“Donde hay verdad”, podemos decir: “ahí está Dios” Nada ni nadie puede separarnos de Cristo Jesús (Domingo 28º C TO 12.10.2025)
“Quien busca la verdad, busca a Dios, sea o no consciente de ello” (Santa Edith Stein)
| Rufo González
Comentario: “Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 2, 8-13)
La frase inicial de este capítulo resume la exhortación: “tú, hijo mío, hazte fuerte en la gracia (ἐν τῇ χάριτι) de Cristo Jesús” (2,1). Este “gracia”, en la mente de Pablo, es el Espíritu: “habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, por el cual hemos obtenido por la fe el acceso a esta gracia (χάριν), en la cual nos encontramos…Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5, 1-2. 5). El Espíritu inspira la transmisión del Evangelio (“lo que has oído de mí”) a gente fiel, capaz de enseñar y compartir riesgos, como el soldado, el atleta, el agricultor (2Tim 2,7).
La lectura aporta el motivo principal para soportar sufrimientos del Evangelio.El “recuerda a Jesús Cristo resucitado” (μνηόνευε Ἰησοῦν Χριστὸν ἐγηγερμένον) es el núcleo del Evangelio de Pablo: “Os recuerdo… el Evangelio que os anuncié… lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados…; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día…” (1Cor 15,1.3-4).
Por el evangelio“padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor”. Pablo se cree “el prisionero por Cristo Jesús en favor de los gentiles” (Ef 3,1). Su padecer propaga el evangelio: “Quiero que sepáis, hermanos, que mi situación personal ha favorecido más bien el avance del Evangelio, pues la gente del pretorio y todos los demás ven claro que estoy preso por Cristo. De este modo la mayoría de los hermanos, alentados por mis cadenas a confiar en el Señor, se atreven mucho más a anunciar sin miedo la Palabra” (Flp 1,12-14).
“La palabra de Dios no está encadenada”. La verdad no puede estar encadenada. En una oración del evangelio de Juan, Jesús pide al Padre por sus discípulos: “Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17,17-19). “Donde hay verdad”, podemos decir que “ahí está Dios”. Igual que “donde hay amor, ahí está Dios” (himno católico; anglicano y luterano). Buscar la verdad es buscar a Dios. Así lo proclamó en pleno s. XX, la filósofa, mártir y santa alemana de origen judío, Edith Stein (Breslau 1891-Auschwitz 1942, víctima del nazismo): “Quien busca la verdad, busca a Dios, sea o no consciente de ello”.
Los versículos finales (2, 11-13) son un pequeño credo con esta fórmula: “es palabra digna de crédito”(“Πιστὸς ὁ λόγος”: creíble la palabra). Está avalado por textos del Nuevo Testamentos:
- “Si morimos con él, también viviremos con él”. Recuerda: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6,4-11).
- “Si perseveramos, reinaremos con él”. Recuerda “si sufrimos con él, seremos glorificados con él” (Rm 8,17); “si compartís los sufrimientos, también compartiréis el consuelo” (2Cor 1,7).
“Si lo negamos, también él nos negará”. Recuerda: “Si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10,33).
“Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo”. Recuerda: “estoy convencido de que ni muerte, ni vida…, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38-39). La fidelidad divina es dato básico evangélico. Dios ama, “haciendo salir su sol sobre malos y buenos, y mandando la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45). Jesús muere perdonando: “cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5, 6-8). Concluye el Vaticano II: “Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS 22).
Oración: “Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 2, 8-13)
Jesús, misionero del Amor del Padre:
seguimos escuchando el “testamento” de Pablo:
“acuérdate de Jesucristo, resucitado”;
te oímos proclamar el Reino del Amor del Padre;
vemos tu atención a enfermos, leprosos, niños,
prostitutas, alejados sociales y religiosos...;
observamos tu indignación ante la conducta
de sacerdotes, fariseos, letrados...;
recordamos tus parábolas tan realistas y vitales;
repasamos tu “trabajo” de médico, educador...;
admiramos tu “subida” a Jerusalén, centro de tu nación…
Pablo no te conoció antes de tu muerte:
la ejecución de Esteban en su presencia,
debió parecerle tan lógica como tu muerte;
su fanatismo le llevó a entrar en las casas,
arrastrar hombres y mujeres, encarcelarlos (He 8,3);
“respiró amenazas de muerte contra tus discípulos” (He 9,1ss).
Descubrió el Amor “que todo lo soporta” (1Cor 13,7):
en su misma vida de perseguidor;
en la respuesta de Esteban: “Señor,
no les tengas en cuenta este pecado” (He 7,60);
en el dolor infligido a los que seguían “tu camino”;
en la “luz celestial que lo envolvió en su resplandor”,
dándole a entender tu amor herido:
“soy Jesús, a quien tú persigues” (He 9,5).
Poco a poco intuyó tu camino de cruz:
“yo le mostraré lo que tiene que sufrir
por mi nombre” (He 9, 16);
convertido a tu Amor, abrazó tu Evangelio,
“por el que padezco hasta llevar cadenas
como un malhechor;
pero la palabra de Dios no está encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos,
para que ellos también alcancen la salvación
y gloria eterna en Cristo Jesús” (vv. 8-10).
Hoy, su “testamento” expresa su fe:
“si morimos con él, viviremos con él;
si perseveramos, reinaremos con él;
si lo negamos, también él nos negará;
si somos infieles, él permanecerá fiel,
porque no puede negarse a sí mismo” (vv. 11-13).
Nuestra vida es un regalo del Padre:
“sabemos que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos” (Sal 100,3);
“nosotros amemos a Dios,
porqueél nos amó primero” (1Jn 4,19);
“en esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y
nos envió a su Hijo como víctima de propiciación
por nuestros pecados” (1Jn 4,10).
“en esto hemos conocido el amor:
en que él (tú, Jesús)dio su vida por nosotros;
también nosotros debemos dar nuestra vida
por los hermanos” (Jn 3,16).
Tú, Jesús, el Padre y el Espíritu Santo:
“trabajáis y laboráis por mí en todas las cosas
criadas sobre la faz de la tierra”;
“mi Padre sigue actuando, y yo también actúo” (Jn 5,17).
“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria,
mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer;
vos me lo distes, a vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”
(San Ignacio de Loyola. EE, 230-237).
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