La pedagogía del anuncio de las mujeres en la mañana de Pascua

El que Jesús haya tenido discípulas es un hecho comprobable. Así, leemos en el Evangelio de Lucas que Él recorría las ciudades y los pueblos predicando el Evangelio, y que “le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades” (Lc 8,1-2). Luego se da una larga lista con sus nombres. En este artículo queremos comprender que con este gesto de Jesús de incorporar mujeres en su grupo de discípulos, se da el paso para que en la mañana de Pascua ellas sean las primeras testigos y evangelizadoras llevando el anuncio gozoso de la Resurrección.

Es interesante comprender en un primer momento el contexto sociocultural en el cual las mujeres se ubicaban en la Palestina de los tiempos de Jesús. De plano hay que decir que eran sujetos sociales marginados, junto a los pobres, los paganos y los niños. Se ubicaban en una sociedad profundamente machista. Martín Descalzo (1986) retrotrayendo algunas costumbres de la época nos dice que el varón judío tres veces al día oraba “Bendito seas tú, Señor, porque no me has hecho gentil (pagano), mujer o esclavo”, frente a lo cual la mujer respondía de manera sumisa “Bendito sea el Señor que me creado según su voluntad”. Y uno de los consejos que la clase rabínica poseía era que si una sinagoga llegase a incendiarse, era mejor que la Torah se consumiera en medio de las llamas a que una mujer la tomase en sus manos para salvaguardarla. Junto a estos preceptos, se asumía que la mujer era impura a causa de sus menstruaciones, lo cual se explicita largamente en Lv 15. En definitiva, la mujer era un paradigma de marginación.

Frente a esto, ¿cuál es la actitud de Jesús? Él, y siguiendo a E. Bautista “sale de su círculo para acercarse también a ella y ofrecerle la universalidad del amor y de su perdón” (1). Jesús es capaz de hablar afectuosamente con ellas (Jn 8,2-11), las perdona (Lc 7,36), les da ánimo (Jn 4,5), habla como un verdadero amigo (Jn 11,1-43), y lo más interesante, habla en público con ella (Mt 20,20; Jn 4,1-42; Mt 9,22). Y esto último, socioculturalmente era mal visto e incluso considerado como impuro. Por esto, los discípulos se sobresaltan “se asombraron de que conversara con una mujer; aunque ninguno le dijo: ¿qué quieres? ¿por qué hablas con ella?” (Jn 4,27). Una nota al margen. En nuestro continente, pobre, creyente y aún marginador, ¿nos seguimos haciendo la pregunta de los discípulos en el relato joánico? ¿Por qué hablas con mujeres? ¿Por qué te relacionas con los marginales? Preguntas para pensar y que pueden dar lugar a otra reflexión.

Y llegamos a los relatos de la Resurrección de Jesús. Analizaremos el texto del Evangelio de Juan (Jn 20), centrando nuestra atención en la figura de María Magdalena. Queremos irnos dando cuenta de la riqueza que la pedagogía del anuncio de la mujer posee. “Estaba María Magdalena junto al sepulcro fuera llorando (…) Se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: ¿Mujer, por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré. Jesús le dice: María. Ella se vuelve, y le dice en hebreo: Rabbuní – que quiere decir: Maestro -. Dícele Jesús: Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: He visto al Señor y que había dicho estas palabras” (Jn 20,11-18).

Este texto lo asumiremos como paradigmático en cuanto a la función pedagógico-misionera que la mujer – María Magdalena – posee, constituye y realiza. María tiene la experiencia de la pasión y de la muerte. Acompañó junto a las otras mujeres a Jesús mientras agonizaba, moría y era sepultado. Ahora, la pena nubla sus ojos. Este ‘no saber que era Jesús’, representa un momento de crisis. Hay un quiebre, una discontinuidad. El aprendizaje no se ha logrado. La pedagogía quedó trunca. ¿Qué hacer? Y acontece una medición imprescindible para todo pedagogo y para toda educación que quiera concebirse como crítica, propositiva y trascendental: la pregunta. ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Que Jesús pregunte significa que de Él nace la iniciativa a la pedagogía misionera y evangelizadora. Y Jesús Resucitado le pregunta a una mujer, a aquella que como habíamos visto antes no se podía dirigir la palabra. Con el sólo hecho de pronunciar con dirección a la mujer, Jesús le devuelve su dignidad perdida por una sociedad culturalmente marginadora. Y María responde, aún sin saber. Y ¿qué es lo que provoca el reconocimiento final?, no es otra cosa que una nueva pronunciación del Resucitado: ¡María! Jesús utiliza el nombre, es decir, le habla a toda la realidad de la persona individual. Nombrar para el pensamiento bíblico es individualizar y otorgar una identidad única. Jesús no se dirige al éter, sino que a una mujer cuyo nombre es María. Y ella, responde de la manera más coloquial que pudo darse en el círculo de los discípulos: Rabbuní, es decir, mi Maestro, Maestro mío. Es interesante este movimiento, Jesús dice: María, tú eres la discípula elegida para anunciar que Yo he resucitado, Rabbuní, mi Maestro, a ti te he de anunciar porque tú me ‘activaste’ la palabra para anunciarte públicamente.

Esta es la pedagogía que provoca la mujer. Aquella que ha tenido la experiencia de ver a Jesús, que ha pasado por el momento de la confusión y de la pregunta que encontró respuesta, ella a la cual Jesús se ha dirigido con su nombre, llamado que fue respondido también con un saludo cotidiano, ahora ella puede anunciar las palabras que el Resucitado le ha anunciado.

Finalmente, terminar con palabras de María Clara Bingenmer, teóloga latinoamericana con lo que contextualizaremos el texto que hemos analizado a la realidad de nuestro continente: “La mujer que hace teología en América Latina de hoy, solidaria con los pobres y desde el fondo de su opresión hace diariamente la experiencia de ver al Señor, igual como María Magdalena junto al sepulcro el primer día de la semana vio la luz de la vida nueva y oyó su nombre pronunciado en boca del Resucitado. Y no guarda esta experiencia para si misma sino que anunciará las cosas que el Señor le dijo” (2)

¡Anunciemos a los hermanos al Señor Resucitado que nos habló junto al sepulcro vacío!



Preguntas para la reflexión:

¿A qué nos llama el Señor en este Tiempo Pascual?
¿Cómo actualizar nuestra evangelización desde la Resurrección de Jesús?

(1) Esperanza Bautista, La mujer en la Iglesia primitiva, Verbo Divino, 1988, p. 52.

(2) María Clara Bingenmer, “Alégrense (Lc.8-10) o La mujer en el futuro de la Teología de la Liberación”, en Ensayos en torno a la obra de Gustavo Gutiérrez, CEP, 1989, p. 232.
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