La filosofía de Mounier y la revolución personalista en el horizonte de la fe

Este artículo, nace de mi actividad académica e investigadora que, en los últimos meses, he estado realizando en diversas universidades e instituciones académicas latinoamericanas. En donde he tratado de exponer un humanismo ético, social y espiritual (integral) en el horizonte de la fe católica y su teología. Tal como, por ejemplo, nos muestra la corriente de filosofía y pensamiento conocida como personalismo comunitario. Con autores tan significativos como E. Mounier o el mismo Karol Wojtyla, antes de que llegara al ministerio petrino. Y, que como veremos, este personalismo se nota mucho en su magisterio ya como Papa Juan Pablo II. El personalismo, con estos maestros y testimonios como Mounier, ha aportado mucho y bueno a la filosofía y a la teología, a la fe e iglesia con su magisterio. Así se muestra, de forma tan luminosa, en el Concilio Vaticano II.

Ninguna filosofía ni teología es perfecta. Y, en este sentido, el pensamiento personalista puede tener sus carencias o límites que habrá que ser precisados, con una actualización y profundización siempre constante en la historia de la cultura. Más, como ha sido estudiado hasta la saciedad por todo tipo de autores o estudios e investigaciones, es innegable la contribución, tan fecunda e importante, que el personalismo ha hecho en todos estos ámbitos del pensamiento y de la fe. Como ha desarrollado el magisterio de la iglesia con los Papas y vamos a presentar, por ejemplo, en el campo de la moral y la doctrina social de la iglesia.

La filosofía personalista, con sus autores como Mounier, supone toda una revolución antropológica, social y ética para el pensamiento, la cultura y el mundo. Siguiendo a lo más valioso del humanismo filosófico y cristiano, el personalismo pone a la persona como principio, centro y fin de toda la realidad humana, social e histórica. Es decir, toda ética, relación y estructura o sistema, por ejemplo en el campo del derecho o de la política y economía, debe estar al servicio de la vida y dignidad sagrada e inviolable del ser humano con sus derechos y deberes. De esta forma, por su inspiración cristiana y católica como muestra Mounier, el personalismo está inspirado en lo más valioso del humanismo bíblico del Evangelio. Tal como se nos revela en Jesús de Nazaret. Dios, revelado en Jesucristo, coloca siempre esta vida y dignidad de la persona, con sus necesidades vitales, por encima de cualquier ley o norma e institución, por más sagrada que se considere. “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27-28).

En su Reino de amor y justicia liberadora con los pobres, Jesús ha venido para que tengamos vida y sea una vida fecunda (Jn 10, 10). Como afirma San Ireneo y actualiza Mons. Romero, la Gloria de Dios es que el ser humano y el pobre vivan. Ya que, como nos muestra la ciencia social o la misma teología, los pobres son los que mueren antes de tiempo, a los que se les niega el amor fraterno y la solidaridad. A los pobres se les aplasta su vida, dignidad y derechos. San Juan Pablo II nos enseña de forma muy bella que, “en realidad, ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo” (RH 10). Como nos sigue transmitiendo el mismo Papa (SRS 40), a la luz de la fe, esta vida y dignidad del ser humano se entraña en el mismo Dios Trinitario. La persona es imagen e hija del Dios Creador y Padre, ha sido salvada por su Hijo Jesucristo Liberador y es vivificada como templo por el Espíritu Santo.

Y es que el personalismo nació como una filosofía teórica y práctica para la acción, en el compromiso militante por la defensa de esta vida y dignidad de la persona. En oposición a los sistemas e ideologías que niegan a la persona. Y la sacrifican a los ídolos del capital y del mercado, como impone el liberalismo economicista con el capitalismo, del estado o partido como hace el comunismo colectivista (colectivismo); o las idolatrías de la nación y raza, como perpetran los fascismos o nacionalismos sectarios y excluyentes. Frente a todos estos totalitarismo e ideologías burguesas (elitistas), el personalismo nos propone una verdadera revolución. En la que las personas, con sus comunidades o pueblos, y los pobres son los sujetos protagonistas de su promoción liberadora e integral. Los seres humanos no son objetos o cosas y que, por lo tanto, puedan ser sacrificados a estos falsos dioses e idolatrías del capital-mercado y de la riqueza (ser rico), del estado y del poder. Las idolatrías del poseer y tener que van contra del ser (vida y existencia en dignidad) de la persona.

En palabras de San Juan Pablo II, "la Encíclica del Papa Pablo VI señalaba esta diferencia, hoy tan frecuentemente acentuada, entre el « tener » y el « ser », que el Concilio Vaticano II había expresado con palabras precisas. « Tener » objetos y bienes no perfecciona de por sí al sujeto, si no contribuye a la maduración y enriquecimiento de su « ser », es decir, a la realización de la vocación humana como tal. Ciertamente, la diferencia entre « ser » y « tener », y el peligro inherente a una mera multiplicación o sustitución de cosas poseídas respecto al valor del « ser », no debe transformarse necesariamente en una antinomia. Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la injusticia de la mala distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos. Este es pues el cuadro: están aquéllos —los pocos que poseen mucho— que no llegan verdaderamente a « ser », porque, por una inversión de la jerarquía de los valores, se encuentran impedidos por el culto del « tener »; y están los otros —los muchos que poseen poco o nada— los cuales no consiguen realizar su vocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables. El mal no consiste en el « tener » como tal, sino en el poseer que no respeta la calidad y la ordenada jerarquía de los bienes que se tienen. Calidad y jerarquía que derivan de la subordinación de los bienes y de su disponibilidad al « ser » del hombre y a su verdadera vocación" (SRS 28).

Como se observa, desde el personalismo se nos muestra una auténtica antropología y ética para la vida social e histórica. En la que la persona es fruto del Don (Gracia) del amor y solidaridad del Otro, de Dios mismo para la fe, y de los otros. “Soy amado, luego existo” es lo que afirma el personalismo. Y, como es de bien nacido ser agradecido, esta Gracia de la vida y del amor lleva a la persona a la inter-relación y encuentro con los otros. En el servicio al bien común, con el compromiso y militancia por la justicia liberadora con los pobres de la tierra. Por tanto, desde el personalismo se nos muestra la auténtica naturaleza humana, lo que la tradición filosófica y teológica-moral con la iglesia llama ley natural. Esto es, el don de la Gracia y el amor, que es Dios mismo para la fe, nos constituye como seres humanos, seres personales, corporales, comunitarios, sociales, políticos y espirituales cuya vida y dignidad es sagrada e inviolable. Somos personas enraizadas y religadas en este don y realidad, desde la comunión solidaria con Dios, con los otros en la justicia con los pobres y con la naturaleza-creación, con todo el cosmos. Abiertas a los principios, valores e ideales, a la espiritualidad y trascendencia, a la vida humanizadora, moral, mística, plena y eterna que culmina en los cielos nuevos y en la tierra nueva.

La fe y religión, con la Gracia de Dios, no puede ir en contra de la naturaleza humana, oponerse a la vida, dignidad, corporalidad, sociabilidad y trascendencia (espiritualidad) del ser humano. Sería ir en contra de la creación de Dios u oponerla a su historia de la salvación. Como nos transmitía E. Merino, primer consiliario de la HOAC, con claro sabor personalista: “lo que no es honrado no puede ser cristiano; una vida honrada las 24 horas al día en Gracia de Dios”. La fe y la gracia no están en contra de la vida, felicidad y alegría de la persona. Por la Encarnación del Verbo en Cristo, la Gracia asume toda la vida, dignidad y humanidad de la persona para, lejos de negarla, llevarla a su plenitud. Tal como nos muestra todo lo anterior Santo Tomás de Aquino que, como se ha estudiado, con su humanismo espiritual e integral es uno de los pilares de todo este personalismo filosófico y teológico.

El personalismo con Mounier o Ellacuría nos traen la revolución de la civilización del trabajo y de la pobreza, frente a la del capital y la riqueza. El capital, el beneficio y la ganancia, no está antes el que trabajo vivo. La vida digna del trabajador y la persona, con sus derechos como un salario justo, está por encima del capital. Como afirma Juan Pablo II, "el mismo sistema económico y el proceso de producción redundan en provecho propio, cuando estos valores personales son plenamente respetados. Según el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, es primordialmente esta razón la que atestigua en favor de la propiedad privada de los mismos medios de producción. Si admitimos que algunos ponen fundados reparos al principio de la propiedad privada— y en nuestro tiempo somos incluso testigos de la introducción del sistema de la propiedad «socializada»— el argumento personalista sin embargo no pierde su fuerza, ni a nivel de principios ni a nivel práctico. Para ser racional y fructuosa, toda socialización de los medios de producción debe tomar en consideración este argumento. Hay que hacer todo lo posible para que el hombre, incluso dentro de este sistema, pueda conservar la conciencia de trabajar en «algo propio». En caso contrario, en todo el proceso económico surgen necesariamente daños incalculables; daños no sólo económicos, sino ante todo daños para el hombre" (Juan Pablo II, LE 15).

Como se observa, es una economía y trabajo que, con la propiedad, se pone al servicio de la vida y necesidades de las personas, del destino universal y socialización de los bienes con la propiedad. Para el desarrollo humano e integral. Tal como nos transmite Benedicto XVI, "cuando se entiende la globalización de manera determinista, se pierden los criterios para valorarla y orientarla. Es una realidad humana y puede ser fruto de diversas corrientes culturales que han de ser sometidas a un discernimiento. La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria" (CV 42). Y como raíz de esta civilización del trabajo frente a la del capital, la de la pobreza contra la riqueza. Es la vida de santidad y militancia en el amor fraterno, que se hace pobreza solidaria con la comunión de vida, bienes y luchas por la justicia liberadora con los pobres de la tierra. En oposición a los ídolos de la riqueza-ser, del poder y la violencia, frente a todos estos totalitarismos e individualismos burgueses. Y es que el pecado del egoísmo con la “codicia (el amor al dinero) es la raíz de todos los males” (1 Tim, 6, 10). Lo más valioso e importante del personalismo, con autores como Mounier o Ellacuría, es que hicieron vida su filosofía, como medio para la paz y la justicia liberadora, la llevaron la práctica y al testimonio. En una existencia entregada a Dios y a los otros, en la pobreza fraterna y solidaridad para la promoción y liberación integral de las personas, pueblos y pobres de la tierra.
Volver arriba