Un amigo ateo, harto de oírme, me dijo en tono jocoso: consúltalo a un cura. Me escuchó durante horas. Descubrí que tener un fracaso no es lo mismo que ser un fracasado; que el dinero y el éxito social me poseían, que no era yo. Ese mundo, que ahora considero una insignificancia, se ha hundido. Entonces pensé y busqué a donde podría ir sin nada más que con lo puesto y mi pensión, y aquí estoy. Tengo todo el tiempo para pensar y dejar vagar la mente y airear el alma. Lo que antes eran valores absolutos ahora son útiles, herramientas que utilizo en la medida en que las necesito y tengo posibilidad de utilizarlas. Me acontecen pequeñas grandes cosas que antes no me acontecían. Creo que no creo, pero quizás la única posibilidad de encontrarse con lo sagrado, lo otro, los otros y contigo mismo, seas lo que seas, sea en ese vacío interior que deja el derrumbamiento del mundo. Yo era una extensión del mundo, ahora creo que el mundo es mi hogar en donde yo soy y del que hago parte. Estoy descubriendo, aquí encuentro gente que por su hondura, me hace pensar en ellos, Francisco de Asís y Cristo, dos tipos interesantes. Tomo el último sorbo y se fue