Las mayores exquisiteces

La indignidad del ataque supone el sentimiento fundamental de que nada es en vano y ser un equilibrista de la verdad supone un cierto saber hacer. Dicen que la indignidad del ataque alimenta de manera galopante la megalomanía del atacante. Claro que a veces es más propio del que cultiva piojos en vez de pensamientos, y del mentecato que del generoso, pero, aún este clase de políticos, sabe que las cosas pierden su forma y se adaptan a las cajas en las que se las comprime y que las nubes de palabras pueden nublan el sol.  En fin, tengo la certeza de pasearme todos los días entre las mayores exquisiteces, la biblioteca, que ha producido el talento humano y cuando oigo, veo y leo los medios de comunicación me pregunto: ¿en qué manos estamos?

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