La crisis de los discípulos en el Viernes Santo ¿no era acaso el Mesías de Dios?

Los discípulos y el Maestro habían arribado a Jerusalén unos días antes. El domingo se había producido la gran entrada de los ramos. Los doce estaban desconcertados y sus esperanzas parecían concretarse: ¿era acaso el momento en que iba a restaurar el reino de Israel? ¿el Reino de Dios irrumpiría ese domingo de gloria y de efervescencia política y religiosa? Pero Jesús, fiel a su estilo, se retiraba a lugares solitarios. Sabía que su acción profética estaba llegando al tope.

Jerusalén por esos días era un hervidero de gente. El aire olía a grasa cocida y a carne tostada por los múltiples sacrificios en el templo al cual llegaba el varón cabeza de familia con la ofrenda para celebrar la Pascua. En el Templo el ritual se llevaba a cabo con precisión: el sumo sacerdote había leído el capítulo 12 del Éxodo, el relato de la primera pascua. Era el momento más importante, ya que se actualizaba la memoria y la fe en el Dios liberador de la esclavitud. La ceremonia se cerraba cuando un sacerdote, subido en una de las altas murallas del templo gritaba que se veían ya tres estrellas en el firmamento. Entonces sonaban las trompetas de plata y todos los habitantes de la ciudad comprendían que la Pascua había comenzado. Seis de la tarde del jueves santo.

Lo que vendría después para los discípulos sería un verdadero acabo de mundo. El Maestro había hablado de que el pan era su cuerpo, pero les seguía sabiendo a pan. De que ese vino compartido era la sangre, pero tenía el mismo sabor de la uva de siempre. ¿Qué habría querido decir? Veían a Jesús más silencioso que de costumbre, quizás alguna lágrima corrió por sus pómulos galileos, curtidos por el sol del desierto de Judea. Les hablaba de un abogado, del Espíritu que vendría a consolarlos, y más encima de un traidor. Judas saliendo de noche hacia un lugar que nadie sabía precisar. Era de noche en Israel y era de noche en el corazón de Judas. Después la subida al monte de los olivos. Y a eso de las 11 de la noche un movimiento por la ladera del promontorio. Luces, una comitiva que se acercaba y a la cabeza Judas. Un beso, una traición, dinero de por medio. El Señor fue tasado, fue hecho objeto de transacción económica. Y los discípulos huyen y dejan sólo al Maestro.

Los testimonios bíblicos no nos dicen qué pasó después con los discípulos en aproximadas 15 horas, desde la captura de Jesús hasta su sepultura. Los evangelios callan. ¿Vergüenza? ¿temor? ¿crisis? Sin duda que hubo una crisis, y quizás una pérdida de fe. ¿Cómo aquél que había sanado a tanta gente había sido tomado preso, torturado y asesinado? ¿No que era el Mesías? Parece que todo había sido un fraude. Parece que las esperanzas puestas en este Jesús de Nazaret se las había llevado una tumba en un jardín solitario a las afueras de Jerusalén.

Hay un texto clave para entender la crisis de los discípulos. Es el conocido relato de Emaús narrado por Lucas en el capítulo 24. Dos discípulos ¡van de a dos como en el envío misionero! (El Señor envió a otros setenta y dos de dos en dos… Lc 10,1). El movimiento del discípulo siempre es comunitario. El discípulo no puede sino hacer comunidad, ya sea en la alegría y en la crisis. No se puede vivir sino es referido a otros (para alegrarnos y para enojarnos siempre es hacia otro). Estos dos discípulos vuelven a su pueblo. ¡Todo había terminado! No sacaban nada con quedarse en Jerusalén. Había que aprender a vivir con esta ilusión rota.

Y un tercero se les acerca. Y el texto dice poéticamente “sus ojos no podían reconocerlo”. Vemos en primera instancia que los discípulos van haciéndose preguntas, con lo que queda demostrado que la vida es un constante cuestionarse, buscar respuestas. Hay en la vida espacios de vacíos de sentido o de conceptos, una falta de hermenéutica por la totalidad de la existencia, lo que queda demostrado en este hacerse preguntas desde la tristeza. Pero es en este escenario de desolación aparente en el cual Dios se hace presente y se pone a caminar con los hombres.

Lo que viene a continuación es la actitud de los discípulos, y el evangelista señala que sus ojos estaban cegados y no son capaces de reconocer a Jesús resucitado. Este encuentro está significado en la ceguera y en el no reconocer, con lo que se pareciera ser que es un texto de crisis. Esta misma ceguera es la que padece San Pablo antes de la conversión, o la oscuridad que cubre toda la tierra en la crucifixión que da paso a la resurrección. Este estar ciegos, o tener una falta de conceptos que doten de sentido a la existencia, se puede comprender también a partir de la salida de los discípulos de la ciudad de Jerusalén, la cual representó la crisis en la muerte de Jesús.

Pero a pesar de este no reconocer, Jesús sigue caminando a nuestro lado y sigue interpelándonos desde las preguntas ¿qué ha sucedido? ¿qué conversan por el camino? Estas mismas preguntas se siguen formulando a las comunidades eclesiales, que experimentan de igual manera la ceguera o las crisis por falta de sentido o por acontecimientos que cometen tanto sacerdotes como laicos. Las crisis, el no reconocer la presencia de Dios en medio de las angustias o de las dificultades, siguen apareciendo en los caminos de la existencia, pero también en ese mismo recorrido aparece el Cristo resucitado que espera de nosotros la respuesta a sus preguntas.

“Ellos contestaron: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta todopoderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. ¿No sabes que los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron? Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Y sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto. Es cierto que algún de nuestras mujeres nos han sorprendido, porque fueron temprano al sepulcro y no encontraron su cuerpo. Hablaban incluso de que se les habían aparecido unos ángeles que decían que está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres decían, pero a él no lo vieron” (Lc 24, 19b-24)

Vemos aquí toda la psicología, toda la humanidad desgarrada de la Iglesia. Es la comunidad creyente del sábado santo, del día del silencio, de la espera, de la duda y del temor. “Nosotros esperábamos… pero lo crucificaron”…. “algunas mujeres dicen que está vivo… pero no lo vieron”. Bueno, es sí o no.

Para reflexionar: Leer los discípulos de Emaús, sólo del versículo 1 al 24. Preguntarse ¿cuáles son mis momentos de crisis de fe? ¿qué/quién las ha provocado? ¿me he decepcionado de mi comunidad creyente? ¿Cuál es mi camino a Emaús, el de mi familia, el de mi Iglesia? ¿Qué hago yo para superar la crisis, el temor, la duda?

La crisis es entendida también como oportunidad. ¿Qué oportunidades nos ofrece el año de la misericordia para enfrentar la crisis eclesial?
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