La euforia por el triunfo de nuestros deportistas me sabe a poco

Los buenos resultados de una selección nacional o albergar un evento deportivo importante dispara el consumo, incluso en épocas de crisis. Parece que el deporte se ha convertido en lo único que nos saca, a los ciudadanos, de nuestro letargo diario ¿y vital?
Más de 13 millones de españoles estuvieron pendientes de sus televisores para ver si España le ganaba a Holanda. Más de cuatro millones vieron la final de Roland Garros que ganó Rafa Nadal. El Superbowl 2010 batió todos los record de audiencia. El Gran Premio de Valencia de Fórmula 1 se retransmitió en directo en más de 185 países…
Ser sede de un Mundial de fútbol, celebrar los Juegos Olímpicos u organizar un gran evento deportivo del tipo que sea se convierte en un objetivo nacional que todo el mundo apoya sin tener en cuenta los pros y los contras, que los hay.
La organización de un evento de carácter internacional atrae ingresos. Más turistas, más comercio, mejores infraestructuras, empleo… Aunque, como dice el refrán, no es oro todo lo que reluce.
La historia de los Juegos Olímpicos está plagada de grandes fracasos. Sirva como ejemplo, los Juegos de 1976. Montreal estuvo pagando hasta el año 2000 la factura de estos Juegos Olímpicos. Tampoco fueron mejores los de Los Ángeles o los de Grecia 2004. Así,la rentabilidad económica de algunos eventos deportivos queda en entredicho.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuándo nuestra “roja” conquista el Mundial, Nadal gana o Los Lakers ganan el anillo de la NBA?. Diversos estudios nos dicen que se produce un estado de alegría en los ciudadanos que contribuyen a una mejora de la autoestima y a una mejoría en algunos parámetros económicos. Hay datos que lo corroboran.
Frente a este optimismo y alegría, cabe la crítica porque los ciudadanos somos incapaces de movernos ante la irresponsabilidad de algunos políticos y empresas y ante la injusticia de que se recorten nuestros derechos o los de otros. En cambio, un gol de Villa por un buen pase de Iniesta hace saltar de sus sofás a todo un país.
No critico esto último. Me parece bien. Pero lamento que nuestras ilusiones y sueños y compromisos se queden en eso.
¿No crees que deberíamos tenerlo en cuenta en la educación de nuestros hijos?