¿Neoclericalismo o sacramentofobia?

Hace tiempo que quiero escribir un artículo pensando en los cristianos-católicos que da la sensación que tienen poco aprecio por la eucaristía; parece que siempre les sobra ésta en sus encuentros, o solo muy de pascuas a ramos. Pensaba titularlo “¿Eucaristiafobia?”. Aunque alguien me dijo que sería mejor hacerlo de modo más positivo, aunque fuera un poco pio: “Amor por la eucaristía”. Pero acabo de leer en RD un artículo de Pepe Mallo –a quien no tengo el gusto de conocer–, titulado “El anticlericalismo se torna neoclericalismo”; allí critica el ministerio ordenado y los sacramentos de la Iglesia como una forma de perpetuar el clericalismo. Luego vi que ya ha escrito más cosas sobre el tema; una de ellas tiene un título parecido con otro neologismo: “Diaconisas o feminiclericalismo”. Como desconozco sus motivaciones de fondo, deseo que estas líneas sean una invitación a un diálogo público o privado, en mi correo personal (vitope@mundo-r.com).

Soy un cura católico casado y he tenido problemas con cierta parte de la Iglesia precisamente por mantener esa identidad: ser cura y estar casado. Sobre todo, los problemas han venido por el hecho de haberme casado y seguir celebrando la eucaristía. Si hubiera renegado de mi fe cristiana y de seguir confesándome católico, o me hubiera salido de la Iglesia católica; en fin, si me hubiera alejado de la eucaristía, en lugar de celebrarla conjuntamente con mi esposa y con mi comunidad… no habría tenido ningún problema. Todo se hubiera reducido a ser un cura más que “colgó la sotana”, un “ex cura”, con o sin pedir la secularización y recibir la correspondiente “reducción al estado laical”; cosa legítima para los que lo han hecho, pero que no es mi caso y yo he corregido varias veces cuando me han hecho entrevistas.

clericalismo

No “colgué” nada, pues nunca utilicé la sotana, ni siquiera el clergyman. Quizás por haberme ordenado quince años después del Vaticano II, aunque otros colegas sí lo hicieron; pero, sobre todo, por no haber querido utilizar nunca distintivos clericales; al no sentirme “separado”, ni de ninguna casta superior. Por eso, siempre me gustó más que me llamaran simplemente por mi nombre, o hacerlo más con la palabra “cura” (de cura animarum, curador, que cuida de su gente) que con la de “sacerdote” (que me sonaba al sacerdocio del AT…); por lo mismo, rechazaba también la palabra gallega “crego”, vinculada a la “cregaxe”, de la casta clerical.

Pero siempre me he sentido y me siento cura, agradecido de haber recibido el ministerio ordenado para siempre (“sacerdos in aeternum”, aquí sí), mientras no reniegue de él; porque mi identidad religiosa es la de cristiano-católico-cura, ni superior ni inferior a nadie. Podría ser otra, pero es esta.

libro armonia

Y, manifestando esta identidad, no he tenido ningún problema en mis encuentros con hermanos/as y amigos/as ateos, agnósticos –con los que camino cada día en nuestras causas comunes–, de otras confesiones cristianas o de otras religiones; estos últimos han sido muy asiduos, pues una de las vertientes más importantes de mi trabajo teológico y de mi praxis ha sido el encuentro y diálogo ecuménico e interreligioso (cf. mi libro La búsqueda de la armonía en la diversidad).

Esta larga introducción me parece importante; sobre todo para los/as que no me conocen, como puede ser el caso del articulista citado. Los que me conocen desde hace décadas –hace casi cuarenta años que me ordené cura–, saben que es realmente así, a pesar de mis contradicciones y mi pecado. Cualquier opinión es respetable en el espacio del debate/diálogo. Pero que a mí me acusen de clerical –aunque  no sea algo personal–, por defender el valor del ministerio ordenado y de los sacramentos, y que acusen de clericales o de “feminiclericalismo” a las mujeres presbíteras que defienden su derecho a ser ordenadas en la tradición de la Iglesia y servir como tales en ella… me parece que no es de recibo, o manifiesta un conocimiento parcial de la realidad:

mujeres curas

Ni la mayoría de ellas, ni yo y otros en mi caso defendemos el clericalismo y la casta clerical por ser curas. Yo he escrito bastante al respecto, criticando una iglesia piramidal y defendiendo una Iglesia koinónica, circular. Así es mi comunidad y así se sitúa espacialmente al reunirse cada domingo alrededor del altar. Sabe muy bien, y acepta/mos, que –como se dice en el artículo- “es necesario pasar de la ancestral pirámide autoritaria al comunitario círculo participativo”. Y se  hace. Porque sabemos muy bien que ministerio no significa superioridad, sino servicio de la Palabra y de la eucaristía. Incluso por eso mismo, los presbíteros se ponen la estola para la eucaristía; no por ser superior, sino por estar representando allí a quien es realmente grande, nuestro Señor Jesucristo.

Es por ello que, cuando leo en el artículo citado al comienzo que si bien el Sínodo de la Amazonia “ha esbozado una configuración eclesial novedosa que manda al traste estructuras y prácticas ancestrales”, se equivoca al decir que  “se promuevan y se confieran ministerios para hombres y mujeres de forma equitativa”  solicitando el diaconado permanente para la mujer y ordenar sacerdotes a hombres casados, porque con ello “no desaparece la humillante y deshonrosa configuración eclesial que encara a los clérigos frente a los laicos” y que esas propuestas “perpetúan el clericalismo”, pues… no. Cuando leo allí que “ordenar in sacris a mujeres y hombres casados –o reconocer el ministerio de los curas que ya lo están, añado–, equivale a ampliar el número de eclesiásticos que pasan a engrosar la casta clerical, y por ende se instaura un nuevo clericalismo, un neoclericalismo reaccionario disfrazado de progresismo”, pues... no.

clericales

El clericalismo no está en el ministerio ordenado, sino en cómo se concibe y se ejerce este: con autoritarismo machista y patriarcal, aunque se pongan faldas de mujer. Si acaso tiene, también, una de sus raíces en la imposición obligatoria del celibato para los curas seculares, como una forma de ser separados y “moralmente superiores” a los que no lo son (los oficiales frente a la “tropa”), a los que tienen su pareja y su familia, expresión intolerable del prejuicio contra una sexualidad sanamente ejercida. La “ecclesía de las mujeres” y muchos teólogos-curas más propone/mos otra manera de ejercer el ministerio ordenado en una comunidad de iguales. Pero no es la única expresión del clericalismo; los que hemos trabajado muchos años de párrocos y hemos estado también en grupos de base, sabemos que hay laicos más clericales que muchos curas; incluso entre la progresía eclesial: para algunos, de lo que lo que se trata es de mandar y tener su parcelita del poder. Por eso, en  las parroquias gente muy lúcida pensaba que era mejor dejar “mandar” un poco al cura, porque otros laicos lo harían peor. El problema no está en la ordenación y el sacramento, sino en el patriarcalismo autoritario. Este es el que ha alentado durante siglos y sigue permitiendo hoy el autoritarismo clerical, generando esa “clerolatría” que dice acertadamente el artículo.

Después, está otro tema que se trata allí: el presunto “craso error histórico” de la“ordenación”, de “lo sacramental”, que al autor le parece “la cuestión más de fondo”. Eso requeriría una respuesta más elaborada, que tendré que dejar para otro momento, pues este post ya se ha hecho demasiado largo. En todo caso, hay que decir que no es suficiente con recordar que Jesús de Nazaret fue un laico, no un sacerdote/levita, y no “ordenó” ningún sacerdote. En realidad, en el cristianismo, como en todas las religiones han existido y existen los sacerdotes/pastores; y sin buenos sacerdotes/pastores las comunidades quedan cojas, como está ocurriendo actualmente.

eucaristia cerezo

En varios de mis anteriores post he hablado ya de estas cosas (“Contra los abusos eclesiásticos, es necesario cambiar el estatuto clerical en la Iglesia”, “Caelibatus delendus est! Hay que abolir el celibato sacerdotal obligatorio”, “El veto de Ladaria al sacerdocio femenino y la intercomunión es poner puertas al viento”, “Raimon Panikkar, sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech…”); y particularmente de la eucaristía como sacramento, más que una simple reunión de amigos (“La eucaristía: sacramento de la no-dualidad y del compromiso” I y II). Quiero acabar diciendo otra vez lo que ya he escrito anteriormente e otros lugares: sigo siendo católico especialmente por la eucaristía; invito –a quien no lo haya hecho– a descubrir y amar la maravilla de este “sacramento de la no-dualidad”.

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