El buen hacer del Nuncio, por Jesús Higueras

Fue Juan Pablo II quien decidió en 2000 que viniera a España como Nuncio Apostólico don Manuel Monteiro de Castro, quien ha desempeñado su labor con suma delicadeza, discreción y efectividad, en unos momentos difíciles en los que la sociedad española se ha visto no pocas veces atacada por un frente laicista e incluso anticristiano que ha pretendido borrar la presencia de la fe no solo en el ámbito público, sino también en las conciencias de los ciudadanos, especialmente los niños en edad escolar, mediante nuevas leyes que desprotegen la vida, el sentido de la verdadera familia y el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus creencias.

Tiempos poco fáciles. Y en medio de estas tempestades la figura de Don Manuel como representante de la Santa Sede ha sido para muchos católicos un punto de referencia, de serenidad y de bien hacer, siempre en comunión con el episcopado español y con la sensibilidad de un pueblo que mantiene la fe desde el inicio del Evangelio.

El trabajo más importante de una persona es aquel que no es reconocido o aplaudido por los demás, pero que hace un bien inmenso a todos, pues el cristiano no busca la gloria de la tierra, sino el premio de la gloria del Cielo, aunque eso suponga muchas veces incomprensiones y juicios temerarios. Por eso, es de justicia que después de nueve años de servicio a la Iglesia que peregrina en España, seamos muchos los cristianos que manifestemos nuestra gratitud a Dios nuestro Señor por el ministerio que Don Manuel ha ejercido entre nosotros y por nosotros. Sabemos que el Santo Padre sigue contando con él para seguir llevando cargos de responsabilidad en la Iglesia universal y desde estas páginas pedimos al Dueño de la viña que siga bendiciendo a este trabajador del Evangelio.
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