La última encíclica de Ratzinger

La primera impresión es que, como no se cansa de afirmar Francisco, la reforma en la Iglesia vendrá de la mano de la continuidad: de este modo, el nuevo Papa ha hecho suya una encíclica que no es suya, por más que sí pueda verse su pluma en la introducción -muy diferente al estilo del resto de la encíclica- y, especialmente, en la parte final, cuando habla de caridad, sufrimiento y solidaridad.
El grueso del texto levantará espinas, pues algunos de los temas que se abordan ya fueron polémicos en su día, desde la Dominus Iesus a los límites de la investigación teológica, pasando por el relativismo de la sociedad actual y la fe como antídoto. A nadie debe extrañar esto, pues la encíclica procede de la pluma y el concepto de Iglesia y de relaciones fe-razón de Benedicto XVI. Seguramente habremos de esperar a la exhortación posterior al Año de la Fe o a la anunciada encíclica sobre la solidaridad para conocer fehacientemente cuál es el pensamiento del Papa.
Con todo, Lumen Fidei es un documento histórico: se trata de la primera ocasión en que un Papa hace suyo un texto encíclico de su antecesor, que además está vivo y con el que ha consensuado los cambios. El propio Francisco lo dice en la introducción. Más allá de estar o no de acuerdo con algunos de los aspectos de la encíclica, la imagen, el rostro que se vuelve tras la misma es sumamente interesante: todos somos necesarios, no hay cambios radicales. No se va a echar a Benedicto XVI, y Francisco no va a dejar de ser él mismo.
Y, además, el propio título de la encíclica, que nos recuerda que la fe es una llama que nos debe hacer ver la luz, que es Cristo y su Evangelio. Más allá de otras disquisiciones. Ahora vendrán los análisis y opiniones acerca de la encíclica. Les recomiendo que lean nuestro resumen, que ya tienen en la portada de RD. No les dejará indiferente.