Jóvenes destruidos y esperanzados... La cocaína, como el pan nuestro

Y es lo que admiro sobremanera, estás oscuras, te está doliendo, sientes vacío, pero te has visto tan destruido, que quieres salir y te agarras y te fías de una palabra pobre y débil como la mía, pero que tú –según me dices- le das valor divino, teológico, y sientes una fuerzas superior a la que te abres en esperanza, creyendo lo que decimos de que está emergiendo la imagen de bondad más grande que está en tu interior.

La cocaína, como el pan nuestro.

cocaina

Salíamos del centro de empleo de Cáritas diocesana en el cerro de reyes. Tú no conocías el centro, pero el barrio sí, conoces todos los barrios. Me explicaste que habías ido allí a pillar la cocaína, dijiste con toda naturalidad que, en Badajoz es tan fácil comprar la droga como el pan. En festivos y de noche, incluso más fácil obtener droga que pan. Pensé en la oración cristiana del “pan nuestro de cada día”. Contigo voy aprendiendo, a pie descalzo y corazón desnudo, cosas de ese mundo tan generalizado en nuestra ciudad y entre nuestros jóvenes y no tan jóvenes.

Acabas de celebrar tus veinticuatro años, conociste este mundillo desde tu adolescencia, en momentos duros, afectivos y familiares, tonteaste con la marihuana, e incluso la vendiste en el instituto, allí todo era tan fácil, el dinero se ganaba con tanta facilidad, uno tenía lo que quería. Después te salvaste por los pelos de ir al Marcelo Nessi, te pillaron, con otros, cargado de Marihuana, ellos mayores, tu adolescente menor; proceso y educación a manos de proyectos de Cáritas para adolescentes con adicción, fue el pago de tu culpa. Te acuerdas de los nombres de los que te ayudaron, pero no de sus caras, fuiste solo para librarte. Han pasado tantos días, tantas cosas, tantas personas… desde ahí el paso a la coca, compartido con una vida aparentemente normalizada, trabajando horas sin contar, pero solo, muy solo, necesitado de mucho cariño y sin fondo.

Una relación de pareja fue tu refugio, con momentos muy tóxicos, un cariño que se siente verdadero pero desorientado y sin madurez para hacerlo auténtico y fecundo… adiciones ligadas, alcohol, juegos, coca, sexo, amistades consumo, noches enteras con “puestazos”, vidas llenas de muerte, pasión sin fondo, placeres destructivos, palabras sin sentido, extremos arriesgados, dinero de un duro trabajo tirado a la basura de tu propia destrucción, robos para tener lo que te quitaba vida… Todo un mundo de relación de bajo fondo, de pozos oscuros, donde ahora te sientes ahogado.

Te llevó a mí tu inocencia juvenil, tu sencillez y sinceridad de fondo. Me atendiste en una terraza de bar y comenzó nuestra conversación, la proximidad de lo más sencillo, parecía que querías catequesis, pero en realidad estabas buscando la vida, el agua viva que quita la sed y la angustia de lo perdido, lo desorientado, lo hundido. Me llamaste meses después, en tu asfixia y ahogamiento, y comenzamos un camino. Lo comenzaste tú, yo te contemplé y me dispuse a tu lado por si podía decirte una palabra de aliento, acompañarte a un lugar más seguro, escucharte y aprender de ti y contigo. Y vaya, si estoy aprendiendo, me abres los ojos y me descubres dolor y tragedia, en ti ya consciente, pero desde tu atalaya le pones nombres en un montón de colegas de trabajo, de calle, de diversión, de ligues, una muchedumbre inmensa que están en ese mundo, en esa calle tan normalizada, de la que tú quieres salir y te está costando media alma.

Es un proceso de casi ocho años el que te ha llevado a sentirte como “una mierda” – respeto tu palabra y me como tu adjetivo-. Al dar los primeros pasos, te sientes solo, absolutamente solo, triste, ansioso, nervioso, impulsivo…tanto que perdiste tu trabajo, pero te has lanzado a trabajos duros en el campo, a sudar, cansarte, con tal de purificarte y pagar tus deudas, tus ataduras. Por tu cuenta, estás cambiando de hábitos, de relaciones, de consumo, de horario, de modales… cambiando la piel, enterrándote, para sentirte de nuevo, y te vas descubriendo nuevo en un dolor casi extremo. Yo te digo que es de parto, pero tú me dices que no lo ves, que te fías de mí que lo estoy viendo desde fuera, porque para ti todo es oscuro todavía. Y es lo que admiro sobremanera, estás oscuras, te está doliendo, sientes vacío, pero te has visto tan destruido, que quieres salir y te agarras y te fías de una palabra pobre y débil como la mía, pero que tú –según me dices- le das valor divino, teológico, y sientes una fuerzas superior a la que te abres en esperanza, creyendo lo que decimos de que está emergiendo la imagen de bondad más grande que está en tu interior. La imagen que tuviste en los  mejores momentos de tu infancia, en tus mejores deseos y sueños.

Te lo aseguro, amigo, en esta relación me estás convirtiendo, me siento invitado a nacer de nuevo y también quiero romper con todas mis ataduras y adiciones, todas ellas solapadas en la normalidad de una sociedad falseada, donde es tan fácil comprar pan como droga. Drogas, adiciones tan plurales y tan integradas que parecen pan de cada día.

José Moreno Losada. Sacerdote.

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