Espiritualidad, justicia y mujer en Chile

Este artículo surge a raíz de mi viaje académico e inolvidable al querido Chile, con mi estancia en Santiago. Un regalo y alegría compartir con el pueblo chileno, con tantos hermanos en la fe y amigos. Una bella y profunda experiencia espiritual, humana y académica con mis actividades de docencia en la academia de líderes católicos y en las diversas universidades chilenas-católicas como la Pontificia de Chile, San Sebastián o Miguel de Cervantes. Estuve como profesor dando clases de diversas materias como doctrina social de la iglesia, antropología, mujer, pensamiento filosófico, economía y política. En Santiago, tuve una de las experiencias más profundas y bellas: estar en el santuario y tumba de San Alberto Hurtado, todo un testimonio de fe y espiritualidad, de fraternidad solidaria y justicia con los obreros, trabajadores y pobres de la tierra. Un pionero y modelo tan actual, permanente e imprescindible de la mística, del pensamiento y del compromiso social por la justicia. Una vivencia espiritual de Gracia y que, como San Alberto, sigamos fielmente a Jesús en la realización de tu Reino de vida, amor, paz y justicia con los pobres.

A continuación, en la línea de lo que vivimos y expusimos en Chile, presentamos diversas líneas de lo que puede ser una espiritualidad y antropología con carácter ético, social y liberador, en clave de mujer, femenina. Qué duda cabe que, en la historia y en la actualidad, tantos grupos sociales como las mujeres han sido empobrecidos, oprimidos y excluidos. Y por ello todos estos oprimidos, víctimas, pobres y mujeres nos han legado toda una cultura e historia de la solidaridad, de la lucha por la vida, la dignidad y la emancipación de las injusticias. Toda esta desigualdad e injusticia, como el machismo y patriarcado, constituyen lacras en la realidad histórica. Formas de dominación que han generado marginación, violencia y víctimas que se insertan en los imperialismos que nos ha tocado vivir como el sistema esclavista (en especial el greco/romano), el feudal, el capitalismo (comercial, industrial y ahora financiero/especulativo) o el comunísimo colectivista (colectivismo).

Frente a toda esta dominación e imperialismos, a lo largo de la historia, diversas personas, comunidades, mujeres u organizaciones sociales y espirituales han impulsado una promoción y liberación integral del ser humano. En especial, aún con todos los fallos y errores cometidos que ella misma ha reconocido, la fe cristiana-católica ha sido semilla de personas, grupos y mujeres con conciencia moral, social y espiritual que han contribuido decisivamente a la cultura, al bien y a la justicia liberadora. Ahí están los relatos bíblicos, testimonios y nombres como Judith, Ana, María la madre de Jesús y María Magdalena, Junia, Febe, etc.; como Clara de Asís, Catalina de Siena, Hildegarda de Bingen o Teresa de Jesús. En nuestra época más reciente, por solo poner unos pocos ejemplos, Simone Weil, Dorothy Day o Edith Stein. Y que se unen a una larga lista que, en especial primero en el ámbito del movimiento obrero y (después) en el tercer mundo o sur empobrecido, nos dejan todo un caudal de entrega, servicio y compromiso solidario por la paz, la fraternidad y la justicia liberadora con los pobres de la tierra. Todo ello, como apuntamos, frente a los distintos totalitarismos e injusticias que ha asolado nuestra era; en particular, los fascismos, el comunismo y el capitalismo por ser injustos e inhumamos por naturaleza y porque son los que más empobrecimiento, opresión, exclusión y muerte ha producido.

Como se ha estudiado, las víctimas, los pobres y la mujer o femenino son arquetipos simbólicos, signos y símbolos reales, que expresan y significan el cuidado, la compasión y la solidaridad liberadora. El pobre, la víctima y la mujer, en la realidad histórica, son paradigmas y modelos de misericordia compasiva ante el sufrimiento e injusticia que padecen los otros, los excluidos y empobrecidos. Lo humano, espiritual y lo femenino simbolizan y manifiestan la importancia del cuidar, del sanar las relaciones humanas, sociales y ecológicas frente a las lógicas de la dominación, opresión y explotación. La espiritualidad, la cultura y la acción-formación social deben dejarse fecundar por lo femenino, por este caudal de compasión y cuidado liberador que transforma la realidad de mal e injusticia. Tal como sufrimos hoy a manos del neoliberalismo y capitalismo global que empobrece, margina y explota a las personas, a las mujeres, a los pobres y al planeta. En este sentido, es básica la participación y protagonismo real de la persona, de los pobres y las mujeres en las diversas instituciones o estructuras sociales, culturales y espirituales o religiosas, como las iglesias, para que se vayan cimentado en la belleza, en la verdad y la bondad; e ir alcanzando así lo trascendente, lo espiritual y ético desde el amor fraterno, la paz y la justicia con los pobres y las víctimas. Tal como, todo lo anterior, nos lo está enseñando y testimoniando el Papa Francisco.

Por tanto, son pilares fundamentales de la humanidad: el matrimonio, la familia y la mujer que en el amor fiel con el hombre de forma fecunda se abren a la vida, a los hijos y a la solidaridad. No hay futuro sin este protagonismo e igualdad de las mujeres, de los matrimonios y familias que dan vida, solidaridad y ejercen el compromiso por la justicia. Mujeres, matrimonios y familias misioneras y pobres en la liberación integral con los pobres de la tierra, con las mujeres excluidas y familias empobrecidas; frente a la familia burguesa e individualista atrapadas por los ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, hedonismo y consumismo. Y es que el Dios de la vida, revelado en Jesús, nos llama a toda esta existencia en el amor fraterno, en la santidad de la pobreza solidaria y justicia con los pobres. Por la que vamos acogiendo el Don de la Gracia liberadora y de la vida humana, plena y eterna que se consumará en las tierras nuevas y en los cielos nuevos.

Así, el principio crítico y ético-práctico que debe orientar a toda la realidad, humanidad y mundo es el de promover la vida en todas sus fases (desde el inicio de la vida con la fecundación-concepción hasta el final), formas y dimensiones. La defensa y promoción de este valor y principio-vida con la opción por los pobres, a los que se les niega permanentemente esta vida y dignidad sagrada e inviolable de toda persona, nos lleva a oponernos a este sistema e ideología perversa que domina actualmente. Tal como es el neoliberalismo con el capitalismo, hoy ya global. Como se muestra en la verdad de la realidad histórica, al igual que el totalitarismo comunismo colectivista o colectivismo leninista-stalinista (que en realidad es un capitalismo de estado), con su materialismo economicista e individualismo insolidario el capitalismo es intrínsecamente inhumano, inmoral e injusto. Ya que impiden la vida y dignidad de los pueblos, de los pobres y el cuidado del planeta con sus crecientes y obscenas desigualdades e injusticias sociales, globales y ecológicas que destruyen por hambre, pobreza y daño ambiental a las personas, a los empobrecidos y a la tierra.

En esta línea, otro principio y valor esencial es la dignidad del trabajo, con una economía ética que sirva a las necesidades de las personas, al desarrollo humananizador de los pueblos y a la liberación integral con los pobres de la tierra. El trabajo, la persona y mujer trabajadora con sus derechos como es un salario justo, siempre está antes que el capital, el lucro y beneficio. Una economía y mercado moral que se fundamente en el principio básico del destino universal de los bienes, la justa distribución de los recursos, que tiene la prioridad sobre la propiedad. Y es que la propiedad, para ser legítima y ética, debe servir a esta equidad en el destino común de los bienes. De esta forma, se van realizando los valores e ideales que orientan a la política, como es el bien común y la justicia que promueven las condiciones sociales e históricas para asegurar los derechos humamos: la educación y cultura, la sanidad y medicamentos; la alimentación y el agua, la vivienda e infraestructuras imprescindibles como las energías ecológicas o el transporte sostenible.

Todo lo anterior supone, de forma imprescindible y concluyendo, la vida de santidad con la pobreza fraterna y espiritual. Esto es, la unión de amor con Dios en el seguimiento de Jesús y la solidaridad en el compartir con los otros, en la comunión de vida, de bienes y de luchas liberadoras por la justicia con los pobres. Unos estilos de vida austera, sobria y del ser solidarios que, en el compromiso por la justicia con los pobres, se oponen a los ídolos de la riqueza-ser rico, del tener, del poseer y consumismo. Lo cual posibilita la paz y la ecología integral en esta unidad con Dios, con los pobres y con el planeta-creación. Y promueve un auténtico desarrollo humano, con la ética del cuidado y la justicia ecológica personal (o ecología mental), social y ambiental que se hace cargo del clamor de los pobres y de esa casa común que es el planeta tierra. No habrá paz ni reconciliación sin esta civilización del trabajo, de la pobreza y de la ecología integral que promueve la justicia, la solidaridad y el desarrollo global. Es la mundialización de la paz, de la solidaridad y la justicia global (socio-ambiental) frente a la globalización neoliberal del capital, de la guerra y de la destrucción ecológica.
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