¿Por qué Cervantes dejó pasar 10 años entre la Primera y la Segunda parte del Quijote?

¿Por qué Cervantes tardó tantos años en escribir la Segunda Parte del Quijote, que innumerables lectores esperaban, tanto en España como en el extranjero?

Hay respuestas múltiples a esta pregunta. Me limitaré a presentar las cuatro que me parecen más evidentes.

1) Cervantes no consideraba que El Quijote era la mejor de sus obras posibles.

No me cabe duda de que su éxito no le produjo vanidad, sino que le hizo pensar que tenía que producir la obra superior que le indicaba como posible la fuerza creativa que sentía en sí mismo.

Para mí está bastante claro que el Persiles, su obra póstuma, fue en su conciencia, al menos en parte, la concreción de esta obra. En su dedicatoria al Conde de Lemos del Q. II, Cervantes escribía a propósito del Persiles que

«ha de llegar al extremo de bondad posible», II.Pról.16,

con lo cual da a entender que para él fue probablemente más prestigioso ser autor de esta obra, que competía con Heliodoro, que del Quijote.



Cuatro días antes de morir, en abril de 1616, Cervantes, fiel en amistad hasta la muerte, le dedicó igualmente al Conde de Lemos Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

2) El haber convivido durante la mayor parte de su vida con el fracaso y la falta de reconocimiento, le dieron la fuerza necesaria para seguir sus impulsos creativos más bien que la llamada del éxito comercial.

Cervantes tenía una visión del tiempo y de la validez histórica muy diferente de la que tenían y tienen los obsesos de la moda. A él no le interesaba escribir para que su obra escrita produjera escándalo o sorpresa efímera, como les sucede a los obsesos de la moda, sino que lo hacía para entrar en diálogo con la humanidad permanente.

Digo bien entrar en diálogo con la humanidad permanente, con lo cual me refiero a la obsesión de Cervantes por abrir de par en par las puertas de la literatura, para que todos los humanos participáramos en el gran Diálogo pancrónico que justifica y dignifica nuestra existencia.

Estoy persuadido de que uno de los mayores sufrimientos de Cervantes, en la época de su plenitud, consistió en constatar que el éxito bullanguero de Lope de Vega le cerraba a él las puertas del Teatro.

Ahora bien, el Teatro era en su espíritu la manera más completa de entrar en diálogo con la humanidad permanente, cuya realización concreta eran para él los públicos de la ciudad en que vivía los últimos días de su existencia, es decir, de Madrid:

«Cervantes tenía otros sueños y ambiciones literarias, y todas las evidencias apuntan al hecho de que durante un periodo de años entre 1608 y 1612, estaba escribiendo teatro, poesía y diferentes obras en prosa simultáneamente. Era como si la inquietud física de sus primeros años hubiera dado paso inevitablemente a una inquietud intelectual, que se expresaba en una incesante experimentación.

Don Quijote, por consiguiente, tenía que esperar su turno, y nunca se hubiera completado a no ser por la aparición, para gran indignación y disgusto de Cervantes, del libro de Avellaneda, a raíz de la cual, continuar la obra se convirtió en una cuestión de honor y en la prueba esencial y definitiva para demostrar quién era el padre legítimo de la obra.», MMcK, p. 174-175.

3) No hay que olvidar tampoco, como razón de la tardanza de Cervantes en ocuparse de nuevo del Quijote, el que se desviviera hasta el final de su vida por los suyos y muy en particular por su hija natural, a pesar de la falta de correspondencia por parte de ésta. Una prueba de este desvelo es su comportamiento, rayano en la candidez, para asegurarle protección más allá de su propia muerte, que veía venir, pensando más en ella que en sí mismo.

He aquí los hechos en su cruda y compleja realidad, en gran parte debida a la escasa economía de nuestro bien intencionado Autor:

Se plantea un nuevo casamiento de conveniencia de la hija natural de Cervantes, Isabel de Saavedra, tras la muerte de Diego Sanz, con Luis de Molina, agente bancario. Empleamos el indeterminado “se”, porque este tipo de soluciones era el resultado de deliberaciones familiares, donde la responsabilidad de la decisión final era más bien del grupo que de tal o cual individuo concreto, aunque es muy posible que la propia Isabel, nada quijotesca y muy sanchopancesca, llevara la voz cantante.

Costean conjuntamente la dote Cervantes y Juan de Urbina, amante éste de Isabel de Saavedra y padre de su hija Isabel Sanz:

«En el contrato matrimonial, firmado el 28 de agosto en presencia de Cervantes (quien afirma, cosa inexacta, que Isabel es su hija legítima), se siguen ciertas normas de decoro al presentar a Urbina y a Cervantes como responsables ambos de la dote de dos mil ducados, aunque fue Urbina quien aportó toda la suma, presentando algunas casas, dos molinos de viento y otras propiedades suyas como garantía.

En el contrato se acordaba que Isabel y Molina utilizaran libre de renta la casa en que Isabel había estado viviendo hasta el matrimonio de la pequeña Isabel Sanz. Si esta última fallecía joven, Isabel de Saavedra podía utilizarla durante toda su vida, y en el caso de que ella falleciera —tanto si estaba casada con Molina como si no—, Cervantes heredaría el inmueble libre de alquiler, con el derecho a arrendarlo a quien quisiera. En vista de la edad de Cervantes era muy poco probable que esta curiosa cláusula se hiciera realidad, por lo que parece verosímil que se incluyera para proteger a su nieta excluyendo a Molina de cualquier derecho sobre la casa.

Cervantes firmó después una declaración comprometiéndose a devolver la casa a Urbina si su nieta fallecía, aunque en varias ocasiones se refirió a aquella casa como de su propiedad. Urbina era un hombre de negocios experimentado.

Los escrúpulos que pudieran surgir acerca de la naturaleza de las negociaciones serían anacrónicos. Los matrimonios de conveniencia estaban a la orden del día, y éste sólo es un ejemplo más. Molina estaba tan plenamente convencido de que estaba siendo comprado como, por otro lado, lo estaba de que lo que se le ofrecía era una atractiva transacción comercial. Era tan capaz como Urbina de mirar por sus intereses.

En cuanto a Cervantes, debió de encontrar desagradable su connivencia en todo el asunto, puesto que él no podía dar una solución alternativa y apenas podía ser útil a su hija; y lo que es más importante, no podía dar consejos morales a su nieta. Para Isabel nada iba a cambiar, y en tales asuntos Cervantes era realista. Su reacción ante el matrimonio de su hija debió de ser la de un padre del siglo XVII, práctico pero pobre.», MMcK, p. 175-176.

4) Este mismo año de 1608, Magdalena, la hermana menor de Miguel, tomó el hábito de las terciarias de San Francisco, una congregación laica fundada poco tiempo antes por los franciscanos. A partir de entonces llevaría la vida recluida de una seglar consagrada, reproduciendo en su medio laico las costumbres de las monjas.

No es imposible que el nuevo episodio de la vida de Isabel de Saavedra, que algunos biógrafos de Miguel consideran como hija de esta hermana suya, Magdalena, y del amante de ésta, Juan de Urbina, influyera en la decisión de la nueva terciaria, decisión que cabría considerar como la ejecución de una penitencia autoimpuesta, para purificarse de sus propios errores de juventud. Recordemos que Isabel de Saavedra, a raíz de la muerte de Ana Franca, su supuesta madre, entró al servicio de Magdalena, en 1598, cambiando su nombre, el que llevaba como hija natural de Miguel, por el de Isabel de Cervantes.

Fuente: Salvador García Bardón: Miguel de Cervantes y su tiempo, Crónica hispano-flamenca cervantina. Cronología razonada y circunstanciada. Edición prevista para conmemorar el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra.
Volver arriba