Meditaciones en la Solemnidad del Espíritu de Jesús

Estas meditaciones se enmarcan luego de la lectura del texto "Espíritu de la verdad" del teólogo suizo Hans Urs Von Balthasar El propósito de Balthasar en este texto es dar cuenta de las características y de la misión del Espíritu Santo desde la tradición neotestamentaria, acentuando la perspectiva joánica, a la que seguirá un breve repaso por los sinópticos y algunas ideas presentes en Pablo y en los Padres de la Iglesia. La guía de las reflexiones del autor será el concepto de la verdad, la cual para el cristianismo hace referencia al mismo Dios que es revelado por el Verbo (Cf. Jn 1,14-18; 14,6). Así, la verdad no responde necesariamente a un conjunto de ideas sobre algo, sino que la verdad es una persona, Jesucristo.

Uno de los elementos que se Balthasar presenta como transversales al Nuevo Testamento es la relación que se establece entre el Espíritu Santo y la Iglesia. Así en Juan, éste recibe los nombres de Paráclito o Intérprete de la Verdad completa, es decir, como Aquél que viene a dinamizar la tradición de la revelación. Por su parte los sinópticos presentan al Espíritu como el que testifica por los discípulos cuando éstos sean llevados a los tribunales a comparecer por causa del Hijo del hombre (Cf. Mc 13,11), o como el don que Jesús promete será enviado sobre la comunidad para que ella pueda anunciar con valentía lo que recibió del Maestro (Cf. Mt 28,19-20; Cf. Lc 24,49). Al finalizar la lectura de este texto de Balthasar, quisiera proyectar algunas reflexiones personales en torno al texto anteriormente presentado. Serán ideas a modo de “pretexto” para poder seguir discutiendo en torno a quizás la Persona de la Trinidad más pasada por alto, pero que sin la cual la evangelización y la misma espiritualidad carecerían de total sentido.

1. En primer lugar, me parece interesante la designación del concepto de “Verdad” con rasgos personales. El Espíritu de la verdad que en definitiva es el Espíritu de Jesús presente en medio de la comunidad es una persona. Pienso aquí en lo que Benedicto XVI sostiene en Deus caritas est: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DCE 1). Me parece radical el concepto de “encuentro con un acontecimiento y con una Persona”, por las siguientes dos consecuencias:

a. Luego de la lectura de la fenomenología católica de Jean-Luc Marion, el “acontecimiento” aparece como un fenómeno saturado, un “don” que me excede y me sorprende. La economía del don en la actuación de la Trinidad es justamente este encuentro que despliega una realidad nueva tanto en mi existencia como en la de la comunidad. Pensar el don o pensar a Dios como don exige justamente la capacidad de abrirse desde la gracia al encuentro que posibilita el nuevo horizonte en mi realidad.

b. El concepto de “encuentro” responde a la dinámica propia de la Trinidad. El Padre se dona todo al Hijo y éste lo recibe en acción de gracias. El encuentro entre ambos lo designamos como Espíritu. Y es este Espíritu el que posibilita la unión y el encuentro entre los creyentes. Encuentro por tanto posee una clara dimensión eclesiológica. Nos reconocemos en el otro y en los otros y con ellos comenzamos un camino común. O como sostiene Bruno Forte, “en una relación de conocimiento directo y arriesgado, el Viviente se ofrece a los suyos y les convierte en vivientes con una vida nueva, testigos de ese encuentro con ellos, encuentro que marcará para siempre su existencia”

2. Un segundo elemento a proponer es la consideración del Espíritu como teólogo y concebir la teología como espiritualidad. A lo largo de la exposición de Balthasar un elemento que se repite es la función exegética del Espíritu, como Aquél que conduce a los creyentes a la aprehensión de la verdad completa, a aquella que es la explicación de la siempre nueva validez universal de la salvación. Ahora bien, ¿por qué llamar al Espíritu como teólogo? El teólogo es aquél y aquella creyente que escuchan la Palabra de Dios y la comunican creativamente a sus hermanos, de manera que ellos también puedan llegar a hacer experiencia de fe. La vocación teológica, sostiene la Instrucción Donum Veritatis, es un carisma suscitado por el Espíritu en la iglesia (Cf. DV 6). Y si es el Espíritu el que lo suscita pareciera ser que Él es el primer teólogo y que invita a otros a vivir su misión. En esto sostuvo Balthasar, que aquellos que son guiados por el Espíritu para alcanzar la fe y desde ella conocer a Dios hacen experiencia de “teología”: “Esta biunidad inseparable de fe y conocimiento es el fundamento, tanto de la ética cristiana, como de lo que en sentido más estricto se denomina teología” (p.79). De esto me gustaría que pudiésemos continuar la reflexión desde la pregunta: ¿En qué sentido el Espíritu, visto como teólogo, fundamenta y da sentido a nuestra vocación teológica?

Finalmente la relación “teología como espiritualidad”. Gustavo Gutiérrez sostuvo que “la experiencia espiritual es el terreno en que hunde sus raíces una reflexión teológica. La comprensión intelectual permite profundizar el nivel de la vivencia de la fe que siempre es previo y fontal” , y más adelante sostendrá que nuestra teología es nuestra espiritualidad y viceversa. Hacer teología junto con un trabajo intelectual demanda una vida de contemplación del misterio. Éste que es siempre inabarcable debe ser acogido con reverencia y obediencia de fe. Es más, “una explicación teológica proporciona un horizonte para la vida y la oración, para el pensamiento y la decisión (…) la teología también pretende afectar la forma en que entendemos nuestro modo de vivir y atraer el corazón y los sentimientos hacia una vida más plena en Cristo” .

Nuestra teología ha de nacer de una experiencia con Dios, de una espiritualidad y de un seguimiento comunitario. Por ello “el teólogo está llamado a intensificar su vida de fe y a unir siempre la investigación científica y la oración” (Donum Veritatis 8). El Espíritu, el teólogo por excelencia, nos interpela continuamente a volver sobre las fuentes de la fe y de la revelación, a pensarlas pero también a vivirlas como mística y espiritualidad. Este debe ser finalmente un trabajo creativo, que se repiense y que se comunique de tal manera que todos puedan llegar al conocimiento de la Verdad.

Referencias

B. FORTE, Breve introducción a la vida cristiana, (San Pablo, Madrid 1996), 41.
G. GUTIÉRREZ, Beber en su propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo, (Sígueme, Salamanca 1985), 50-51.
J. WICKS, Introducción al método teológico, (Verbo Divino, Navarra 1998), 149-150.
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