La palabra es fuerza.
| Luis Van de Velde
“La palabra es fuerza. La palabra, cuando no es mentira, lleva la fuerza de la verdad. Por eso hay tantas palabras que no tienen fuerza ya en nuestra patria, porque son palabras mentira, porque son palabras que han perdido su razón de ser. (25 de noviembre de 1977)
En nuestro tiempo y, quizás, en todos los tiempos, es tremendamente difícil discernir entre la verdad y la mentira de las palabras, especialmente si estas son pronunciadas por políticos de los diferentes órganos del Estado y de los partidos, y aún más difícil en tiempos electorales. Sabemos de gobiernos que no informan adecuadamente sobre el uso de los fondos públicos. Sabemos de gobiernos que han encubierto mucha corrupción. Sabemos que el presupuesto asignado a la presidencia de El Salvador ha sido desde hace décadas fuente de abuso, porque la misma ley permite no informar. A pesar de vivir en una época en la que las redes sociales nos bombardean constantemente con mensajes que dicen ser información, no tenemos las herramientas necesarias para discernir la verdad de la mentira. Los algoritmos de Facebook (y otros) deciden qué noticias nos llegan, cuáles nos gustan, cuáles confirman nuestros pensamientos.
Hoy en día, estamos siendo testigos de ejemplos extremos: la información que Rusia divulga sobre su misión especial en Ucrania contradice totalmente la información que Ucrania divulga sobre los acontecimientos bélicos. Los mensajes de guerra del gobierno del estado de Israel están al otro extremo de los mensajes que surgen desde Palestina. Quizás el único lugar donde se puede discernir la verdad y la fuerza de esta sea en el encuentro de las víctimas de ambos bandos. «The Parents Circle-Families Forum» es un ejemplo actual de ese espacio donde las familias de las víctimas de Israel y Palestina se fortalecen y se unen. ¿Se podría pensar en crear espacios de encuentro sincero entre familiares de las miles de víctimas de las maras y familiares de los miles de mareros presos (y muertos en las cárceles) en El Salvador? Pero tampoco la palabra pronunciada en las Iglesias corresponde siempre a la práctica evangélica, a la vida jesuánica, al servicio “profético, sacerdotal y real”, a las y los pobres del pueblo. Damos gracias a Dios que contamos con importantes excepciones. Las palabras pronunciadas y escritas desde las iglesias no suenan como “fuerza de la verdad” en medio de los grave problemas en nuestra sociedad. Nos preguntamos ¿cómo está hoy la palabra que se pronuncia en las congregaciones, en las reuniones de comunidades eclesiales de base o parroquiales, en las catequesis, en los cursos de formación cristiana, en los seminarios, …? ¿Podemos discernir con claridad entre verdad y mentira (o media verdad, media mentira)? ¿Hasta dónde llega la coherencia evangélica? ¿Nos arriesgamos a discernir y a decir la verdad “con fuerza de Dios” o preferimos callarnos, repetir textos de las encíclicas papales, hacer lecturas fundamentalistas de la Biblia, hasta vendernos a ideologías dominantes?
La palabra de Monseñor Romero molestaba a quienes ostentaban el poder económico, político y militar. La razón era que su palabra era poderosa. La palabra, cuando no es mentira, lleva “la fuerza de la verdad». Y esa palabra de Monseñor estaba vinculada con las comunidades, las parroquias, los catequistas y animadores de las CEB, la mayoría de los sacerdotes, un buen grupo de religiosas en pastoral, etc. Monseñor Romero escuchaba el grito de los pobres y de las víctimas de la opresión. La verdad y la fuerza de su palabra estaban enraizadas en la realidad de quienes sufren. Desde la cruz surge la verdad.
Quizás por eso la palabra que hoy escuchamos con mucha frecuencia de parte de «analistas», de escritores de editoriales y de comentarios en radios y periódicos no tiene fuerza. Porque no está enraizada en los pobres, en la «comunidad» ni en el caminar concreto y diario de la gente sencilla que hace Iglesia y «pueblo». Una primera condición para que la palabra profética de la Iglesia tenga la fuerza de la de Monseñor Romero es que hay que escuchar al pueblo, a la gente pobre, a las víctimas, y hay que escuchar con mucha atención, con el corazón y con conciencia. En esa escucha, el profeta descubre que su palabra nace del pueblo y no tanto de sus propios pensamientos (y aún menos de sus propios intereses), y así puede transformarse en palabra de Dios. Esto sucedió con la palabra profética de Monseñor. Su mensaje sigue siendo más que actual, desenmascarando también a aquellas voces que no provienen del corazón de los pobres.
Creemos que en las mismas comunidades (CEBs) hace falta «palabra con fuerza», con la fuerza de la palabra de Monseñor Romero y con la fuerza de la Palabra de Dios. Aunque en estos momentos las CEBs en El Salvador ya no cuentan con el apoyo pastoral institucional de la Iglesia, la palabra con fuerza, que nace del corazón del pueblo donde el Evangelio se ha mezclado con él, necesita crecer. Nos urge esa palabra evangélica de fuerza que nos da esperanza.
Cita 2 en el capítulo VII (La verdad) de El Evangelio de Monseñor Romero.