Huir de la fornicación

Es lo que nos pide ahora el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández. Una palabra, la fornicación, que etimológicamente significa "tener relaciones sexuales con una prostituta" y que una moral rigorista -ojo, no presente única ni principalmente en el seno de la Iglesia católica- trasladó hace muchos años a cualquier tipo de relación fuera del matrimonio. El Antiguo Testamento, y San Pablo -y también, cómo no, Demetrio Fernández-, condenan el amor carnal como algo impuro, que aleja de la salvación y arroja a los abismos del Infierno. Algo que jamás hizo Jesucristo, al que tantas veces hemos hurtado en su verdadera esencia.

Demetrio Fernández considera que la sexualidad tiene tres estados. Primero, cuando una persona está soltera “no hay lugar para su ejercicio”. Segundo, cuando está casada tiene que saber “administrar sus impulsos en aras del amor auténtico”. Tercero, cuando una persona está consagrada su sexualidad está “sublimada en un amor más puro y oblativo”. Uno, en su pobreza, entiende la tercera vía, sobre todo porque la consagración imprime carácter, y es voluntaria, pero de ningún modo la primera -aunque sí es cierto, como él también sostiene, que se puede llegar virgen al matrimonio, y no pasa nada. Pero esa opción jamás debería considerarse como la panacea de la felicidad o del buen obrar-, y tampoco la segunda. Como, por cierto, se encargó de recordar Benedicto XVI en su primera encílica, donde al fin un Papa abría la puerta al goce dentro del matrimonio.


Mojigatos y reprimidos los hay en todas partes. Y es comprensible que los haya. Per no a costa de la felicidad, o de la salvación -o condenación- de los demás.

baronrampante@hotmail.es
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