Aun así Monseñor lo consideró “relativamente fácil” en comparación con la puesta en práctica en la vida diaria. Se trata de “encarnar esa doctrina y hacerla vida en una diócesis, en una comunidad y señalar los hechos concretos que están contra esa doctrina”. Encarnar el Evangelio de Jesús, hacer vida la enseñanza de la Iglesia en ese caminar con Jesús, es aún más difícil que realizar la homilía. No es solo el compromiso del que predica, sino de toda la comunidad. La palabra predicada en la homilía pretende hacerse revelación de Dios en el actuar de las y los creyentes, y por supuesto también de sus pastores y animadores. Predicar el Evangelio de Jesús, las Buenas Nuevas del Reino de Dios, no es solo la dimensión hablada durante la liturgia, sino incluye la puesta en práctica. Esta es la aceptación de la comunidad de fe de esa Palabra, de esa enseñanza de la Iglesia. No basta que la comunidad diga “amen” al concluir la homilía o que aplauda en ciertas circunstancias. La verdadera aceptación de la Palabra de Dios pronunciada en la homilía es la práctica humana y eclesial de parte de la comunidad, es la puesta en práctica de lo escuchado. Por supuesto siempre exigirá verdadera conversión personal y comunitaria, exigirá revisión, corrección fraterna, empezar de nuevo y arriesgarse a nuevos caminos de misericordia evangélica.
Y luego, Monseñor Romero nos dice que cuando se prepara bien la homilía y se pone en práctica, tanto el predicador como la comunidad escuchante, “entonces surgen los conflictos”. Cuando haya compromiso serio con el Evangelio habrá conflicto, habrá persecución. En algunas circunstancias ese conflicto es brutalmente violento, en otras es más sutil. Esto se da tanto en la sociedad como – tristemente – también en la misma Iglesia. La causa es: “no todos están dispuestos a vivir el compromiso del testimonio”, el compromiso de una “predicación muda”, es decir, no hablada, no expresada en palabras, sino en “obras de justicia y fraternidad”, en una práctica evangélica como fermento de transformación de la vida. Minorías cristianas fácilmente son perseguidos por estados donde la mayoría confiesa otra religión, o por grupos violentos fanáticos. En algunos países de tradición cristiana sucede que gobernantes se consideran los dueños de la religión, quieren dictar lo que los obispos y sacerdotes (no) pueden y (no) deben decir o hacer, no aguantan la denuncia profética, manipulan ciertos sectores de iglesias y persiguen a otros. Pero, sucede también en la misma Iglesia frente a obispos, sacerdotes, religiosos/as y laicos/as que tratan de vivir más radicalmente el Evangelio, desde su carisma muchas veces en estrecha relación con las y los pobres, con sectores excluidos (migrantes, refugiados, la comunidad de la diversidad sexual, atención a personas en detención y su retorno a la sociedad, …). No pocas veces la jerarquía de la Iglesia cae en la trampa de la falsa seguridad de la ortodoxia, menospreciando la ortopraxis evangélica llegando hasta castigar. El mismo Monseñor Romero ha sufrido la persecución al interior de la Iglesia, y hasta después de su asesinato poderes eclesiales bloquearon durante años el proceso de beatificación. Su canonización posterior – por impulso del Papa Francisco – lo rectificó reconociendo su rectitud evangélica y eclesial.
A pesar de vivir esa doble conflictividad por causa del Evangelio, Monseñor sigue llamando a toda la comunidad eclesial a vivir el cristianismo: “y aquí hago una llamamiento para que la vida de todos ustedes y mía, hermanos, sea de verdad una predicación muda. Así se vive el Evangelio, no solamente predicar bonitos sermones y no vivirlo.” No solamente escuchar la homilía, no solamente estar presente en alguna celebración litúrgica, sino “aceptar” la Palabra de Dios viviéndola, practicándola.
Ojalá que predicadores/as puedan concluir sus homilías, con honestidad de corazón, pidiendo a quienes los/las escuchan:” Ayúdenme, hermanos, con sus oraciones, para que yo también dé testimonio de lo que estoy diciendo”. Lo mismo vale para quienes se atreven a escribir reflexiones a la luz de Monseñor Romero. “Oren por nosotros”. No tengamos miedo.
Reflexión para domingo 16 de julio de 2023. Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía durante la eucaristía del 15 domingo ordinario, ciclo A , del 16 de julio de 1978. Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo III, Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p. 105.