El Papa de los abrazos

Han sido muchos, y muy variados, los abrazos que el Papa ha ido repartiendo a lo largo de esta semana. El más emotivo sucedió ayer, cuando un niño de diez años se coló en medio del férreo sistema de seguridad -son muchos los chicos y padres con bebés que están logrando penetrar hasta la "línea de fuego" de Francisco- y se abrazó, casi desesperado, al Papa, diciéndole que quería ser sacerdote. Un largo abrazo que hizo llorar al propio Pontífice, además de al crío, que gimoteaba desconsolado cuando, tras quince segundos de conversación con Bergoglio, fue "apartado" del Papamóvil.
Muchos abrazos, como el que Francisco dio ayer a Rouco Varela, al comienzo del Via Crucis. Un abrazo largo y sentido, que todos los españoles notamos como propio, y que el cardenal recibió en nombre de los 78 fallecidos, los 140 heridos y los familiares de la tragedia de Santiago. Y de todo un país que sufre y es solidario con la catástrofe ferroviaria.
Abrazos fugaces, palmadas en la espalda, gestos con la mano, cabezaditas a montones de niños. "Dejad que los niños se acerquen a mí", pensamos muchos cuando vimos al Papa de los pobres en las favelas, rodeado de pequeños y pequeñas. O cuando abrazó, visiblemente emocionado -porque Francisco se emociona, no sólo hace que se nos pongan los pelos como escarpias al resto- al drogadicto que dio su testimonio en el centro del padre Fracesco. O el que ofreció al voluntario que, saltándose el protocolo, criticó cómo el Gobierno había asfaltado e iluminado la favela que visitó días antes de su llegada. Los poderosos no quieren abrazar a este Papa.
Un abrazo también a los reclusos con los que se reunió ayer, a los jóvenes a los que confesó a toda América a la que consolaron sus palabras, a sus compatriotas, con quienes compartió un arrebatador encuentro cargado de propuestas y de futuro. A los ancianos y a los jóvenes, a partir de ahora abrazados en el mismo proyecto por este Papa. A toda la Humanidad, un abrazo de este Papa global.