#sentipensares2025 El Culto a la Perversión: Marcial Maciel, un Abismo de Hipocresía

El Culto a la Perversión: Marcial Maciel, un Abismo de Hipocresía
El Culto a la Perversión: Marcial Maciel, un Abismo de Hipocresía
Estos días, estoy siguiendo con estupor los reportajes sobre Marcial Maciel, que son sobrecogedores. Es por eso que me atrevo a escribir mi opinión sobre este hombre y el encubrimiento por parte de la iglesia durante más de medio siglo.



El caso de Marcial Maciel Degollado no es simplemente la historia de un hombre con defectos morales, sino el paradigma de la perversión institucional y la traición sistémica. No se trata de un pecador que cayó en desgracia, sino de un depredador que erigió un imperio de poder y control bajo el velo de la santidad. Su historia, espeluznante en cada uno de sus detalles, expone una fractura ética y teológica en el corazón de una institución que, en lugar de proteger a los más vulnerables, los sacrificó en el altar del poder y el dinero.
La figura de Maciel es la encarnación de la doble vida patológica. No era un "hombre enfermo" en el sentido de una fragilidad comprensible, como sugirió el Papa Francisco, sino un individuo con una psique deliberadamente retorcida, que empleó su carisma para manipular a sus seguidores y justificar sus aberraciones. La droga, los abusos sexuales contra seminaristas y sus propios hijos, las amantes y el vasto saqueo financiero no fueron accidentes o deslices, sino los pilares de un sistema de control basado en el secreto y el miedo. Su lema, "el limón" —exprimirlo hasta el final y desechar la cáscara—, revela una mentalidad utilitarista y despiadada, que veía a las personas como meros objetos a ser explotados para su beneficio personal.
El aspecto más perturbador de esta saga es la complicidad de la cúpula eclesiástica, particularmente de un Papa que hoy es considerado santo. Juan Pablo II, a sabiendas de las numerosas denuncias, no solo hizo caso omiso, sino que protegió a Maciel, lo elevó a los altares institucionales y lo mantuvo en el poder. Esta inacción no fue un error de juicio, sino una decisión calculada. La razón, tristemente predecible, fue el dinero. Las "donaciones ingentes" de los Legionarios de Cristo, fruto del lavado de cerebros y el chantaje emocional, se convirtieron en un escudo de impunidad que blindaba a Maciel de cualquier consecuencia. El valor de las almas, la moralidad y la justicia palidecieron ante la conveniencia económica y la necesidad de mantener el statu quo.
El encubrimiento de los crímenes de Maciel no es una anécdota oscura de la historia de la Iglesia, sino una herida profunda en su credibilidad moral. El hecho de que fuera suspendido a divinis y aún así se le permitiera ser enterrado con vestimenta sacerdotal es la última bofetada a las víctimas y una señal de que, para algunos, la apariencia de piedad es más importante que la verdad y la justicia. Este acto final no es solo una falta de respeto a la memoria de las víctimas, sino una declaración de que la institución sigue, de manera tácita, protegiendo a sus depredadores.
El legado de Marcial Maciel no es el de un fundador exitoso, sino el de un traidor a la fe y a la humanidad. Su historia nos obliga a cuestionar la verdadera naturaleza de la santidad y la autoridad institucional. No podemos aceptar que el dinero o el prestigio institucional sean excusas para el encubrimiento de crímenes atroces. La respuesta ante este hecho no puede ser el silencio o la resignación. Debe ser la exigencia de justicia, de transparencia y de una rendición de cuentas sin concesiones. La memoria de las víctimas, silenciadas y despreciadas durante décadas, nos lo exige. No se puede hablar de perdón sin una justicia plena, ni de misericordia sin un arrepentimiento que asuma las consecuencias de los actos. El caso Maciel es un recordatorio sombrío de que la oscuridad puede florecer en los lugares más insospechados, y que la verdad, por dolorosa que sea, es la única vía para la redención.
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