ASCENSIÓN DEL SEÑOR (08.05.2016): Jesús ha “ascendido” a estar en todo ser humano

Introducción:vosotros sois testigo de esto” (Lc 24,46-53)
Final del evangelio de Lucas. El texto tiene dos partes: instrucciones de despedida y el hecho de la ascensión (repetido en He 1,9-11).

Las instrucciones leídas hoy son:
1.- Las Escrituras iluminan la pasión, la muerte y la resurrección (Is 53; Os 6,2): “Así estaba escrito..”.
2.- En nombre del Mesías, muerto y resucitado, se predicará “la conversión y el perdón... a todos los pueblos”. Dios invita a aceptar su amor gratuito y a ser sus testigos y actores de reconciliación.
3.- La misión se inicia en Jerusalén. Los discípulos van como testigos de la vida y misión de Jesús.
4.- Deberán esperar hasta “revestirse de fuerza de lo alto”, según la promesa de Jesús.

El hecho de la ascensión
Los sacó hacia Betania”, fuera de Jerusalén, “los bendijo”. Betania es para Jesús y los suyos ámbito de libertad y amor, de vida nueva y diálogo sincero... frente a la sumisión y egoísmo, persecución y muerte de Jerusalén. La bendición –“decir bien”- supone el deseo de que sean revestidos de su mismo Espíritu. Así podrán ser testigos de su misma vida verdadera.

El hecho de la ascensión está narrado en los mismos términos que la ascensión de Elías (2Re 2,9-11): “separarse” y “subir”. Está claro que no es un relato histórico. Lo ocurrido a Jesús tras la muerte está al margen de la historia objetivable. Apariciones y subida al cielo son modos de narrar experiencias de fe de los discípulos. Es la fe en la viva presencia del Resucitado. Según el mismo evangelio, Jesús pasa al cielo (al modo divino de vida) el mismo día de su muerte: “hoy estarás conmigo en el paraíso”, le dijo a un crucificado cercano (Lc 23, 43). Desde la vida de Jesús sabemos que el “modo divino de vida” es estar en todas partes, sin que sepamos cómo (“a Dios nadie le ha visto nunca” -Jn 1, 18)-). Sobre todo debemos potenciar su presencia en lo humano: Dios se hizo hombre, se humanizó en Jesús. Esto nos lleva a reconocer la presencia de Dios, sobre todo, en la persona humana. La “ascensión” de Jesús nos conduce a venerarle en cualquier persona humana: ha “ascendido” a estar en todos, como lo está Dios. Esta es la gran revelación cristiana: “el Hijo de Dios en su encarnación se ha unido en cierto modo con todo ser humano” (GS 22; Mt 25, 31-46).

Vuelta conflictiva a Jerusalén
Sorprende la “vuelta a Jerusalén (sentido sagrado, no sólo local) con gran alegría”, y el hecho de que sigan asistiendo al templo, “refugio de bandidos” (Lc 19, 46). Matiza que “en el templo estaban siempre bendiciendo a Dios”. ¿Siguen sin romper amarras con la ideología religiosa oficial?. Más bien habría que interpretar que su presencia en el templo sería al estilo de Jesús: denunciando abusos, como Jesús, y recordando su vida, que los dirigentes habían cortado tan vilmente. Esta “bendición a Dios” la explica Lucas en su segundo libro, “Hechos de los Apóstoles”: oración en común, elección del sucesor de Judas, venida del Espíritu... (He 1, 14. 15ss; 2, 1ss...). “Bendición” con las complicaciones que el Espíritu les ayudó a superar. El Espíritu les condujo “a todos los pueblos”, tras superar las leyes judías.

Oración:vosotros sois testigos de esto” (Lc 24,46-53)

Jesús resucitado:
Celebramos hoy tu “ascensión a los cielos”.
No podemos evitar el espacio y el tiempo en nuestro modo de pensar.
En realidad, celebramos el hecho de no percibirte sensorialmente:
- no estás ya al alcance de nuestros sentidos;
- no estás atado por nuestra geografía ni cronología;
- habitas, vives, al margen del espacio y el tiempo;
- estás presente sin límites, eternamente en todo.

Todo tu ser ha sido penetrado por el amor del Padre:
es decir, te has entrañado más en la historia y en la vida nuestra;
has “ascendido” a los problemas de más pobres, de todos los pobres;
nosotros diríamos “descendido” a los que menos tienen de todo;
para ti, Jesús, eso es “la gloria”, el amor sin medida, la plenitud.

La Iglesia dice de tu madre, María, “asunta en los cielos”, que:
“no dejó su oficio salvador...;
continúa dándonos dones de salvación...;
con su amor maternal cuida de los hermanos del Hijo,
que peregrinan en peligros y angustias,
hasta que seamos conducidos a la patria feliz”.
Lógicamente “ninguna creatura puede compararse con el Verbo encarnado”...;
“no quita ni agrega nada a tu dignidad y eficacia salvadora”...;
María “participa, difunde, coopera contigo, único redentor de todos” (LG 62).


Tú, “sentado junto al Padre, actúas siempre en el mundo:
para conducir a los hombres a la Iglesia;
para, por ella, unirlos a ti más estrechamente;
para hacerlos partícipes de tu vida gloriosa,
nutriéndolos con tu cuerpo y sangre” (LG 48).

Gracias, Jesús “ascendido hoy a lo más alto del cielo”:
“ascendido” a estar en todo ser humano, como lo está Dios;
“el Hijo de Dios en su encarnación se ha unido en cierto modo con todo ser humano” (GS 22);
en tu resurrección habitas en toda persona (Mt 25, 31-46);
actúas como “mediador entre Dios y los hombres (1Tim 2, 5),
como juez de vivos y muertos” (He 10,42; 17,31; Rom 14,9; 2 Tim 4,1; 1 Pe 4,5);
escucharte a tí es escuchar al Padre
que te ha dado autoridad para pronuncias sentencia porque eres hombre”;
“practicar el bien” al ser humano es elegirte a ti, el Hombre (Jn 5, 27ss);
¿quién va acusar a los elegidos de Dios?
Dios es el que perdona.
¿Quién es el que condena?
Cristo Jesús es el que murió, resucitó, está junto a Dios,
y además intercede por nosotros...
Nada podrá separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús...
” (Rom 8,33-39);
tenemos un defensor (paráclito) ante el Padre” (1Jn 2,1).

Sabemos que “no te has ido para desentenderte de este mundo:
sino que has querido precedernos como cabeza nuestra,
para que nosotros, miembros de tu cuerpo,
vivamos con la ardiente esperanza de seguirte en tu reino” (Prefacio I Ascensión).

Esta esperanza, sostenida por tu Espíritu, nos hace testigos tuyos:
mantiene nuestros ojos abiertos a las llamadas del amor;
enardece nuestro débil corazón para manifestar tu amor;
compromete nuestra persona en la promoción de la dignidad humana,
en la unión fraterna y en la libertad de los hijos de Dios.

Haznos, Señor resucitado, “testigos” de tu ascensión:
cuando optamos cada día por el bien;
cuando aceptamos y amamos a todos;
cuando no excomulgamos a nadie de nuestra mesa;
cuando trabajamos por la justicia y la verdad;
cuando nos hacemos “uno de tantos”;
cuando ponemos los bienes al servicio de los más pobres.

Rufo González
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