Cuando la ultraderecha quiere domesticar la fe: el riesgo de una Iglesia ideologizada Los rigoristas hasta se atreven a cuestionar el Concilio en su intento de ideologizar el Evangelio

Francisco y los rigoristas
Francisco y los rigoristas

"Tras la desaparición de lo que consideraban un “dique de contención”—el Papa Francisco—estos sectores tradicionalistas y ultras, crecidos y desinhibidos, han lanzado una ofensiva abierta para domesticar la religión y ponerla al servicio de su causa"

"Frente a la paz desarmada y desarmante de León XIV, o la insurgencia profética de Francisco, proponen la ortodoxia del miedo, el repliegue de la Iglesia sobre sí misma, la “pureza” doctrinal instrumentalizada para sus propios fines políticos"

"Urge reafirmar la centralidad del Vaticano II, su irreversibilidad, y redoblar la apuesta evangélica de apertura, diálogo, misericordia y defensa de los descartados"

"El Papa León XIV, como pastor de una Iglesia en camino, tiene la tarea de mantener viva la llama de la primavera conciliar, recordando que la fe no es un bastión para defender privilegios, sino un don para compartir con el mundo"

Los vientos de la ultraderecha rigorista vuelven a arreciar en la Iglesia católica. Tras la desaparición de lo que consideraban un “dique de contención”—el Papa Francisco—estos sectores tradicionalistas y ultras, crecidos y desinhibidos, han lanzado una ofensiva abierta para domesticar la religión y ponerla al servicio de su causa. Por eso, proliferan artículos e informaciones de sus teólogos de cabecera contra el Vaticano II en sus medios afines.

Su primer objetivo: ideologizar la fe e institucionalizar una agenda política bajo apariencia de ortodoxia católica. El segundo: el intento inédito de desprestigiar y minusvalorar incluso el Concilio Vaticano II, ese gran evento eclesial que logró abrir las ventanas de la Iglesia, ponerla al día y hacerla dialogar con el mundo y la modernidad.

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Infovaticana
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¿A qué juegan y qué buscan los adalides de esta apropiación?

Ante todo, quieren una Iglesia fuerte como máquina de identidad y combate cultural. No les interesa el Evangelio como camino de misericordia, fraternidad y acogida, sino como bandera para el enfrentamiento civilizatorio, parapetados en la defensa de una “cristiandad” cerrada y excluyente. Les incomoda la Iglesia en salida que se abre, que escucha, que dialoga y acoge al diferente, al inmigrante, al pobre y al vulnerable.

Frente a la paz desarmada y desarmante de León XIV, o la insurgencia profética de Francisco, proponen la ortodoxia del miedo, el repliegue de la Iglesia sobre sí misma, la “pureza” doctrinal instrumentalizada para sus propios fines políticos.

Para estos sectores (a los que Francisco bautizó de ‘rigoristas’), la fe es un instrumento estratégico, no un encuentro con el Dios vivo. Despojan al catolicismo de su raíz evangélica para convertirlo en plataforma de identidad y escudo político. Así construyen alianzas internacionales y campañas financieras, difunden bulos y sueñan con transformar la Iglesia en una fortaleza ideológica, olvidando la universalidad y la compasión del Concilio y del Evangelio.

Una vuelta atrás, a la Iglesia de antes del Concilio, atada al poder y casada con el sistema. O peor aún, la conversión de la Iglesia en una secta, que hace pasar la obediencia ciega por ‘voluntad de Dios’ y anula la libertad y el primado de la conciencia.

Santiago Abascal, líder de Vox
Santiago Abascal, líder de Vox EFE

Tácticas de la ultraderecha eclesiástica

La ultraderecha eclesiástica emplea tácticas precisas para avanzar en su proyecto:

1.Reescritura de la narrativa eclesial: Presentan el Concilio Vaticano II como una ruptura con la tradición, acusándolo de diluir la identidad católica. Ignoran que el Concilio no fue una revolución, sino una renovación en continuidad con la Tradición, y lo caricaturizan como la fuente de todos los males de la Iglesia moderna.

Oponen la llamada “hermenéutica de la continuidad” (de Benedicto XVI) a la “hermenéutica de la ruptura”, pero reinterpretan el concilio de forma restrictiva, negando o relativizando cualquier desarrollo teológico, pastoral o litúrgico que no encaje en su visión preconciliar. Promueven la misa tridentina como baluarte identitario y rechazan, por ejemplo, la participación laical o el protagonismo de la conciencia.

 2.Control de espacios de poder: Buscan influir en seminarios, universidades católicas y medios de comunicación eclesiales para formar clérigos y fieles en su visión rigorista. Desde estos espacios, difunden una teología que exalta la autoridad y minimiza la colegialidad y el papel del laicado.

3.Uso de las redes sociales y medios afines: Aprovechan plataformas digitales y medios ultraconservadores para amplificar su mensaje, atacar a quienes defienden el espíritu del Concilio y generar polarización. Su retórica, cargada de emocionalidad, apela al miedo y a la nostalgia.

4. Ataques al Papa y al magisterio reciente: Cuestionaban abiertamente al Papa Francisco y hacen lo mismo un poco más sutilmente con la autoridad del Papa León XIV, presentándolo como un continuador "débil" de Francisco, mientras ensalzan figuras históricas que encajan con su visión, como Pío XII o Juan Pablo II (selectivamente interpretado).

5.Reivindicación de la liturgia tradicional: Promueven la Misa en latín y el rito tridentino como un símbolo de resistencia frente a la "mundanización" de la Iglesia, utilizando la liturgia como bandera ideológica.

Campaña del CEU

¿Qué gana la ultraderecha al apropiarse del lenguaje religioso?

La ultraderecha eclesiástica obtiene numerosas ventajas al apropiarse del lenguaje religioso dentro y fuera de la Iglesia:

1.Legitimidad moral y autoridad social

Al invertir palabras, símbolos y argumentos religiosos —tradición, familia, cruzada, pureza, “cristiandad”, etc.— la ultraderecha se reviste de una autoridad moral difícil de cuestionar dentro de comunidades profundamente católicas. Presentar sus posiciones como “la verdadera fe” otorga peso y legitimidad, desautorizando como herejía cualquier postura diferente. Por eso acusan de herejía a cualquiera que opine de forma diferente y reparten carnets de catolicidad.

2.Movilización e identidad grupal

El lenguaje religioso refuerza un sentido de pertenencia y misión, establece fronteras nítidas (“nosotros los fieles, ellos los infieles o tibios o herejes”) y moviliza afectos colectivos mediante la apelación a lo sagrado, la patria y el sacrificio. Así convierten su causa política en “batalla espiritual” y llaman a la movilización como un deber religioso y no solo ciudadano.

3.Control del relato y silenciamiento de críticos

Al apropiarse del vocabulario católico, la ultraderecha puede etiquetar como “progresista”, “relativista” o “enemigo de la fe” a quienes se les oponen, deslegitimando cualquier crítica bajo la sospecha de heterodoxia o traición al Evangelio. Controlan el acceso y la interpretación legítima del discurso católico, erigiéndose en martillo de herejes y catalogando como tales a voces distintas o minoritarias. Lo hacen a diario desde Infovaticana e Infocatólica.

4.Influencia política y alianzas estratégicas

El lenguaje religioso, una vez instrumentalizado, se convierte en un puente hacia ámbitos políticos: permite a la ultraderecha articular su ideología como defensa de valores “no negociables”, captar votos en entornos conservadores e influir en la agenda pública (leyes sobre inmigración, familia, educación) con el argumento moralista de fondo.

5.Reducción de la complejidad y polarización

Hablar desde la religión en términos absolutos y apocalípticos simplifica el debate y polariza: divide el mundo entre “buenos” y “malos”, ahorra matices éticos o pastorales y crea una narrativa de “cristiandad amenazada” que moviliza emocionalmente y cierra el paso a una autocrítica genuina o a cualquier diálogo verdadero.

En definitiva, la ultraderecha gana poder simbólico, capacidad de movilización, control del relato y capacidad de influencia política al apropiarse del lenguaje religioso, pero al precio de manipular el mensaje evangélico y reducir la riqueza de la fe a herramienta de identidad y combate, en detrimento de su universalidad, misericordia y apertura al diálogo.

Hazte Oír

¿Qué puede -y debe- hacer la Iglesia y el Papa León XIV para frenar esta ofensiva de desnaturalización del catolicismo?

Primero, dejar claro—sin ambigüedades—que la fe no se deja instrumentalizar, que la Iglesia no es ni será apéndice de ningún partido ni laboratorio de ideologías. Urge reafirmar la centralidad del Vaticano II, su irreversibilidad, y redoblar la apuesta evangélica de apertura, diálogo, misericordia y defensa de los descartados.

León XIV, con su estilo sobrio y equilibrado, tiene la tarea de custodiar el legado conciliar frente a las tentaciones restauracionistas, y recordar que lo genuinamente católico no es el retorno a las trincheras, sino la universalidad, la escucha y la caridad desarmada. Deberá fortalecer los espacios de diálogo, los procesos sinodales y la corresponsabilidad eclesial para que la primavera conciliar siga floreciendo, plantando cara al clericalismo y a la tentación de una Iglesia autorreferencial.

Porque si la fe se privatiza para convertirse en ideología y bandera de exclusión, deja de ser Buena Noticia y renuncia a su misión profética. El Espíritu, como en tiempos de Juan XXIII y de Francisco, siempre sopla donde quiere, y no se deja domesticar ni por el miedo ni por la nostalgia. Es hora de defender la libertad, la universalidad y la compasión que hicieron del Vaticano II la mayor esperanza de la Iglesia contemporánea.

León XIV con niños
León XIV con niños

Más en concreto, frente a este intento rigorista de desnaturalizar la fe, la Iglesia y el Papa León XIV tienen ante sí un desafío mayúsculo: defender el espíritu del Concilio y mantener viva la primavera eclesial que Francisco consolidó. Algunas estrategias para frenar este asalto podrían incluir:

1. Fortalecer la sinodalidad: La colegialidad y la participación de los laicos, promovidas por el Concilio, son antídotos contra el autoritarismo. León XIV debe impulsar procesos sinodales que den voz a las periferias y refuercen la comunión eclesial.

2. Renovar la formación teológica: Es crucial formar sacerdotes y laicos en una teología fiel al Concilio, que combine la profundidad doctrinal con la apertura al mundo. Esto implica recuperar el estudio de los documentos conciliares en seminarios y universidades.

3. Comunicar con audacia: La Iglesia debe contrarrestar la narrativa ultraconservadora con un mensaje claro y esperanzador, utilizando los medios digitales para llegar a los fieles y desmontar las falsedades sobre el Concilio.

4. Promover el diálogo: León XIV puede continuar el legado de Francisco dialogando con las sensibilidades tradicionalistas, pero sin ceder en los principios conciliares. Esto implica escuchar sus preocupaciones, pero reafirmando la autoridad del magisterio.

5. Defender la centralidad del Evangelio: La fe no puede ser reducida a una ideología. El Papa debe insistir en que el corazón de la Iglesia es Cristo, no una agenda política, y que la misericordia y la justicia social son inseparables del mensaje cristiano.

Almuerzo con el Papa en el Borgo Laudato
Almuerzo con el Papa en el Borgo Laudato Vatican Media

Un desafío de presente y de futuro

La ultraderecha eclesiástica, con su intento de domesticar la fe, no solo amenaza el legado del Concilio Vaticano II, sino la esencia misma del Evangelio. Su proyecto, lejos de fortalecer a la Iglesia, la encorseta en una visión excluyente que aleja a los fieles y contradice la universalidad del mensaje cristiano.

El Papa León XIV, como pastor de una Iglesia en camino, tiene la tarea de mantener viva la llama de la primavera conciliar, recordando que la fe no es un bastión para defender privilegios, sino un don para compartir con el mundo.

La Iglesia, fiel a su misión, debe seguir siendo faro de esperanza, no fortaleza de exclusión. Porque, como decía Juan XXIII, “no somos guardianes de un museo, sino jardineros de un vergel”.

Francisco y los rigoristas
Francisco y los rigoristas

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