Carta pastoral del obispo de Pensacola-Tallahassee, donde aboga por reformar la ley migratoria Monseñor Wack se planta ante Trump: "Debemos resistir la narrativa peligrosa de que todo migrante es una amenaza"

Inmigrantes deportados por Trump a las cárceles de El Salvador
Inmigrantes deportados por Trump a las cárceles de El Salvador @SecPrensaSV

"Debemos resistir la narrativa peligrosa de que todo migrante es una amenaza; alguien a quien podemos ridiculizar, castigar y deportar."

"Debemos abogar por una reforma —de la ley migratoria, del debido proceso y de las prácticas de aplicación de leyes— para que se respete tanto la justicia como la misericordia, y las familias no sean trágicamente separadas"

"Tenemos mucho trabajo por delante para cambiar el corazón de nuestros líderes electos y así impulsar una verdadera reforma migratoria"

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Como observamos el mes de Respeto a la Vida en nuestra Iglesia, les escribo como su pastor, en comunión con mis hermanos obispos de la Florida y de todo el país. Nuestro Bautismo nos une a Jesucristo y, iluminados por Su Evangelio, estamos llamados a ser Su Cuerpo en el mundo, con la misión de construir una civilización del amor y una cultura de la vida.

La Iglesia nos llama a renovar nuestro compromiso con la dignidad inherente de toda persona humana, a través de la oración, la educación, el acompañamiento pastoral y la defensa de los más vulnerables. En las últimas décadas, nuestro enfoque principal ha sido oponernos al aborto y a apoyar a las madres y a las familias. Este esfuerzo continuará, especialmente a nivel local y estatal.

Creemos. Crecemos. Contigo

Este año, he reflexionado con el corazón agobiado sobre quiénes más necesitan recibir un mensaje de esperanza, y creo que son nuestros hermanos y hermanas migrantes, muchos de los cuales están sufriendo bajo el peso de un sistema inmigratorio roto. Los últimos meses, el tema de la migración ha dominado los titulares —en televisión, en los periódicos y en las redes sociales.

Es cierto que las autoridades tienen la responsabilidad de detener a quienes cometen delitos y crímenes, pero debemos resistir la narrativa peligrosa de que todo migrante es una amenaza; alguien a quien podemos ridiculizar, castigar y deportar. Al mismo tiempo, debemos abogar por una reforma —de la ley migratoria, del debido proceso y de las prácticas de aplicación de leyes— para que se respete tanto la justicia como la misericordia, y las familias no sean trágicamente separadas.

Como pueblo comunidad provida, ¿podemos apoyar la separación de familias con estatus migratorio mixto? ¿Podemos, con buena conciencia, respaldar políticas que deportan a un padre trabajador — sabiendo el impacto devastador que tendrá en su familia— sin también reconocer su contribución a nuestras comunidades? ¿Podemos aceptar que cada vez más niños son empujados al sistema de acogida temporal porque ambos padres han sido deportados? ¿Podemos seguir ignorando el lamento de madres y padres, hermanas y hermanos —miembros de nuestras propias parroquias— con quienes compartimos la Eucaristía cada domingo?

El obispo William Wack ayuda en el envasado de alimentos para repartir a los necesitados
El obispo William Wack ayuda en el envasado de alimentos para repartir a los necesitados DPT

Pido a todos los católicos de la Diócesis de Pensacola-Tallahassee que dejemos a un lado los discursos partidistas y reflexionemos más bien como discípulos de Jesucristo. El Evangelio y la rica tradición de la doctrina social de la Iglesia son claros: estamos llamados a cuidar a nuestro prójimo, a dar refugio al foráneo y a acoger al extranjero; pues todos hemos sido creados con amor a imagen y semejanza de Dios. El Papa Francisco nos recordó que: “Los migrantes y refugiados no son peones en el tablero de ajedrez de la humanidad. Son niños, mujeres y hombres que comparten un deseo legítimo de tener más”.

Somos todos hermanos y hermanas, una sola familia bajo Dios, y nuestra fe nos exige ir más allá del miedo y la indiferencia para encontrarnos con los marginados con compasión y misericordia. Debemos dejarnos guiar por el mandato de Dios expresado a través de Moisés: “No oprimirás ni maltratarás al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto” (Éxodo 22, 20), y aprender de nuevo, como comunidad católica, a acoger a Cristo en el forastero.

Nuestro esfuerzo por proteger nuestras fronteras, debe distinguir cuidadosamente entre quienes tienen intenciones de causar daño y quienes vienen en busca de esperanza

Nuestro esfuerzo por proteger nuestras fronteras, debe distinguir cuidadosamente entre quienes tienen intenciones de causar daño y quienes vienen en busca de esperanza. Algunos argumentarán que debemos enfocarnos en servir a nuestros conciudadanos —y así lo seguiremos haciendo—, pero nuestra fe siempre nos ha llamado a prestar especial atención a los pobres y vulnerables. El Papa Francisco también propuso que el verdadero ordo amoris (orden del amor) en una sociedad debe modelarse según la parábola del Buen Samaritano, donde el amor construye “una fraternidad abierta a todos, sin excepción.”

La misericordia amplía nuestro círculo de compasión e incluye a esos prójimos que han sido colocados en nuestro camino por “los golpes y flechas de la adversa fortuna”. He visto a nuestra diócesis unirse en tiempos de gran necesidad —por ejemplo, tras el paso de un huracán devastador— para aliviar el sufrimiento de los afectados. Sabemos cómo dejar a un lado nuestras propias necesidades para ayudar a quienes tienen una necesidad mayor. Equilibrar la justicia con la misericordia siempre ha sido difícil —pero Jesús, quien igualó la perfección con la misericordia (cf. Lk 6:36), nos guía con Su ejemplo.

Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “Las naciones más prósperas están obligadas, en la medida de lo posible, a acoger al extranjero en busca de la seguridad y de los medios de subsistencia que no puede encontrar en su país de origen.” - Catecismo de la Iglesia Católica, n.o 2241

Trump visita Alligator Alcatraz, en Florida, la cárcel para deportados
Trump visita Alligator Alcatraz, en Florida, la cárcel para deportados The White House

Quiero expresar mi plena solidaridad con quienes han llegado a este país en busca de seguridad y de una vida mejor. En este mismo espíritu, les exhorto a ustedes, Pueblo de Dios, a poner al servicio de esta causa todos sus dones e influencia, para que juntos podamos lograr el cambio tan necesario en nuestro contexto actual. Les invito a aprender más sobre la doctrina social de la Iglesia, su defensa constante de una reforma migratoria humana, la historia de la migración en nuestra nación y lo que ustedes pueden hacer para acoger y acompañar a nuestros hermanos y hermanas.

Por favor, visiten justiceforimmigrants.org para acceder a recursos sobre cómo orar, brindar atención pastoral y participar en labores de incidencia. El centro de detención de migrantes en los Everglades —trágicamente apodado “Alligator Alcatraz”— ha recibido a muchos de nuestros hermanos y hermanas, algunos incluso de nuestra propia diócesis, quienes fueron arrancados de sus lugares de trabajo y de sus familias repentinamente y sin previo aviso. Se habla de abrir más instalaciones como esta en Florida, posiblemente una en Panama City en un futuro cercano. Estemos atentos a las necesidades de quienes son llevados allí, recordándoles que son amados por Dios y que no están solos. Y que nosotros, como católicos, defendamos su dignidad, los acompañemos en su sufrimiento y trabajemos por un trato justo.

El primer obispo de nuestra diócesis, Bishop René Gracida, habló sobre la migración en marzo de 1977, y también él se manifestó en contra de la separación injusta de familias mediante deportaciones, y de la vilificación generalizada de los migrantes que simplemente buscan una vida mejor. Tenemos mucho trabajo por delante para cambiar el corazón de nuestros líderes electos y así impulsar una verdadera reforma migratoria. Nuestra nación ha sido, por mucho tiempo, un faro para quienes huyen de la violencia, la persecución y la pobreza extrema. Como personas de fe, elijamos la esperanza y la vida, no sólo para nosotros y nuestros seres queridos, pero también para cada hijo e hija de Dios.

Que Dios los bendiga a ustedes y a sus familias con abundancia.

*William Wack, C.S.C. Diócesis de Pensacola-Tallahassee

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