La otra orilla

Un ciego muy viejo en tiempo de mi bisabuelo contaba que cuando él era niño los viejos contaban que los habitantes del  pueblo de la otra orilla del río, metieron en sacos tibias, cabezas sin cabello y las cuencas de los ojos vacías, encontrados en lo que ellos llamaban el cementerio, cargaron todo en una barca, desembarcaron en ésta,  enterraron los restos de sus antepasados y sobre ellos se aposentaron y se dijeron: Ahora estamos en donde debemos de estar y podremos edificar sobre nuestras raíces. De vez en cuando, atendiendo los gritos de auxilio, las peticiones de los muertos son sagradas, iban al lugar de donde habían venido a ofrecer sacrificios y ofrendas. Quien no atiende las peticiones de los muertos está poniendo los cimientos de las futuras penas y del temor que llevará inyectado en sus entrañas como una maldición. Delante del ciego, el bisabuelo, tenía la impresión de estar delante de una estatua de ojos tristes que penetraban la luminosidad de la profunda oscuridad de todo. Veo lo que estás pensando. No le des vueltas más vueltas. Hay cosas que no hay que entender.

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