La educación no corresponde a la necesidad de pueblos que buscan su desarrollo.

“Tenemos que criticar que la educación, por lo general en América Latina, no corresponde a la necesidad de unos pueblos que buscan su desarrollo.  Es una educación que tienen un contenido abstracto, formalista, una didáctica más preocupada de transmitir conocimientos que de crear un espíritu crítico,  La verdadera educación debería de crear en el niño y en el joven un “espíritu crítico”; quiere decir que no se trague todo tan fácilmente, que sepa estar despierto; que a la noticia del periódico no la crea solo porque salió en el periódico; que analice, que critique; que una ley que sale sepa analizarla, sepa ser crítico de su hora, de su ambiente. … Mejor dicho, actualmente es una educación orientada “al mantenimiento de las estructuras sociales y económicas imperantes” y propiamente no es una colaboración a la transformación que necesitan nuestros pueblos.”

En el contexto del reinicio del año escolar en 1978, Monseñor Romero dedica una parte de su homilía a comentar el sistema educativo de El Salvador a la luz del capítulo sobre educación del documento de Medellín[1].  La educación en El Salvador no era (¿es?) una excepción frente a los demás países en A.L.  Los comentarios críticos y las orientaciones – a la luz de Medellín – siguen siendo bastantes actuales.  Gobiernos vienen y van, mientras la educación concienciadora y transformadora no aparece como prioridad del estado. 

En El Salvador (como en tantos otros países) se constata que “actualmente es una educación orientada “al mantenimiento de las estructuras sociales y económicas imperantes”, que en realidad no han cambiado sustancialmente.  La entrega de unas laptop (de juguete) a los niños como se hizo durante el gobierno del FMLN o la entrega amplia de laptop a todos los estudiantes de secundaria en las escuelas del estado como se hace en el gobierno actual, puede ofrecer instrumentos interesantes, pero no cambian la orientación fundamental del sistema educativo.   Al día de hoy sigue muy válido la crítica profética  de Monseñor Romero: “Es una educación que tienen un contenido abstracto, formalista, una didáctica más preocupada de transmitir conocimientos que de crear un espíritu crítico”.   Los gobiernos de turno no han estado interesados en una educación escolar orientada a capacitar y motivar” para la colaboración a la transformación que necesitan nuestros pueblos.”

Estas voces críticas y las propuestas a la luz de Medellín siguen siendo para América Latina hoy y también para países europeos un espejo para revisar y transformar los procesos de educación.   Reflexionemos a partir de los aportes que Monseñor Romero nos dio hace 44 años.

La verdadera educación tiene que descubrir lo propio, la creatividad de cada idiosincrasia”.  “Un gran aprecio en la educación por las peculiaridades de cada lugar, para integrarlas “en la unidad pluralista del continente y del mundo.”  Cada pueblo del mundo tiene su propia historia de logros y fracasos, avances y retrocesos.  En la educación podemos ir descubriendo lo propio, las peculiaridades de cada pueblo, y eso como un aporte humano muy concreto para el conjunto de los pueblos.  La educación es llamada a valorar profundamente y con todo respeto la cultura y la historia de cada pueblo, sus fortalezas, sus creaciones propias, su originalidad en cultura, convivencia, respeto por las generaciones anteriores, apertura para generaciones nuevas, respeto hacia la naturaleza,…. ¿Qué es lo propio de nuestro pueblo?

“Formemos, en el corazón del niño y del joven, el ideal sublime de amar, de prepararse para servir, de darse a los demás”. Esto va frontalmente en contra del sistema económico globalizado.   Monseñor propone que en la educación se estimule, se motive, se enseñe a encontrar la plena realización humana y la felicidad en “servir y darse a los demás”.  Esto exige a la vez que las y los educadores/as sean ejemplo y modelo. 

“La Iglesia propone una educación que haga de los hombres “sujetos de su propio desarrollo”, protagonistas de la historia; … hombres que sepan lucir su inteligencia, su creatividad, su voluntad para el servicio común de la patria; que tiene que ver que el desarrollo del hombre y de los pueblos es la promoción de cada hombre y de todos los hombres “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas”.  Hacerle ver, en la educación, al sujeto de la educación, la perspectiva de un desarrollo en el cual él tiene que estar comprometido, …, y ser protagonista , poner su granito de arena en esta transformación de América.”   Niños/as y jóvenes no son objetos de la educación, sino “sujetos”, ellos/as están en el centro y se trata de sus vidas.  Ante ellos/as el entorno (económico, político, social, cultural, ideológico, religioso) les presenta de manera atractiva, no pocas veces de manera engañosa, los caminos hacia la felicidad.  La educación está ante el desafío de acompañarlos/as en el discernimiento  crítico de esas ofertas y promesas.  ¿qué lleva de verdad hacia la felicidad humana?  ¿por qué caminos solo confirmamos el sistema dominante y por qué caminos podemos aportar a la transformación de la sociedad y de la población?  ¿Seguiremos siendo esclavos utilizados por las élites para hacer crecer sus riquezas y poderes, o seremos una generación crítica y constructora de nuevos caminos de solidaridad, igualdad, libertad, misericordia, …?

“Una educación “creadora, pues ha de anticipar el nuevo tipo de sociedad que buscamos en América Latina”.  En los procesos de educación somos invitados y motivados a seguir soñando con esa nueva sociedad.   A pesar de la oscuridad (de pobreza, exclusión, explotación,..) la educación abrirá nuevos horizontes de luz.  ¿cómo apoyar a nuevas generaciones a creer en sus capacidades para  cambiar las reglas de la economía, de la política, de la sociedad en su conjunto, en sus capacidades de iniciar un nuevo modelo de sociedad.

“También quiere la Iglesia para América Latina una educación personalizante, una conciencia en cada niño y en cada joven de su propia “dignidad humana”, de su sentido de “libre autodeterminación” y de “un sentido comunitario”.  Monseñor plantea tres grandes retos para los procesos de la concienciación de las nuevas generaciones.  Tomar conciencia de la dignidad humana de cada uno/a, y que por consecuencia, nadie debe ser excluido, abusado, explotado, humillado,…  Nadie debe permitirlo y todos/as somos responsables en la lucha por la dignidad humana de cada habitante.   Tomar conciencia de la libre autodeterminación, de cada quien y de cada pueblo.   La historia humana es – lastimosamente – una historia de dominación e imposición sobre otras personas y sobre otros pueblos. Quienes tiene poder y riqueza han  creado mecanismos de comercio internacional que siguen manteniendo a muchos pueblos en situaciones de miseria.  Hace falta tomar conciencia que urge transformar las reglas del juego.   En tercer lugar el sentido comunitario.  Solamente juntos/as, en cooperación con todos y todas, desde abajo hacia arriba, seremos capaces de vencer.   Los procesos de educación en las nuevas generaciones tienen la responsabilidad de fortalecer la concienciación sobre esos tres grandes retos.

“Una educación “abierta al diálogo”, en que estos conflictos de generaciones, de edades, de clases, (…) sean elementos que nos enriquecen mutuamente.”    Muchos conflictos y muchas guerras son la consecuencia dolorosa de la incapacidad de diálogo para buscar soluciones.   Quienes están en posiciones que consideran más fuertes prefieren imponerse, no escuchan, echan leña al fuego y obstaculizan aun más caminos de paz.  Viendo la problemática global la educación en y para el diálogo sincero podría ser el eje fundamental para lograr la paz.  Los sectores de abajo (víctimas) tendrán que organizarse para hacer oír su voz y exigir ser parte del diálogo a niveles nacionales e internacionales.  Educar para un futuro más humano exige aprender a dialogar, a escuchar, a discutir, a construir respuestas que incluyen y permiten avanzar.

No tengamos miedo.

Reflexión para el domingo 22 de enero de 2023.    Para la reflexión de este día hemos tomado una cita de la homilía  durante la eucaristía en el tercer domingo ordinario, ciclo A , del 22 de enero de 1978.  Homilías, Monseñor Oscar A Romero, Tomo II,  Ciclo A, UCA editores, San Salvador, p.219-221.

[1] II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.  Documento de conclusión de la conferencia realizada en Medellín en 1968.  Este documento ha sido comprendido como la “aceptación” (comprensión, interpretación, aplicación,..) del Concilio Vaticano II en América Latina. 

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