Abilio del Campo fue titular de la diócesis durante 23 años Erik el Belga compró toneladas de arte sacro al obispo de Calahorra en los años 60

Las memorias de René Alphonse vanden Berghe, más conocido como Erik el Belga, desvelan uno de los episodios más lacerantes en la historia del expolio de obras de arte en La Rioja. Ilustrado con numerosos detalles, el mayor ladrón de obras de arte del mundo describe la compra que hizo en los años sesenta al obispo de Calahorra de toneladas de arte sacro que fueron cargadas en camiones y exportadas camino de centro Europa a través de la frontera de Irún. Lo cuenta Luis González de garay en El Correo.

'Por amor al arte' es el título del volumen de Planeta en el que Vanden Berghe, de 72 años, recoge en sus casi setecientas páginas parte de la vida aventurera que le llevó de los penales a los tratos con coleccionistas, aristócratas y eclesiásticos, de planear robos y asaltos, a coleccionar él mismo, inaugurar exposiciones propias como pintor, o colaborar con grupos de vecinos en el rescate de tallas o pinturas desaparecidas.

Las memorias de Erik el Belga salen ahora a la calle con la colaboración de la abogada española Nuria de Madariaga, la actual pareja del autor. Uno de sus capítulos 'Los exquisitos fondos de Calahorra' sitúan la acción en la España de los años sesenta en la que el belga se movía con soltura (había aprendido español en penal del Puerto de Santa María y mantenía tratos con anticuarios de Aragón, Navarra y Castilla León).

«Que el señor obispo vende toda la diócesis de Calahorra». Erik recibió esta llamada en su almacén de antigüedades de Bruselas. Llamaba Antón, un anticuario de Zaragoza al que conocía a través de otros colegas de Navarra. Fue el detonante para el viaje en coche, cruzando a España por Roncesvalles, y la cita en un hotel de la capital aragonesa.
-«Mire, señor Erik, es un asunto delicado para marchantes importantes. Lo que vende el obispo es buen género y vale muchos millones. Aquí, en España los del negocio no tenemos tanto dinero».

Las palabras de Antón, el anticuario, y el acuerdo sobre la comisión que recibiría, el 10%, precedieron al viaje. «...Finalmente llegamos a Calahorra y el anticuario me condujo al Palacio Episcopal.» Allí, un curita joven con pinta de seminarista nos llevó con rapidez a presencia del obispo», relata Erik el Belga, «que nos recibió en un gran despacho atiborrado de recargados muebles tipo renacimiento español».

-«Mire caballero, no se trata de que usted seleccione algunas piezas, solo las que le interesan. Este obispo vende los fondos completos de la Diócesis, todas las piezas». El obispo (Abilio del Campo y de la Bárcena) hablaba de sí mismo en tercera persona, según el relato.

Antes de mostrar el lote en venta, el obispo quiso cerciorarse de la solvencia de su interlocutor. «Porque si la suma que yo considero adecuada no está a su alcance no es necesario que vea las piezas».

El prelado reveló finalmente la cifra de referencia, cien millones de pesetas, una cantidad astronómica para la época. «La cantidad es muy elevada, pero podría disponer de ella si la mercancía lo vale», dijo Vanden Berghe después de sacar la equivalencia en francos belgas.

Los tratantes terminaron en un inmenso almacén. «Había material para varios museos», describe el libro de memorias, «tallas policromadas, retablos a medio desmontar, pilas bautismales de piedra, altares completos, artesonados, ropa de ceremonias». Durante más de cuatro horas Erik repasó las piezas. «Hay mucho del XVII y XVIII, pero también piezas únicas; cálices, custodias, incensarios, candelabros... algunos góticos».

En la publicación de Planeta se describe el regateo que rebajó los cien millones iniciales a una oferta de 80 y contraoferta de 85. El trato estuvo a punto de romperse por la comisión de Antón, el anticuario, más de 8 millones de los que el obispo no aceptaba pagar la mitad.

-«Nuestro amigo Antón, que es un buen cristiano, se conformará con la comisión que ustedes le den. Le conozco. ¿Usted se conformara, verdad Antón?». El anticuario asintió y el trato quedó cerrado en 82 millones de pesetas.

Las gestiones para reunir tal cantidad de dinero le llevaron varios días a Erik, quien precisa que el pago se hizo mediante un talón nominativo del Banco Exterior. El obispo fijó también finalmente el modus operandi. «No cargará ni un aguamanil de mis fondos hasta que no tenga el dinero en metálico», advirtió.

Preparados los camiones para el transporte, «Antón, el anticuario, me proporcionó un par de hombres y el obispo, por no ser menos, me ofreció un grupo de monjitas para que me ayudaran. Las santas mujeres estaban dispuestas incluso a cargar muebles, tan serviciales como son ellas». Finalmente, los hombres fueron sacando los arcones, los muebles y las piezas más grandes, «mientras las monjitas embalaban con papel todas las obras pequeñas».

El obispo extendió una factura para la exportación y el anticuario cobró una comisión más reducida, el 5%.

«Mire, señor Erik, al obispo no le sacan una peseta ni aunque le crucifiquen boca abajo como a San Pedro», se quejó Antón.
La carga de las obras de arte en varios camiones se prolongó durante dos días, antes de emprender viaje y pasar «la frontera de Irún con toda la documentación en regla».

Tumba visgótica

Ya en Bruselas, René Alphonse Vanden Berghe, que había agotado todo su dinero en metálico en la compra de Calahorra, hace varias operaciones rápidas de venta para recapitalizarse.
Describe alguna, como la venta a una pareja austríaca. «Los barones compraron pilas bautismales y una tumba, tal vez visigótica, del tamaño de un niño con inscripciones latinas».

O la compra de un retablo completo y unos sillones fraileros por parte de un alemán, Herr Fritz. También relata la venta a unos anticuarios holandeses, Van Best era el mayor de ellos, de cálices, custodias, casullas, sobrepellizas y capas pluviales con exquisitos dorados. Una venta que estuvo a punto de no consumarse ya que el holandés, en un momento reconoció que el lote estaba destinado a venderlo a su vez a un coleccionista japonés. Van Best tuvo que acabar jurando que se trataba de un nipón católico; si no, no había trato.

«Si es cristiano tiene derecho a poseer esas piezas», exclamó Alphonse Vanden Berghe, «pero le advierto Van Vest, que no debe engañarme nunca. No vendo nuestro arte, que es un símbolo de nuestra religión, o lo que es lo mismo de nuestra cultura, ni a árabes, ni a budistas, ni a sintoístas, ni a animistas. Sería abaratarme moralmente y no soy un tipo barato».

El obispo que lo vendió todo

Abilio del Campo y de la Bárcena nació en Baldazo (Burgos) en 1908. Ingresó en el seminario de Burgos y fue ordenado presbítero en 1931. Licenciado en Filosofía y en Derecho Canónico, fue obispo de Calahorra y Lacalzada seis años 1953-1959 y de Calahorra-Lacalzada y Logroño 17 más, entre 1959 y 1976. Falleció en 1980, a los 72 años.
La participación de quien fue durante 23 años obispo de La Rioja en la venta de arte sacro era conocida en distintos medios y había sido recogida por algunos historiadores. Pero nunca había existido un testimonio tan directo y detallado como el que ofrece René Alphonse Vanden Berghe, Erik el Belga, en su libro de memorias 'Por amor al arte'.

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