HOMENAJE ANTOLÓICO A JOAN MARGARIT Joan Margarit: «La independencia de Cataluña es imposible, no se la creen ni los que hablan de ella»

« Al igual que la arquitectura, la poesía de Margarit se atiene a un cálculo de estructuras: una sólida «Casa de Misericordia» donde refugiarnos de la intemperie. Así tituló el poemario de 2007 que anticipaba la mediocridad de nuevos ricos que nos llevó en volandas a la crisis económica, moral y cultural: «Es el final de un sueño. Ahora toca / hacer democrático el arte. Ningún árbol alto / Espantosamente ricos y, por esto, / espantosamente pobres».»...  

« El ser humano es digno en la necesidad, pero cuando pasa de la necesidad a la opulencia, se pervierte. Esa es la enseñanza de la crisis. No renunciar a la opulencia ha sido –y puede volver a ser– nuestra condena: no veo «propósito de enmienda» en nuestros políticos.»

Margarit- «La independencia de Cataluña es imposible

Joan Margarit recopila sus poemas - inés baucells, LIBROS

Joan Margarit: «La independencia de Cataluña es imposible, no se la creen ni los que hablan de ella»

Se publica la edición bilingüe de «Amar es dónde», su último libro, y una recopilación, por vez primera en español, de su producción entre 1975 y 2012

sergi doria, Actualizado:10/03/2015 09:55h

Joan Margarit (Sanahuja, 1938) repiquetea con los dedos sobre la mesa al hablar de «Todos los poemas» (Austral), recopilación, por primera vez en español, de su producción entre 1975 y 2012. Este volumen coincide con la edición bilingüe por Visor de su entrega más reciente: «Amar es dónde» (2015). Premio Nacional en 2008, este poeta de profesión arquitecto prefiere abrir su Obra Completa por el último tramo, cuando aprendió que «saber estar triste es una fortaleza». Al igual que la arquitectura, la poesía de Margarit se atiene a un cálculo de estructuras: una sólida «Casa de Misericordia» donde refugiarnos de la intemperie. Así tituló el poemario de 2007 que anticipaba la mediocridad de nuevos ricos que nos llevó en volandas a la crisis económica, moral y cultural: «Es el final de un sueño. Ahora toca / hacer democrático el arte. Ningún árbol alto / Espantosamente ricos y, por esto, / espantosamente pobres».

–¿Cómo suenan esos poemas, escritos en catalán, en castellano?

–Lo importante es la sutileza. El título «Des d’on tornar a estimar» se convierte en «Amar es dónde», una expresión que se repite como un leit motiv en varios de los poemas. ¿Por qué ese cambio? Si hubiera traducido literalmente, «Des d’on estimar» sería «desde dónde volver a amar», que parece el título de un bolero... malo. Cuando recogí mis primeros veinte años de poesía, de 1975 a 1995, titulé el volumen «Els primers freds». En catalán esa expresión tiene sentido, pero en castellano –«Los primeros fríos»– suena a meteorología: al final opté por «El primer frío».

–Usted comenzó escribiendo en castellano, una muestra de esa cultura bilingüe que, a ambos lados del Ebro, algunos se empeñan en abordar como problema en lugar de valorarla como una riqueza…

–Algunos… Vaya usted a la web de la Real Academia Española y verá que le sale en castellano, inglés y francés. Si la RAE ya no se acuerda de las otras lenguas que se hablan en España, mala cosa…

.–Pero eso sucede también en determinados ámbitos de la Cataluña nacionalista, cuando algunos actos o rótulos informativos se presentan en catalán y en inglés obviando al castellano…

.–De acuerdo, pero convendrá conmigo en que cuando se produce un conflicto entre dos entidades –sean lingüísticas, personales, económicas–, y una es grande y la otra pequeña, la mayor responsabilidad recae en la grande. Es como si el director de la fábrica se queja de no tener una relación fluida con el conserje… ¿Suena raro, no? En este aspecto yo estoy con Machado, que distingue la gente que labora de la que van apestando la tierra. Estos segundos no me interesan nada: sean castellanos, catalanes, de derechas o de izquierdas… El poderoso debe ser generoso, aunque el más débil pueda ser maleducado y sucio.

–Después de cuarenta años de poesía, ¿cómo se revela la biografía de Joan Margarit?

–Los poemas nacen de la vida del que los escribe... De todas formas, no todo vale dentro de mi vida, hay muchas cosas que no son interesantes. Por eso, he de buscar «los universales», todo aquello que pueda compartir con otras personas. Solo así puedo empezar a escribir el poema. Después viene la fuerza de los versos y la palabra poética que necesitaría todo el diccionario para explicarla y, aún así, se quedaría corto. Si consigo que el lector se identifique, diga «este o esta soy yo», y lo incorpore a su vida tendremos un buen poema.

–¿Y no se reencuentra con un Margarit personaje?

–El narrador-personaje funciona en la novela, no en la poesía. En el poema manda el poeta y el lector. Si menciono mi infancia quiero aludir también a la infancia del lector, sin caer, por supuesto, en el tópico. De ahí el mérito del poema: no confundir tu visión propia con la universal.

–En Cataluña se ha tendido a utilizar a los poetas en clave política. Me refiero a Espriu, tan explotado en los años setenta o a Miquel Martí Pol, un habitual del nacionalismo… ¿Le ha ocurrido a usted?

–Yo no hago poesía social ni patriótica. Mi poesía apunta a un lado y al otro. Leamos «El saqueo», de «Amar es dónde». En el primer verso hago memoria de la lengua prohibida en los tiempos del «habla en cristiano»: «De niño me quisieron arrancar la lengua / que la abuela me hablaba / cuando volvíamos del campo al caer la tarde». Y el poema concluye con «Salvar la lengua me ha dejado / a merced de una gente que era la mía». Cómo ve, una visión poco complaciente de «los nuestros». La poesía con adjetivos no me ha interesado nunca. Cuando tenía veinte años triunfaba la poesía social, que producía malos poemas en general. Si Blas de Otero era buen poeta trascendía a la etiqueta de «poesía social».

–¿La lengua se preserva mejor con la independencia?

–En absoluto. Cuando Irlanda consiguió la independencia, se dejó de hablar gaélico y ahora todo el mundo habla inglés.

–Pero en 2010, usted parecía simpatizar con el llamado «proceso»…

–En un pregón en el ayuntamiento de Barcelona hablé de una separación administrativa entre Cataluña y España. Desde entonces, no he vuelto a pronunciarme. La separación es imposible, no se la creen ni los que hablan de separación. Otra cosa es que el malentendido y la desconfianza de Cataluña con el resto de España ha durado demasiado tiempo y que, si en 2012, por las razones que fueran, salió tanta gente a la calle había que prestarle atención desde el gobierno español y no dejarlo como un tema exclusivo de la ANC o de aquellos a los que les interesa esa situación para sacar réditos políticos.

–¿Se refiere a Artur Mas y los herederos de Jordi Pujol?

–A mí no me convence ningún político: ni los de allí, ni los de aquí. De estos últimos le diré que, como arquitecto, me encargué de la Biblioteca Provincial que iba a levantarse en el antiguo mercado del Born: cuando descubrimos los restos de las casas de 1714 le dije a mis colegas que no habría biblioteca. Yo voy por libre porque tengo 76 años, aunque la edad de la libertad sólo te la ganas tú.

–Uno de sus títulos más celebrados, «Casa de Misericordia», plantea la poesía como refugio frente a la intemperie moral…

–El ser humano vive en un universo cruel y brutal. Gracias a la Ciencia y la Técnica se defiende de la agresión de ese universo apretando un botón… Pero la intemperie moral nos alcanza a todos: pérdidas, errores, catástrofes personales. La muerte de un ser querido, sentirse abandonado por tu cónyuge… Entonces, ¿qué botón apretamos? Sólo nos quedan las letras, pero leer a Montaigne cuando nos ocurre una desgracia es demasiado tarde, hay que tenerlo leído antes. De ahí la importancia de las Humanidades en la educación.

–Usted se aferró a la poesía a la muerte de sus hijas…

–En «Joana» me atreví a vulnerar un principio poético básico y escribí sobre lo que me sucedía... No me arrepiento.

–La crisis que padecemos es económica y moral…

–Hablemos de la opulencia, que es tener más de lo que necesitas. Antes no iba más allá de una minoría de poderosos, pero desde los años noventa, esa opulencia alcanzó a los de abajo. Cuando la burbuja inmobiliaria, un yesero se presentaba en la obra conduciendo un BMW y se jactaba de tener dos coches más en el garaje de casa… El ser humano es digno en la necesidad, pero cuando pasa de la necesidad a la opulencia, se pervierte. Esa es la enseñanza de la crisis. No renunciar a la opulencia ha sido –y puede volver a ser– nuestra condena: no veo «propósito de enmienda» en nuestros políticos.

Fuente: Joan Margarit: «La independencia de Cataluña es imposible, no se la creen ni los que hablan de ella»

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Joan Margarit i Consarnau 

Escritor, Premio Nacional de Literatura de la Generalidad de Cataluña, Arquitecto

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Joan Margarit i Consarnau

Joan Margarit i Consarnau (SanahujaLérida11 de mayo de 1938) es un poeta en catalán y castellano y catedráticoespañol jubilado de la Universidad Politécnica de Cataluña en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona.

Biografía

Joan Margarit nació en Sanaüja, en la comarca de la Segarra, durante la guerra civil española cuando el frente de Aragón ya estaba cerca de aquellas tierras, hijo de Joan Margarit i Serradell, arquitecto, de Barcelona y de Trinitat Consarnau i Sabaté, maestra de La Ametlla de Mar.

Sus padres se casaron en julio de 1936 en Barcelona pero la guerra civil española les obligó a retirarse a Sanaüja, a casa de la abuela paterna, donde nació el poeta. Cuando tenía cinco años, en 1943, fue golpeado por un señor uniformado por "no hablar en cristiano".[1]

Acabada la guerra y hasta 1948, la familia cambió varias veces de domicilio: RubíFigueras y Gerona. De vuelta a Barcelona, la familia vivió delante del Turó Park y Joan Margarit estudió bachillerato en el Instituto Ausiàs March, que entonces se encontraba en la calle de Muntaner. Por entonces empieza a escribir.

En 1954 la familia se trasladó a las Islas Canarias y, desde 1956, Margarit pasó los cursos académicos en Barcelona para estudiar arquitectura en el Colegio Mayor Sant Jordi, donde residiría hasta 1961. En 1962 conoció a Mariona Ribalta con quien se casó al año siguiente y con la que ha tenido tres hijas, Mònica, Anna y Joana, esta última con síndrome de down, y un hijo, Carles. Dos de sus hijas fallecieron.

Margarit se dió a conocer como poeta en castellano en 1963. Después de un largo paréntesis de diez años, escribió “Crónica”, publicado por su amigo Joaquim Marco, director de la colección “Ocnos”, de Barral Editores. A partir de 1980, inició su obra poética en catalán.

Desde 1975, Margarit y su familia viven en San Justo Desvern, donde también tiene el estudio de arquitectura que comparte con Carles Buxadé, amigo y socio, desde 1980. Desde 1968, Margarit es catedrático, jubilado actualmente, de cálculo de estructuras de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona.[2]

Se define como poeta bilingüe en castellano y catalán. Por otro lado, desdeña las corrientes poéticas y considera que, fuera de la poesía, el hombre se encuentra a la intemperie, valorando al poeta como "el ser más realista, el más pragmático, porque bebe de la realidad. Lo que no es pragmático es la economía".[2]

En 1987, con motivo del milenario de San Justo Desvern, el Orfeón Enric Morera estrenó su Cantata de Sant Just.

En el año 2010 fue el encargado de realizar el pregón de las Fiestas de la Mercè, durante el cual hizo un llamamiento a que Cataluña decidiera "qué relaciones quiere establecer con España".[3]

  1.  "España me da miedo desde los Reyes Católicos", entre vista en El Mundo por Antonio Lucas, 24 de marzo de 2019.
  2. ↑ abcJoan Margarit gana el premio Nacional de Poesía, El País, 7 de octubre de 2008.
  3. «Joan Margarit abre la Mercè 2010 llamando a revisar las relaciones con España»La Vanguardia. 23 de septiembre de 2010. Consultado el 9 de julio de 2019.

De Wikipedia, la enciclopedia libre

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Justificación

Margrit-Para rener casa hay que ganar la guerra.

Margarit, Joan. Para tener casa hay que ganar la guerra (Humanidades). Grupo Planeta. (2018-10-22T23:58:59)

Mis primeros recuerdos tienen esa nitidez con la que a veces nos sorprende la salida del sol. Probablemente, los recuerdos de senectud también la tendrían si me quedara el tiempo suficiente para considerarlos. En realidad, son la puesta de sol. Queda sólo el misterio. El niño aprendió a utilizar la soledad para hacer frente al dolor y al infortunio. Pero a la memoria hay que tratarla con dureza. Como he dicho en algún poema, desconfío del recuerdo, igual que desconfío del sexo, pero los dos me atan a la vida. Uno siempre recela de lo más importante, ésa es nuestra cobardía.

Para escribir este libro —cuyo título coincide con un verso de «Primera noche en Forès», poema de Se pierde la señal— me he servido de una hoja de papel donde un día, hace muchos años, mi madre y yo hicimos lo posible por rehacer la secuencia temporal de los movimientos de nuestra familia durante los años de posguerra. También de un breve dietario de mi madre que, a su muerte, mi hermana Esther encontró oculto entre sus cosas. Las pocas fotografías a las que hago referencia las recuerdo lo suficiente como para no tener que volver a mirarlas. A pesar de que no he tenido nunca una memoria demasiado buena, esta pobreza de recursos ha sido intencionada. Hay dos tipos de narrativa basada en los recuerdos: uno, lo que se suele llamar «memorias», trata de recuperar los hechos, movimientos, encuentros, situaciones… Aquí, en cambio, he querido bucear exclusivamente en los recuerdos que han quedado en mi mente, intentando entender por qué están aún ahí. Y qué tienen que ver con la construcción de mis poemas. Porque, ¿de dónde surgen los poemas? Empecé a escribir este libro para buscar alguna señal que explicara o iluminara ese lugar, si es que es un lugar. Los veintiún capítulos que siguen son el epílogo más extenso que he escrito. Un acompañamiento necesario a mi obra poética.

Nací en uno de los tiempos más sórdidos de España. A la una de la madrugada del 11 de mayo de 1938, en plena Guerra Civil. Mi nacimiento tuvo lugar a no muchos kilómetros de donde, hacia el oeste, se acababa de romper el frente de Aragón. Más lejos, el dirección al sur, ya se preparaba la batalla del Ebro, con la que empezaría el avance final del ejército nacional en Cataluña. El 26 de enero cayó Barcelona y el primero de abril terminaba la Guerra, con la derrota de la República. Tenía cuatro años cuando los nazis aprobaron una ley que obligaba a asesinar a cualquier judío que encontraran vivo, sin importar donde lo encontraran. Y a los catorce leí en un diario la muerte de Stalin.

Podría decirse que la única suerte de los que nacimos en aquella época fue que, durante nuestra vida, ya no conoceríamos un país más triste y lóbrego que aquel en el que abrimos los ojos. Ahora, pasados ochenta años, cuarenta de los cuales bajo aquella dictadura militar, me sumerjo en los primeros años de mi vida pasando con precaución por unos lugares y hechos que, a pesar de no haberlos recordado o vivido directamente, al niño que fui le llegaron sus efectos de una manera tan rápida y directa a través de la familia que son un fundamento del fundamento.

De manera creciente al alcanzarme la senectud, ha aumentado la zona del recuerdo a la que va cubriendo ese velo translúcido que sólo deja pasar vagas luces y sombras, lo justo para que no se rompa la sensación de continuidad. He ido perdiendo precisión en los recuerdos menos necesarios, pero hay recuerdos que, por razones contrarias, se mantienen con más intensidad. Es como si la debilidad de la edad aplicara todas las fuerzas de la memoria a velar por lo que es realmente importante, lo que aún significa algo.

Tengo unos orígenes que se sitúan en torno a los lugares de procedencia de mis dos abuelos y mis dos abuelas. Esto me llevará a escribir de La Cala en el caso de los abuelos maternos, de Sanaüja para mi abuela paterna y del Vallès al buscar el origen de mi abuelo paterno, de quien tengo menos referencias. En los dos primeros capítulos trataré, pues, del Delta del Ebro, de la Alta Segarra y de Castellbisbal, tres lugares donde, a veces con dureza, con saña incluso, comienza mi historia antes de que yo existiera.

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