Celestino V y Benedicto XVI

Hoy, Día del Libro (si ustedes quieren, nos vemos en Parla, librería Carmen, a partir de las 19,30 horas), vuelve a la Historia un personaje que tiene mucho de literario. En más de una ocasión he pensado la posibilidad de escribir una novela sobre Celestino V, el Papa ermitaño, el hombre que renunció al Solio Pontificio para volver a su gruta pero fue encerrado hasta el fin de sus días por su sucesor. Su tumba se halla cerca de L'Aquila (Italia), sacudida hace unas semanas por un brutal terremoto y que el 28 de abril será visitada por otro Papa, Benedicto XVI.

El sepulcro de Celestino V fue el único rincón declarado bien de interés cultural que no sufrió daño alguno por el seísmo. Ahora, Benedicto XVI visitará la tumba del Papa que dimitió, donándole el palio con el que comenzó su pontificado.

En los últimos momentos de la vida de Juan Pablo II, se habló mucho de la posibilidad de su renuncia. Anteriormente, cuentan, Pablo VI había dejado escrito su cese si perdía las facultades físicas o mentales. Pero fue en ese momento cuando emergió la figura de Celestino V, que tras la elección de Benedicto XVI regresó allí donde siempre quiso estar: en el anonimato. No pudo en vida, pero durante más de 700 años su tumba ha pasado casi inadvertida.

San Celestino V (ojo, porque el Papa que renunció fue canonizado) es un claro ejemplo de la dificultad de dirigir la Iglesia católica. Mañana, cuando se cumplen 4 años de la entronización de Benedicto XVI, no está de más reconocer que llevar el timón de la barca de Pedro es una tarea ardua, no exenta de traiciones, críticas furibundas y rechazos. Cuando aceptas el Solio Pontificio, de algún modo, estás aceptando que has de morir en el cargo. El único que no lo hizo fue Celestino V... y así le fue. Y sin embargo...

baronrampante@hotmail.es
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