La memoria y el cedazo del corazón

Buscando sobre qué poder escribir esta columna semanal, me encontré con varios posit  (papelitos de colores con pegamento en un borde que sirven para anotar) que contienen ideas y reflexiones que pude realizar con mis estudiantes de la Universidad durante el primer semestre de clases de este año, de este espacial año. A partir de su lectura, he querido pensar en torno a la memoria y al cedazo del corazón. Las grandes tradiciones van guardando la memoria de su historia. El pueblo de Israel, por ejemplo, coloca piedras consagradas en los sitios de importancia, todos ellos vividos en el contexto de la alianza con Dios-Yahvé.

Michel de Certeau en su obra La debilidad del creer indica que es necesario pasar junto a las piedras erigidas, hacer el camino que otros han hecho reconociendo los signos de la memoria que otros han dejado. La memoria va, entonces, vinculada al concepto de reconocimiento. Me reconozco como un agente activo que crea memoria y que guarda memoria de los que son parte de mi comunidad. A la vez, agradezco cómo ellos han permitido que mi memoria se vaya ampliando. Con ellos, que de extraños se transforman y pasan a ser compañeros de ruta, vamos ensayando pequeños laboratorios – en la terminología de De Certeau – nuevas formas de vida buena para todos. El mismo De Certeau indica que en una determinada topografía se van generando “espacios pedagógicos, filantrópicos, militantes”. Y, más adelante, añade: aparecen “nuevas geografías de nuestras sociedades”.

Pensemos entonces en las posibles nuevas topografías y nuevos espacios:

  • Nueva sociedad bajo el signo del cambio
  • Bajo el signo de la pandemia
  • Bajo un resurgimiento activo de la Iglesia doméstica, del altar familiar
  • Bajo el signo de lo dramático
  • Es necesario aprender a vivir en medio de esta época de desajustes e incertidumbres
  • Las “experiencias telúricas que desbaratan seguridades” (Michel de Certeau)

Y, para ello, hay que saber pasar junto a las piedras erigidas, por lo sagrado, lo sacramental, el sacrificio en cuanto hacer que algo sea sagrado. Es necesario volver a la veneración por lo cotidiano que, con Dios, se hace totalmente extraordinario. De algún modo, seguimos soñando en que aún es posible volver a ofrecer el corazón como canta Fito Páez.

En esta composición (Yo vengo a ofrecer mi corazón), Fito Páez le canta al corazón. Paul Ricoeur en su obra “Caminos de reconocimiento” indica: “la ofrenda, el gesto de ofrecer que inaugura la entrada en el régimen del don”. El “don” se opone, radicalmente, a lo que Ricoeur denomina “la obligación de devolver”. El primero, el ofrecer, es algo gratuito. El segundo, el devolver, viene ya marcado por el signo de lo económico, “anulando la gratuidad del don”, dice Ricoeur.

Las memorias de lo ofrecido/dado, y de lo que nos han ofrecido/dado, marca esa santa gramática de la razón poética, constructiva, inaugural, muy contraria al modelo funcionalista basado solo en la acumulación, el dinero, la economía que mata (Evangelii Gaudium) La memoria, en cambio, a de estar animada por lo que Leonardo Boff llama la “inteligencia y la razón cordial”. De hecho, recordar (muy vinculado con la memoria) significa, literalmente volver (re) a pasar por el corazón (cordis). Mantener y reconocer los altares, las piedras erigidas, los signos donde guardamos la memoria (como son los posit de mis estudiantes), nos van permitiendo poner más corazón en lo que hacemos. Nos animan al coraje, que es poner el corazón por delante.

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